por Norberto Ferrer


Puedo responder, como psicoanalista, esta pregunta con otra pregunta: ¿cómo tratar con cuatro pinceladas, con un flash o con dos trazos esta extensa cuestión?

La relación de adecuación y aparente armonía del mundo animal con su entorno natural, y del feto o el bebé con su madre, han inspirado el mito del paraíso. El lenguaje y el inconsciente, estructurado como tal, nos hacen ajenos a dicha armonía desde que nacemos, conformando nuestro deseo como permanentemente insatisfecho y, su objeto, inalcanzable.

Los paraísos perdidos nos exilian definitivamente, y es en el desamparo humano cuando se inicia la búsqueda insaciable de ese oscuro e inaprensible objeto del deseo que, supuestamente, nos retornaría al edén inicial.

Pretendemos dar forma al vacío, arrastrados por ese deseo, con dibujos, pinturas, letras, símbolos o metáforas, frente a la aventura y a la promesa que ofrece la tela, la página en blanco, la materia plástica, el objetivo de la cámara o la pantalla del ordenador.

Esa causa de deseo que el acto artístico o poético soportan construye un contorno a esa falta de objeto, aunque más no sea con restos, como hace el «arte povera».

La pincelada, la mancha, el color, el trazo, el olor de la pintura o del papel, el tacto tenso de la tela, las letras, el oído, la mirada, dan por fin lugar a la emoción y al goce estético que enlazan al artista con su admirador, hasta la esperanza del próximo cuadro, foto, poema que, ilusoriamente, podrá decir lo que el deseo jamás conforma.

Paul Klee sostenía que el arte no reproduce lo visible, sino que hace visible. Podemos decir que el artista hace visible, aún sin saberlo, una verdad nueva: los impresionistas, por ejemplo, subvirtiendo la concepción de la realidad; los cubistas, superando la apariencia de la forma al descomponer el aspecto superficial del objeto; los expresionistas, brindando cierta satisfacción pulsional a lo que la mirada pide. Y han tratado de expresar en los temas de sus obras: el enigma femenino, las encrucijadas del sujeto y su deseo, la angustia creadora, el amor, la sexualidad, la muerte, los fantasmas…

En este fin de siglo en que las tecno-ciencias producen enunciados universales que garantizan la verdad y pretenden ignorar lo imposible, el arte clarifica la verdad particular del sujeto humano en relación con su subjetividad.

Los artistas dan forma al vacío; los enfermos sufren el dolor del vacío, con sus síntomas, sus inhibiciones o sus angustias. A diferencia de la tendencia neuro-psiquiátrica actual -que tapa y reniega del vacío con etiquetas diagnósticas, impregnaciones neurolépticas o indicaciones conductistas que automatizan al sujeto- o de las promesas esotéricas y «mágicas», los psicoanalistas analizamos ese vacío que el paraíso perdido y su exilio consecuente nos dejó. Contamos con él, no damos forma ni consistencia -como hace el arte- a la falta de ese oscuro objeto del deseo. El acto analítico se sostiene en dicha falta. Invitamos al sujeto que sufre, y pide ayuda, a enfocar el objetivo hacia adentro para fotografiar su enigma y su laberinto; lo invitamos a revisitar y reescribir, en las páginas de su subjetividad, su propia historia con las letras de su inconsciente; a enmarcar y a pintar, como si de un pictograma se tratara, los propios fantasmas; a asumir el goce de sus síntomas con el que está comprometido; a combatir su desasosiego y a defender su deseo; a defender su alegría como un atributo (siguiendo el poema de Benedetti), no el cultivo de la felicidad como ideal imposible, sino la alegría del deseo liberado.

El psicoanalista invita a que cada uno pueda escuchar su propia canción. Nada mejor que un poeta, León Felipe, para pintar qué pinta un psicoanalista:

No tiene título ni rótulo a la puerta
No es doctor,
ni reverendo
ni maese…
No es un misionero tampoco.
No viene a repartir catecismos ni reglamentos,
ni a colgarle a nadie una cruz en la solapa.
Ni a juzgar:
ni a premiar
ni a castigar.
Viene sencillamente a cantar una canción.
Cantará su canción y se irá.
Mañana, de madrugada, se irá.
Cuando os despertéis vosotros, ya con el sol en el cielo, no encontraréis más que el recuerdo
encendido de su voz.
Pero esta noche será vuestro huésped.
Abridle la puerta,
los brazos,
los oídos
y el corazón de par en par.
Porque es vuestra canción la que vais a escuchar. 

(Trabajo presentado en la exposición colectiva»¿Qué pintamos los psicoanalistas?» el día 30 de septiembre de 1998, en la Casa Elizalde de Barcelona, como parte de la actividad cultural de la Reunión Fundacional para una Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis, realizada los días 1, 2, 3 y 4 de octubre de 1996.)