Hacia el ombligo del sueño

El presente trabajo se propone realizar un recorrido por La Interpretación de los sueños de Sigmund Freud, considerada obra fundacional del psicoanálisis como tal, siguiendo resumidamente sus lineamientos teóricos esenciales en el intento de situar finalmente lo que el autor designó allí el “ombligo del sueño” bajo la égida de su primer ordenamiento metapsicológico.

Obra fundamental en la que al centrarse en el análisis de sus propios sueños, y tras sus primeras experiencias en el tratamiento de los fenómenos neuróticos, especialmente histéricos, distingue lasparticulares leyes que rigen el funcionamiento inconsciente, bien diferentes a aquellas que comandan los fenómenos conscientes. Es decir que las formaciones del inconsciente poseerán para Freud una lógica en común, lógica que el autor aborda y demuestra a lo largo de su obra en los síntomas neuróticos, los sueños, los actos fallidos y el chiste. Todas ellas se hallan organizadas de acuerdo a las leyes que Freud deslinda aquí, en su obra fundamental sobre el sueño, y la clave del análisis sistemático de las producciones oníricas radicará en el reconocimiento de estas leyes estructurales comunes.

En la introducción del capítulo VII titulado Sobre la Psicología de los procesos oníricos Freud deja en claro que el propósito de su indagación en el mundo de los sueños consiste en  obtener o fundamentar “una inferencia acerca de la construcción y el modo de trabajo del instrumento anímico…para este fin deberá conjugarse lo que el estudio comparativo de toda una serie de operaciones psíquicas arroje como elementos de constancia necesaria»[1].

Allí donde otros desestimaban al sueño en términos de residuo cerebral sin relevancia, de contenido arbitrario, Freud lo supone un acto psíquico de pleno derecho, poniendo en valor el determinismo psíquico, la naturaleza tendenciosa del sueño y, en ese mismo movimiento, ubica al sueño, abordado como texto cifrado que atesora la verdad subjetiva del soñante, en la serie de las formaciones del inconciente que interesan al psicoanálisis.

Capítulo a capítulo, Freud irá desarrollando los mecanismos presentes en los sueños para concluir que las leyes del funcionamiento psíquico inconsciente se rigen por lo que denominará el proceso primariocaracterístico de dicha instancia tanto para el funcionamiento del sueño como del aparato psíquico en general.

Esta constatación de lo inconsciente como fenómeno universal, no circunscrito a lo patológico, es uno de los grandes aportes del descubrimiento del trabajo del sueño. Al ser el sueño una experiencia de todos, un fenómeno universal, con su estudio sistemático, el psicoanálisis deviene un método que permite revelar el sentido de todas las producciones del inconsciente (no sólo las articuladas al sufrimiento o a lo patológico) en el caso por caso, apuntando a la singularidad radical de cada sujeto en análisis.

Freud reconoció hasta en sus últimos textos la importancia que el estudio sobre los sueños comportó en el avance de su teoría. En 1933, refiriéndose a la doctrina de los sueños, dice: «Ella ocupa en la historia del psicoanálisis un lugar especial, marca un punto de viraje; con ella el psicoanálisis consumó su transformación de procedimiento terapéutico en psicología de lo profundo. desde entonces, sin duda alguna, la doctrina de los sueños ha permanecido como lo más distintivo y propio de la joven ciencia»[2].

 

Una lógica de lo aparentemente ilógico. La vía regia de acceso al Inconsciente

En un movimiento profundamente original, Freud otorga valor psíquico a un fenómeno que, hasta ese momento era considerado por las concepciones teóricas dominantes de la época como un residuo de la actividad cerebral, resto meramente biológico irrelevante sin implicaciones psicológicas. Es Freud quien rompe esta línea de pensamiento mediante la elaboración de armazón teórico con el que explica su particular lógica demostrando que la actividad anímica no cesa al dormir. Abandonada la vigilia, continuamos siendo influidos por la dinámica de nuestras pulsiones, que pugnan por expresarse, y en las producciones oníricas lo hacen deformadamente. Es que al dormir se produce una regresión a los modos más primitivos de satisfacción y de representación del soñante, por lo que tal satisfacción se cumple, en base a un miramiento por la figurabilidad, de manera alucinatoria. Los sueños están regidos entonces por el principio de placer y constituyen la realización de deseos infantiles inconscientes. Se desprende entonces claramente la hipótesis freudiana según la cual el sueño es una producción del inconsciente que disfraza su significado para que se diga a pesar de la censura.

En este sentido, al final del capítulo VII de dicha obra, Freud señala que los sueños son “la vía regía para acceder a lo inconsciente”[3] dado que su análisis conforma un método de indagación sobre la vida anímica, medio poderoso para contactar afectos e ideas que permanecían fuera de la conciencia, lo cual permite elaborar, interpretar y comunicar los deseos y mociones más reprimidos en el devenir de un análisis.

Para el psicoanálisis los sueños también constituyen una formación de compromiso entre dos instancias: El sistema Inconsciente, reservorio de los deseos reprimidos y el sistema consciente, a cargo, entre otras cosas, de censurar sus expresiones.

Además, en los sueños las palabras son tratadas como cosas; por lo que pueden ser considerados como un acertijo o enigma gráfico, ya que el contenido onírico suele estar sobredeterminado por varios deseos condensados y por restos diurnos.

De forma que, los sueños escenifican deseos indestructibles que brotan de las huellas de la vida infantil a las que un sujeto ha quedado fijado y tiende a regresar.

Freud señala que los sueños poseen, por un lado, un contenido manifiesto, es decir, el texto o relato narrado en la sesión, constituido por representaciones que a veces presentan en apariencia una serie de incongruencias y por otro, un contenido latente, aquel que se oculta tras el aparente sinsentido manifiesto del sueño. De modo que, los pensamientos latentes, fantasías inadmisibles, deseos inconfesables y restos diurnos, se transforman en un contenido difícil de reconocer para la consciencia bajo su lógica.

Todo ello se conoce como trabajo de la elaboración onírica en el que intervienen ciertos mecanismos elementales que constituyen sus contenidos y que son propiciados por la censura, cuya función es conminar al enmascaramiento de los deseos inconscientes, resortes del sueño, para que sean irreconocibles ante la consciencia.

Entre los principales mecanismos operantes en el trabajo del sueño resaltan: La condensación, que permite a que una representación simbolice en sí misma varios elementos de la cadena asociativa; el desplazamientoque hace que la intensidad del afecto que acompaña originalmente a una representación se dirija a otra de menor intensidad, al punto que así pueden surgir incluso representaciones contrarias a los afectos originales; la elaboración secundaria que refiere a tendencia psíquica de recubrir las lagunas del sueño para darle una mayor coherencia narrativa y le permiten al paciente narrar el contenido manifiesto con cierta cohesión.

La producción onírica comienza ya durante el día, alimentada por los restos diurnos, es decir, percepciones, fantasías y pensamientos preconscientes. A su vez, para su causación, los sueños toman el camino de la regresión, con el fin de atraer todo tipo de recuerdos, percepciones y representaciones como cargas visuales.

Por tanto, en la producción onírica interviene lo que Freud da en llamar el miramiento por la figurabilidad, es decir, el aspecto inconsciente que hace que todas las significaciones por muy abstractas que sean, se expresen por medio de imágenes.

Por otra parte, Freud es contundente al afirmar que aunque en ciertas ocasiones resulte paradójico para el soñante en cuestión, el sueño es una realización de deseo. Es decir, que la fuerza impulsora y principal de los sueños emana del sistema inconsciente, el resorte de la producción onírica lo constituyen los deseos sexuales infantiles e indestructibles que han sucumbido a la represión pero que se enlazan a ideas preconscientes y a las vivencias cotidianas.

De modo que, la interpretación del sueño no consistirá en agregarle un significado preconcebido, su interpretación se da en virtud de las asociaciones del propio analizante y su singularidad. Desde la perspectiva del psicoanálisis, los contenidos manifiestos se interpretan a partir de la particularidad de cada analizante en el seno del dispositivo analítico, bajo transferencia, y en base a la regla fundamental, es decir, la invitación a que el paciente hable, que diga todo aquello que se le venga a la mente, así le parezca absurdo, inoportuno o incluso le de vergüenza, sin ejercer juicio ni desestimación.

Muchos años después, en 1964, Jacques Lacan hará un señalamiento crucial e instructivo respecto a aquello a lo que debe apuntar el trabajo de interpretación, nos dirá: “El objetivo de la interpretación no es tanto el sentido, sino la reducción de los significantes a su sin-sentido para así encontrar los determinantes de toda la conducta del sujeto”[4].

 

La realización de deseos inconscientes. El papel de los restos diurnos. El problema de los sueños traumáticos.

Recordábamos previamente que Freud, luego de culminar la interpretación del paradigmático sueño de la inyección de Irma, afirma sin titubeos que «una vez llevada a cabo la interpretación completa de un sueño, se nos revela éste como una realización de deseos»[5], y seguidamente dedica un capítulo explícitamente a desarrollar esta idea.

Desde la sencilla comprobación de esta aseveración en los sueños infantiles, hasta su reafirmación en los sueños de angustia, Freud no estableció excepciones a dicha regla.

Divide los sueños en aquellos que mostraban francamente la realización de deseos, especialmente los infantiles, y aquellos otros en los que la censura provocaba que apareciesen disfrazados[6], ofreciendo diversas interpretaciones a los casos aparentaban constituir excepciones a la regla; por ejemplo, aquellos sueños en los que la no realización de un deseo significa la realización de otro[7], también plantea la posibilidad de la coexistencia de varios sentidos en los sueños[8], de modo que podrían yuxtaponerse varias realizaciones de deseos. También hablará de los sueños en tanto defensa frente a la angustia en aquellos sueños angustiosos que provocan el despertar del soñante. De cualquier modo, sobre su procedencia no deja lugar a dudas, sostiene, para todos los casos, el origen inconsciente e infantil del deseo representado en el sueño[9].

Esta concepción condiciona su perspectiva acerca del papel del resto diurno en la formación del sueño. Para Freud, los deseos insatisfechos de la vigilia contribuyen a provocar el sueño, pero no logran formarlo por sí mismos, para ello siempre será imprescindible su conexión con deseos inconscientes. La fuerza del sueño, su resorte siempre emana del campo pulsional inconsciente. En este sentido los restos diurnos son, en todos los casos, de importancia secundaria, siendo la fuerza pulsional inconsciente el motor de la formación del sueño, les atribuye el papel de meros desencadenantes o acompañantes de los deseos inconscientes infantiles: «imagino que el deseo consciente sólo se constituye en estímulo del sueño cuando consigue despertar un deseo inconsciente de efecto paralelo con el que reforzar su energía»[10].

Utilizando la metáfora del socio industrial y el capitalista[11] para distinguir entre fuente y motor del sueño, dando cuenta del diferente papel de los restos diurnos y los deseos infantiles en la formación del sueño. El resto diurno sería así el socio que aporta la idea y que desea explotarla, pero nada puede hacer sin que el capitalista, los deseos infantiles inconscientes, asuma los gastos de inversión, en este caso, los gastos psíquicos necesarios para la formación del sueño. Sostiene que se produce una transacción mediante la cual los restos diurnos toman la fuerza necesaria del deseo inconsciente y, a su vez, éstos los utilizan como el medio imprescindible para acceder a la conciencia[12], «…el gasto psíquico necesario para la formación del sueño es siempre, cualquiera que sea la idea diurna, un deseo de lo inconsciente»[13]. Afianzando aún más esta afirmación, plantea la condición de indestructibilidad de los deseos inconscientes[14].

 

El ombligo del sueño

La asimilación de lo estudiado sobre los sueños en los primeros capítulos a la generalidad de los fenómenos psíquicos se plasma de modo fundamental en el mencionado capítulo VII, donde presenta su hipótesis global del funcionamiento del aparato psíquico, estableciendo los principales mecanismos intervinientes y desarrollando su teoría acerca del funcionamiento de la memoria. Respecto a esta última, el singular tratamiento que Freud hace del olvido, aplicado al sueño lo lleva a plantear que “no conocemos el sueño que pretendemos interpretar; más correctamente: no tenemos certidumbre alguna de conocerlo tal como en realidad fue”[15]. Y en este punto es clara la referencia a la noción freudiana de huella mnémica y el planteo de la realidad en tanto realidad psíquica. Al respecto, Lacan en su Seminario 2 dirá, “La degradación, incluso el olvido del texto del sueño importan tan poco, nos dice Freud, que aunque de él no quedara más que un solo elemento, un elemento del cual se duda, la puntita de un fragmento, la sombra de una sombra, podemos seguir adjudicándole un sentido. Es un mensaje. El mensaje no se olvida de un modo cualquiera (…) una censura es una intención”[16].

Habiendo postulado al sueño como un texto sagrado[17] y ahora avanzando en la lógica del trabajo de su interpretación a la luz de la hipótesis del determinismo psíquico y su encadenamiento, Freud abordará a la interpretación del sueño en términos de urdimbre[18]. Y es aquí que señala que tal trabajo simbólico interpretativo encuentra su límite, un punto de incompletud, el llamado ombligo del sueño. Previamente, en una nota al pie presente en el capítulo 2, nos había regalado esta hermosa referencia: “Todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el que se conecta con lo no conocido”[19].

Ahora se referirá de manera más precisa a la dimensión inefable, umbilical del sueño en estos términos: «Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco, han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta en lo no conocido. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación tienen que permanecer sin clausura alguna y desbordar en todas las direcciones dentro de la enmarañada red de nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño como el hongo de su micelio»[20].

El ombligo del sueño, punto de detención de las asociaciones, límite al trabajo de interpretación, punto opaco respecto al sentido, quedará delimitado entonces como el lugar de lo incognoscible en la trama desde donde emerge el deseo como el hongo de su micelio.

La referencia de Freud a este asentamiento del sueño en lo no conocido será luego retomada por Lacan en varios momentos de su enseñanza, señalando allí un punto de imposibilidad que se aísla del y por el trabajo interpretativo, «La relación de este Urverdrängt, de esto reprimido originario… creo que es a eso a lo que Freud vuelve respecto a lo que fue traducido muy literalmente como ombligo del sueño. Es un agujero, es algo que es el límite del análisis. Esto tiene evidentemente algo que ver con lo real, que es un real.”[21]. Es decir, aquello contra lo que se tropieza de lo más real de la relación del sujeto soñante con el deseo y el goce, un punto de (des)encuentro estructural con una falla en el saber sobre estas cuestiones de la ex- sistencia.

En la clase 8 del 19 de febrero de 1974 de su Seminario 21, Les non dupes-errent o Les noms du père, Lacan también nos ofrecerá esta preciosa reflexión sobre el alcance de lo enunciado por Freud al respecto, con la que me gustaría cerrar el presente trabajo: “…todos sabemos porque todos inventamos un truco para llenar el agujero (trou) en lo Real. Allí donde no hay relación sexual, eso produce «troumatismo» (troumatisme) Uno inventa. Uno inventa lo que puede, por supuesto»[22].

Artículo de María Sette

 

 

[1] Freud, Sigmund, La Interpretación de los sueños, en Obras Completas, Volumen V, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, p.506.

[2] Freud, Sigmund, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, en Obras Completas, Volumen XXII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, p.7.

[3] Ibid, p. 597.

[4] Lacan, Jacques. El seminario de Jacques Lacan. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina, p.219.

[5] Ibid, p.141.

[6] Ibid, p.543.

[7] Ibid, p.169.

[8] Ibid, p.232.

[9] Ibid, p.546.

[10] Ibid, p.553

[11] Ibid, p.553

[12] Ibid, p.555.

[13] Ibid, p.553.

[14] Ibid, p.569.

[15] Ibid, pag.507.

[16] Lacan, Jacques, El seminario de Jacques Lacan : libro 2 : El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica.- 1ª ed. 11° reimp.- Buenos Aires, Editorial Paidós, 2008, p. 191-192.

[17] Ibid, p.508.

[18] Ibid, p. 519.

[19] Ibid, p. 132.

[20] Ibid, p. 519.

[21] Lacan, Jacques, Respuesta de Jacques Lacan a una pregunta de Marcel Ritter, 26 de enero 1975, Inédito. Versión digital en https://marioelkin.com/blog-respuesta-a-una-pregunta-de-marcel-ritter-jacques-lacan/

[22] Lacan, Jacques, Seminario XXI Los no incautos yerran o Los nombres del padre, Clase del 19 de febrero de 1974, Inédito, traducción de Rodríguez Ponte, Escuela Freudiana de Buenos Aires.