por Norberto Ferrer

En 1918 Freud fundamenta la enseñanza del psicoanálisis en dos capítulos imprescindibles, inseparables e interdependientes: la orientación teórica y la experiencia práctica. En la orientación teórica incluye tanto «el estudio de la bibliografía respectiva» como la participación «en las sesiones de las asociaciones psicoanalíticas», y «el contacto personal con los miembros más antiguos y experimentados de estas «. En la formación teórica, Freud no sólo distingue el estudiosino también el trabajo con otros en las asociaciones , y la función de los maestros .

Será Lacan quien creará el cartel , otra manera de estudiar, en la que 4 o 5 personas se reúnen para trabajar un tema de interés común durante dos años, y eligen a otro -un «más uno»- que participará de forma alternativa. De estos encuentros surgirá una producción de cada uno de los participantes. El cartel enlaza la formación teórica con la vivencia práctica de la castración y «la falta» presentificada por el lugar del «más uno». Siendo esta vivencia patrimonio de la práctica, el cartel es el elemento de la orientación teórica donde también dicha falta se puede experimentar.

En cuanto a la experiencia práctica, Freud destaca su adquisición en el propio análisis– que adquiere de por si el carácter de didáctico-, asi como por la investigación en la práctica clínica «mediante tratamientos efectuados bajo el control y la guia de los psicoanalistas más reconocidos» -lo que llamamos la supervisión -. Lacan creará el concepto y el procedimiento del pase (pasaje de la posición de analizante a la de analista) también como testimonio de la transmisión de un experiencia.

Orientación teórica Experiencia práctica
1.Estudio 1.Análisis
2.Asociaciones 2.Práctica clínica
3.Maestros 3.Supervisión
4.Cartel(Lacan) 4.Pase(Lacan)

¿Cómo se enlazan estos elementos teóricos y prácticos para dar lugar a una estructura cuyo efecto y producción sea la transmisión del psicoanálisis? Puntualizaré ahora solamente algunos aspectos de la transmisión referentes a las asociaciones y al análisis personal.

Se puede observar que, ya para Freud, la apertura al estudio, la investigación, y la transmisión en psicoanálisis es un proceso complejo y prolongado. En el plano teórico incluye tanto la adquisición de un saber textual, sumamente frondoso e intrincado, como la participación en vínculos sociales con pares y maestros, no menos complicado.

Asociaciones, escuelas, fundaciones e institutos reproducen, como todo grupo humano, las pasiones imaginarias del amor o la paz conseguida, del odio o la guerra lograda y, por fin, de la total ignorancia. (La consagración a estas pasiones convierte a la institución en un campo de adiestramiento -más que de formación- donde se abona el perjudicial Ideal -da lo mismo que sea con desechos o con agua bendita-. Allí sólo se llama a formar filas a la tropa o a organizar la procesión. Su consigna es: uniformidad, integración, obediencia o, de lo contrario, excomunión, gestando en sus practicantes una «forma de alienación pariente de la paranoia».)

El fracaso de las utopias comunitarias mantiene advertido al analista que concibe a las instituciones como condición y obstáculo de la formación. Obstáculo porque el inevitable juego político, que el discurso del amo impone en las organizaciones humanas, entroniza la quimera de lo que he dado en llamar la quimera de las tres «pes» (que se muerden la cola): Poder, Prestigio y Pasión. Condición de la formación porque es un lugar idóneo donde el analista puede confrontar y autorizarse ante los otros de su comunidad, y hacer allí su experiencia de transmisión del deseo de saber y de trabajar sobre lo inconsciente, y del pase social.

Hacer el pase institucional no es solamente hablar con otros del propio análisis. El analista habla siempre, sin saberlo, de su análisis o de su falta de análisis. Eso se revela ante él mismo y ante los otros cuando escribe, cuando teoriza, o en una sesión clínica. El final del análisis permite enlazar la experiencia del pase con el trabajo institucional. En cuanto a los otros aspectos de la experiencia práctica: el análisis, la práctica clínica, la supervisión tienen en común la vivencia de la transferencia -como puesta en acto del inconsciente- y su imprescindible trabajo, asi como la vivencia práctica de la castración y la falta.

Pero quiero resaltar el análisis personal concebido como la escuela de la transformación del analista. El prefijo trans -de transferencia, transformación y transmisión- marca la señal de un paso, de una travesía, de un pase, de un movimiento que trastoca el estatismo de la figuración, de la imagen, de la formacióndel analista como espejo viviente.

¿Cuál es el proceso que hace que en el análisis se produzca esa transformación, ese cambio de posición de analizante a analista?, ¿qué es lo que provoca que la transmisión del psicoanálisis en la cura permita situarse en el difícil lugar del espejo vacio?, ¿qué enseña el análisis?

El análisis enseña que uno no es el amo en su propia casa. Extrañas malformacionesemergen en el discurso y en la vida corriente. Contradictorios sentimientos, enigmáticos e inquietantes sueños, inconcebibles lapsus, actos fallidos, equívocos y deformaciones del lenguaje conforman nuestra vida psíquica. Padecimientos y síntomas diversos consagran al «ser del sufrimiento» en la dolorosa existencia de tropezar y caer repetidamente a causa de la misma roca .

La cartesiana creencia en el ser -tan venerada por el obsesivo, y que puede materializarse en las siguientes expresiones : «yo soy porque yo pienso», «yo soy analista porque yo pienso en lacanés», «…porque me analizo con tal», «porque pertenezco a la asociación cual»- se desvanece más tarde o más temprano al comprobar que algo se revela ante él, más allá de él y a pesar de él. Aquellas supuestas verdades e insignias que nos representan y que nos llevan, en su extremo, a ser fieles y aplicados abanderados de tal o cual ideal serán destituidas al vivenciarlas, en el análisis, como un producto más de la enunciación inconsciente del sujeto. Es ahí donde se hace patente el «yo no soy» lo que creía.

Todo lo que se piensa -el «yo pienso»- todo el saber sobre la causa de nuestro deseo, previo al análisis, se pone en cuestión y también se destituye en la construcción y travesía de un fantasma y de una novela que enmascaraba el objeto de nuestro deseo. El sujeto descubre que «no piensa», sino que por el contrario está alienado -en su fantasma- a un objeto, en una extraña ligazón de satisfacción e insatisfacción que llamamos goce.

El sujeto encuentra en este nuevo estado de «falta de ser» que su único ser justificable era hasta ese momento su ser de goce, que lo ha llevado desde su infancia a imaginar que resolvía la castración de la madre (que él llenaba la falta del Otro). Esto que ahora sabe ya no podrá ignorarlo jamás, asi como tampoco el hecho de que ser psicoanalista es sólo un síntoma.

Este proceso analítico produce que el deseo del sujeto se libere de sus ataduras, regulando de este modo mejor sus elecciones y gestionando adecuadamente su goce, otorgándole un apropiado «saber hacer» con sus síntomas. Se comprende entonces que concebir el final del análisis como una identificación al analista o a la institución -por ejemplo, repitiendo los eslogan del analista o de la institución maestra- es cuando menos, una trampa neurótica. Para terminar, podemos recordar con Freud: «Entra en tí, en lo profundo de tí y ¡aprende! primero a conocerte; luego comprenderás porque debiste enfermar y acaso evitarás enfermarte.»