por Norberto Ferrer


No hay jóvenes ni tampoco viejos como grupos estables; todos somos

hombres que envejecemos y que estamos de paso en una época 
de la vida. Siempre hay jóvenes y viejos de todas las edades.
GIOVANNI PAPINI

El psiquismo humano teje su subjetividad en el tiempo de la infancia. Esta construcción subjetiva está inmersa en la red familiar y social, que aporta al niño una historia compleja y relaciones estrechas de amor y deseos para su necesaria identificación. Ser como mamá, tener lo que tiene papá, tener lo que tiene mamá y ser como papá preparan al sujeto para la vida anudando una dependencia imprescindible en el crecimiento y desarrollo. Por una parte se inscribe el amor y el deseo de la madre, marcado por un interés particularizado por sus propias carencias,(1) que en su alienación primordial gesta el narcisismo humano. Por otra parte se inscribe la intervención real y simbólica del padre, cuyo nombre es el vector de una encarnación de la ley –de prohibición del incesto– en el deseo del niño. Y por fin se inscriben en la estructuración subjetiva los rasgos de la familia inmersa en la red cultural y socio-económica con las contradicciones y prejuicios de su época y de su geografía. Todos estos factores concluyen la preparación del niño para su juventud.
¿Cuándo empieza la juventud? Comenzamos a nombrar como jóvenes a los que han dejado de ser niños. Esto nos sitúa en la adolescencia, concepto también joven, gestado en el siglo XIX, que consiste en un período de tiempo y un complejo número de fenómenos que transcurren, desde la pubertad, a lo largo de la segunda década de la vida. Es una época de desarrollo y enormes cambios, de independencia y autonomía, de caída de los ideales de la infancia y, por tanto, de profundos duelos y angustia. Período de ingreso en la incertidumbre de la nueva  identidad, en la búsqueda de otros ideales y del sentido de su existencia, también en el enigma de la sexualidad y sus diferencias. Llenos de preguntas y cuestionamientos hacia la familia y la sociedad, los adolescentes están solos y desorientados frente a los otros, habiendo perdido una conocida identidad infantil y ante un futuro incierto. Es entonces cuando surgen los variados síntomas que marcan la adolescencia: inestabilidad, desconcierto, desencuentros, rebelión, violencia, depresión, adicciones, incluyendo la ciberdependencia, la formación de bandas o pandillas,(2) etc. Aunque alguno de estos síntomas no son nuevos, ni exclusivos  de los adolescentes, adquieren hoy una mayor dimensión.
Si una demanda de ayuda se concreta, el tratamiento psicoanalítico interviene aquí para que el joven pueda, navegando por su historia, echar sus redes en el océano del inconsciente.  Esto le permitirá recoger la verdad sobre sus propios deseos, habitualmente atados y alienados en los deseos de otros, o deformados por síntomas, actos, o fenómenos mortificantes y empobrecedores. El joven puede asumir entonces, con libertad y sabiduría, las tramas de su historia, liberar su deseo prisionero de las ataduras familiares y sociales, regular mejor sus elecciones y gestionar más adecuadamente su bienestar y su sufrimiento. Así, defendiendo su deseo y la consecuente alegría que de ello deviene, amplía enormemente sus márgenes de libertad. Por lo dicho, queda claro que para el psicoanalista el material noble con el que trabaja es el deseo inconsciente, singular e intransferible de cada sujeto, que le permite tocar hasta sus límites lo que es y lo que no es él mismo, concluyendo habitualmente que no todo es color rosa. Un deseo insobornable, motor y guía de las acciones humanas, al que no se puede renunciar sin sentir que uno se traiciona a sí mismo. Un deseo largamente anestesiado y adormecido por los moralistas, domesticado por los educadores, traicionado por las academias, y ahora más que nunca, alienado por el discurso capitalista y su mandato a consumir.

La ciberjuventud

En el mundo desarrollado, los jóvenes de hoy –y hago extensivo el concepto mucho más allá de la adolescencia– gozan más que nunca del prestigio que posee el ser joven o el parecerlo, en un tiempo en el cual las cosas y las personas caducan rápidamente. Gozan también del progreso de la ciencia y de las ventajas que otorgan los cambios tecnológicos, de las diversas opciones que ofrece la amplia Red mundial (www: world wide web), que liga, envuelve y devora a los trapecistas internautas que se columpian sobre sus mallas, y exhiben las más complejas piruetas en los espacios online.
El libre acceso masivo, rápido y barato (por la universalización de la tarifa plana) facilita  aparentemente mayor intercambio, difusión cultural y disfrute de estos medios de comunicación. Pero como a veces  son más medios que fines, me pregunto si hay realmente comunicación efectiva. Es indudable que ya no podemos ni queremos vivir sin ellos porque son herramientas indispensables que ofrecen en todos los ámbitos soluciones globales rápidas y económicas. La riqueza de posibilidades de transmisión de datos que brinda la mensajería instantánea, el correo electrónico, las videoconferencias, los chats, el Messenger, los blogs, las redes P2P, etc., ha ampliado los intercambios y derribado las fronteras. Esto no puede hacernos pensar que la democratización de la información ha llegado a su culmen; la información, como diseminación del conocimiento entre el público, es  un instrumento de  poder y, como tal, está censurada, manipulada, sincopada, sesgada por intereses y conveniencias diversas.(3)
En esta sociedad de la comunicación y el espectáculo,(4) dominado por la inmediatez del imperio del presente, todos podemos acompañarnos al instante de un otro yo cercano, a imagen y semejanza de nuestro ideal: el yo virtual. También podemos departir con amigos virtuales, amores virtuales, sexo virtual –todo ello sin largos periodos de duración–, controlándolo con la yema de los dedos y, sin embargo, seguir estando aislados y más solos que la una. Conectamos con más gente, hablamos con más personas a través de la Red, crece la implicación aunque no se estimulan, en general, los compromisos fuertes. En estas conexiones-zapping se establecen muchos nexos y pocas relaciones, que son ligeras y fragmentarias, evitándose el riesgo y la emoción del cuerpo a cuerpo que impone la presencia del otro ante el cual nos exponemos. Hasta los delincuentes evitan la responsabilidad y el riesgo al cobijo de la red, con la piratería cibernética, el ciberinsulto, el ciberacoso, el ciberdelito o el ciberterrorismo que tan hábilmente manejan las sofisticadas cibermafias.

La red capitalista

El discurso homogéneo que el sistema capitalista impone promueve la construcción de una historia única para todo el mundo, que ahoga la diversidad y la riqueza de otras civilizaciones. Las estructuras productivas, la superioridad científico-tecnológica y el poderío militar en manos del mundo rico condenan al mundo pobre a una mayor miseria y exclusión de los progresos obtenidos. Un mundo pobre y limitado que también podemos vislumbrar entre nosotros como efecto del trabajo precario, el paro, y los sueldos de explotación. Aumentan entonces las diferencias económicas y sociales, la confusión, la agresividad y la justificación de la violencia en todos los órdenes.
Estamos todos enredados y atrapados en la red de un capitalismo global que induce a consumir perentoriamente y aliena nuestros deseos individuales. La sociedad de consumo fomenta la confusión entre los objetos de deseo y los objetos de consumo. El deseo del sujeto sitúa sus objetos guiando  libremente  sus propias elecciones, según su historia, sus motivaciones, sus pulsiones, su modalidad de goce, su cultura, etc.  En este sentido, nos autorizamos a decir que el psicoanálisis tiene un efecto  anticapitalista, al promover la inalterable fidelidad al deseo propio, que deviene de un análisis.
Los objetos de consumo, en cambio, se adquieren, a veces compulsivamente, en respuesta al reiterado y oscuro mandato del mercado y su propaganda. Lo ilustra muy claramente Forges (Figura 1).(5)


FIGURA 1

Los objetos de consumo –y sus modas– deben caducar rápidamente ya que las exigencias de rentabilidad y producción, que no las necesidades, exigen la creación de nuevos objetos para la venta y el consumo. Estos relucientes objetos engañosos, llamados también “bienes” de consumo, prometen satisfacer todos los deseos, con la exclusiva condición de poder pagarlos. Si supuestamente todo puede comprarse, sin sujeción ninguna y sin límites, el liberalismo global nos vende también la idea de que las personas podemos vivir según nuestros deseos, borrando las limitaciones del sujeto y sintiéndonos ilusorios amos de todas nuestras elecciones para conseguir una felicidad sin sombras. Esto es falso. En realidad, en el discurso capitalista también los sujetos somos objetos de la voluntad del dios oscuro del mercado y de sus portavoces mediáticos. Esta manipulación nos transforma en consumidores consumidos por la fascinación que provoca la oferta de infinidad de objetos para todos los goces. Así potenciada la alienación imaginaria del sujeto, el deseo auténtico, singular, se extravía y empobrece su capacidad de elección, dando paso a la inercia contemplativa y a la voracidad compulsiva del consumidor.(6)  Como nos dice El Roto en su viñeta (Figura 2): (7) “si se acelera el consumo nos comeremos el planeta, y si se frena en seco, nos comeremos unos a otros”.


FIGURA 2

El discurso científico-tecnológico junto al discurso capitalista global y su materialización en la sociedad de consumo, mal llamada sociedad del bienestar, operan una profunda transformación en el discurso cultural actual.(8) Una expresión de dicha transformación son los cambios en los ideales sociales. Históricamente el valor patriarcal tenía su arraigo y apoyo social inequívoco en las figuras de Dios, en la iglesia, en la Monarquía, el ejército, la Patria o el partido político. Ahora, el descenso del prestigio del valor paterno –que aún pervive en las religiones– desplaza el ideal social a otros valores en alza. Tres ideales reemplazan el tradicional ideal patriarcal: 1) La ideología de la ciencia, 2) Los ideales de goce colectivo, 3) Las caricaturas paternalistas autocráticas.

  1. La ideología de la ciencia, con su constante promesa de nuevas recetas, para que aparentemente nada falte, proclama la anulación del malestar y del sufrimiento con fármacos y soluciones diversas. Aunque no negamos las indispensables aportaciones de la ciencia, inevitablemente ésta induce a la formación de síntomas en los sujetos ya que no atiende a la subjetividad ni a los sentimientos o contradicciones de las personas.
  2. Los ideales de goce colectivo –múltiples y fragmentados– promueven la identificación imaginaria de los sujetos con figuras de éxito del ámbito social: actores, deportistas, políticos, etc. Estas figuras famosas esgrimen valores prestigiados en la actualidad e inducen, sin saberlo, a normas de comportamiento alienantes.
  3. Las caricaturas paternalistas autocráticas se expresan a modo de los nuevos líderes o patriarcas sociales autoritarios que imponen su voluntad demagógica o terrorista, en nombre de Dios, de la familia, del “eje del mal”, de la libertad o de la justicia. Como ejemplos recientes: el fundamentalismo religioso de la Carta Encíclica Spe Salvi Facti sumus (en esperanza fuimos salvados) de Benedicto XVI y la Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante las elecciones generales de 2008, realizada el 31 de enero de 2008.

En esta época en la que se señorean la individualidad egoísta e insolidaria y la mentira cotidiana, bien valen las palabras que Hesíodo escribió en el último cuarto del siglo VIII antes de Cristo, hace dos mil ochocientos años:

“El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses –no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos, aquellos cuya justicia es la violencia–, y unos saquearán las ciudades de los otros. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables.”(9)

Si bien es cierto que el capitalismo salvaje estimula la violencia, no ignoramos la hostilidad pulsional primaria y recíproca de los seres humanos desde el principio de los tiempos, como ya apunta Hesíodo, que se resiste, además, a los esfuerzos que la civilización hace para reprimirla, y que llevó a Freud a decir, en su libro titulado El malestar en la cultura:
“… el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. ‘Homo homini lupus’ (el hombre es el lobo del hombre).”(10)

(Texto recogido en la Publicación Juventud y Sociedad actual: interrogantes,que recoge las ponencias presentadas en la Jornada del mismo título celebrada en Barcelona, en la que participaron psicoanalistas de Apertura.)

NOTAS:

(1) Lacan, Jacques, “Dos notas sobre el niño”, Intervenciones y textos 2, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1988.

(2) Amat, Kiko, “Pandilleo prehistórico”, El País, viernes 31 de agosto de 2007.

(3) Revel, Jean-François, El conocimiento inútil, Austral, Madrid, 2007.

(4) Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, Editorial Pre-textos, Valencia, 2007.

(5) Forges, El País, sábado 23 de noviembre de 2002. Forges parafrasea el título de la película de 1969 ¡Bailad, bailad, malditos!, dirigida por Sidney Pollack y basada en la novela negra ¿Acaso no matan a los caballos? De Horace McCoy.

(6) Ferrer Norberto, La violencia: un mal de nuestro tiempo, La violencia: ¿un mal de nuestro tiempo?, Acto, Barcelona, 2004.

(7) El Roto, El País, miércoles 30 de enero de 2008.

(8) Ferrer Norberto, Vivir en Familia, Las Familias en la Actualidad. Nuevas modalidades, nuevos conflictos. Acto, Barcelona, 2005

(9) Hesíodo, “Trabajos y días”, Obras y fragmentos, Biblioteca básica Gredos, Ed. Gredos, SA, Madrid, 2000. (Último cuarto del siglo Vlll antes de Cristo).

(10) Freud, Sigmnud, El malestar en la cultura, Obras Completas, vol. XXI, Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1992.