En “Estetizaciones y otras píldoras, I” la pregunta “¿Qué es la subjetividad?” aparece una vez entre dos que, en cierto modo, interrogan los fundamentos de la psiquiatría “¿Qué podemos decir de la articulación mente y cerebro?” y “¿Qué conocimiento tenemos de las quimioterapias psiquiátricas?” Por último, y a efectos de articular esta reflexión, señalaremos que “la materia prima” del hilo de la repetición se hace con los efectos de la experiencia estética y con sus usos, asunto que de manera implícita está entre las preguntas.
Capitalismo cognitivo es una denominación con la que los teóricos de la sociopolítica presentan las coordenadas que definen la creación de riqueza en los modos actuales de producción capitalista, formas que articulan eficazmente la producción inmaterial, cognitiva y estética, con la material siendo la primera la fuerza de trabajo que alimenta la expansión de la segunda enriqueciendo la plusvalía con aquéllos elementos intangibles que aumentan la productividad. En esta modalidad del capitalismo se ponen en valor aquellas producciones que las formas clásicas del capitalismo no consideraba objeto de explotación: los modos que constituyen las dinámicas de las comunidades y que abarcan desde los servicios (fundamentalmente salud, educación y ocio) a la alimentación, atravesados por una infinitud de prácticas vinculadas a esos modos de vida. Esta expansión de los modos, de las prácticas, no está regulada por representación alguna; está sometida a la inmediatez que resulta de la inconsistencia de los vínculos sociales, al vacío de significación propio de una estética del vacío[1], base de un vínculo social que se representa entre sensibilidades, afectos y emociones siendo estas experiencias las que configuran los modos de relación, sin amarre simbólico que las re-presente. Lipovetsky y Serroy[2] denominan estos modos sociales “capitalismo estético”, formas efímeras del lazo social que tienen la consistencia de las lógicas del consumo. Y todo esto, sin que se altere el sistema.
La valoración extraordinaria de la producción de conocimientos se hace lugar en los referentes teóricos que sostienen las tesis de los mercados del capitalismo financiero, siendo la industria farmacológica[3] el sector que realmente se activa con estos usos. La farmacología psiquiátrica es el paradigma de esta relación. Su historia reciente, vinculada a los orígenes de la guerra fría, da a ver las causas y el curso de la medicalización del sufrimiento con la consiguiente cronificación derivada de la aplicación de los correctivos químicos avalados por un diagnóstico. Así es. Al mismo tiempo, estas prácticas se aseguran la expansión del mercado abriendo el campo de las patologías que pudieran resultar de los efectos secundarios del medicamento.
Del malestar a la enfermedad pasando por la industria, claro. No es lo mismo ser un loco que ser un sujeto que cumple con las condiciones necesarias para presentarlo ante el aval de la ciencia como enfermo, aunque pierda en buena medida su condición de ser humano, de ser sujeto de derechos y obligaciones. De ser sujeto responsable, en el sentido literal del término; de responder a una subjetividad que no es otra cosa que los modos en que los seres hablantes se sujetan al lenguaje.
La locura, “lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue su movimiento como una sombra. Y al ser del hombre no solo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad” 5. Lacan habla así de lo normal, de la norma de todo ser hablante que es la falta de conexión entre lo real, lo simbólico y lo imaginario, desconexión inicial en la que la criatura humana llega al mundo. Si decimos “llegar al mundo” estamos hablando de los hechos del lenguaje, de lo que constituye sus distintas realidades o realizaciones en el Otro.
Para el psicoanálisis la subjetividad es del sujeto, más allá o más acá de las relaciones de poder y saber entre sujetos u otras instancias y de lo que otros discursos plantean como prácticas de la subjetividad, resultado de las construcciones de la historia y de las estrategias del poder. El sujeto para el psicoanálisis no es ajeno a la experiencia de lo real, por lo que la definición foucaltiana del sujeto como lugar causado por una función incesantemente modificable lo aparta de la definición del sujeto lacaniano. Foucault al apartar lo real en la construcción del sujeto propone un sujeto que dispone absolutamente de la construcción de su subjetividad, prescindiendo de la dimensión formativa del acontecimiento, del encuentro del sujeto con el goce, con lo real; plantea un sujeto ideal que dispone de su construcción. Lacan plantea el sujeto como sujeto del deseo, enganchado a lo indeterminable y causado por lo faltante, derivado de la estructura que lo predetermina y Foucault propone un sujeto efecto de las distintas sujeciones al biopoder y al margen de la pulsión de muerte. Esperanzador, sí. Pero imposible. Así, cada ser hablante hace con los pragmatismos según su constitución subjetiva, con lo que lo conforma como sujeto del deseo o de lo que pueda venir a ese lugar.
Las derivas contemporáneas de la psiquiatría biologicista ensanchan las vías sociales de la incapacitación y el campo de las nomenclaturas que establecen un diagnóstico cada vez más “rico en matices”, aunque esa certeza matizada pueda desaparecer de un plumazo en el momento en el que haya un giro económico y el fármaco adecuado deje de producir el beneficio necesario. Lo podemos ver en los históricos vaivenes del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) que curiosamente se origina en 1948 y se publica en 1952: aparecen y desaparecen categorías clínicas en función de factores sociológicos y económicos, y el vocabulario se va reajustando para evitar la evocación freudiana en la nosografía, asentándose el retroceso a las posiciones neokraepelinianas fundadas en la concepción científico-natural, taxonómica, de la enfermedad mental: a falta de una base orgánica, una base clasificatoria.
A partir de la publicación del DSM-I empieza a ser sencillo observar el paralelismo entre los movimientos de la nomenclatura patológica y sus incrementos y el lugar que la industria farmacéutica tiene en el mercado. A partir del DSM-V, el desmembramiento de las entidades clínicas es tal que “podría crear decenas de millones de nuevos y mal identificados pacientes “falsos positivos” exacerbando así, en alto grado, los problemas causados por un ya demasiado inclusivo DSM-IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones innecesarias, caras, y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido: la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental, con el resultado de que el concepto central de “trastorno mental” resulta enormemente indeterminado”[4]. Esta indeterminación no es ajena a lo que hemos referido como falta de representación en los modos sociales actuales, lo que define las pautas del capitalismo cognitivo o del “capitalismo estético”, enunciaciones que dicen del mismo discurso, el del capitalismo tardío y su formación princeps: la sociedad de control, precisamente expuesta por Deleuze[5] cuando determinando el ámbito de la responsabilidad de esta industria y las actualizaciones de los mecanismos de dominación, dice: “Los ministros competentes no han dejado de anunciar reformas supuestamente necesarias. Reformar la escuela, reformar la industria, el hospital, el ejército, la prisión: pero todos saben que a un plazo más o menos largo, estas instituciones están terminadas. Sólo se trata de administrar su agonía y de ocupar a la gente hasta la instalación de las nuevas fuerzas que están golpeando la puerta. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las sociedades disciplinarias (…) No cabe responsabilizar de ello a las producciones farmacéuticas, a los enclaves nucleares o a las manipulaciones genéticas, aunque estén destinadas a intervenir en el nuevo proceso (…) Por ejemplo, en la crisis del hospital como lugar de encierro, la sectorización, los hospitales de día, la atención a domicilio pudieron marcar al principio nuevas libertades, pero participan también de mecanismos de control que rivalizan con los más duros encierros. No hay lugar para el temor ni para la esperanza, se trata de buscar nuevas armas (…)”.
Todo se afloja, bajo control. Cualquier manifestación visual, gráfico – plástica, sonora, volumétrica o etc., se puede considerar artística; cualquier intento de adiestramiento educativo o acercamiento químico a tratar el sufrimiento se considera terapéutico, confundiendo incomodidad con enfermedad; cualquier exposición ordenada de ideas sobre el pensamiento del Otro, es filosófico… Hoy cualquier subjetividad representa la fugacidad de lo comunitario a venir, comunidades diluidas en una época en la que el sujeto se desvanece entre estímulo y estímulo, en el cauce de la acción de consumir. Cualquier subjetividad lo representa, con independencia de su ley moral. Cerramos con un fragmento de “Un poder hacer impotente”, reflexión de un artista, Javier Codesal, invitado por el Hospital de Dénia a participar en un proyecto que trata de articular arte-enfermedad: “Fui invitado generosamente a recorrer el lugar, a acceder a profesionales y enfermos y, sin embargo, me retiraba continuamente a mi habitación para dibujar. Dibujé obsesivamente una sola cosa, el nombre de la hepatitis C, que era el tema que se me había propuesto. Por supuesto, nunca hubiera llegado a lo mismo de haberme dedicado a dibujar en mi casa. Pero me llama la atención que, teniendo a mano unas facilidades inmejorables para acceder a la escena hospitalaria (eso que he pretendido y logrado algunas veces), ante eso tan positivo, mi actitud fuera de retirada.
He pensado sobre esto y creo que mi actuación intentaba evitar las rutinas estéticas y sociales que abundan cada vez más en el contexto del arte actual. El dar a ver universal. La buena voluntad de las instituciones y de los artistas tiende a producir una avalancha de trabajos y acciones que sirven más a la maquinaria cultural expositiva que a las personas implicadas en esos procesos y, en primer lugar, generan una cultura visual profesional y redundante, lo que en términos más clásicos llamaríamos academicismo.
No estoy impugnando nada, y menos todavía a nadie, pues solo delimito los bordes de mi propio trabajo y de mis dudas. En cierto sentido, únicamente fui capaz de invocar un conocimiento que se me escapa (el de las verdaderas implicaciones de la enfermedad) en el punto en que ignorancia e impotencia nos hacer ser más frágiles, aunque tal vez más reales.
No sé si cabe añadir que el camino de los artistas es solitario, como solitaria es la experiencia de la enfermedad. La diferencia, único objeto perseguido por el arte: ¿puede alcanzarse desde un programa convenido? ¿Habrá encuentro para la diferencia solitaria del enfermo con un arte programado? Lo dije antes, sólo la coincidencia de necesidades, la suma de impotencias, puede abrir un camino al lenguaje compartido por seres tan apartados como enfermos y artistas”.
Notas:
[1] En el seminario 7, La ética del psicoanálisis, Lacan propone el enunciado “estética del vacío” como lugar irreductible del significante; una estética sobre el borde de la Cosa (das Ding) sin significación que lo cubra.
[2] Lipovetsky, G. y Serroy, J. La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico, Anagrama, Barcelona, 2015.
[3] La industria dedica una parte importante de su presupuesto a la denominada “disease mongering” (promoción de enfermedades), que hace referencia al esfuerzo que realizarían las compañías farmacéuticas por llamar la atención sobre condiciones o enfermedades frecuentemente inofensivas, con objeto de incrementar la venta de medicamentos(…). Existen distintas estrategias para conseguir este objetivo: tomar un síntoma común y hacerlo parecer el signo de una enfermedad importante, definir el porcentaje de población que padece un problema lo más ampliamente posible, usar sesgadamente la estadística, etc. (TDAH , ansiedad social, disfunción eréctil), Orueta Sanchez. I REV CLÍN MED FAM 2011; 4 (2): 150-161 Medicalización de la vida (I)
[4] Allen Frances, en “Críticas al DSM-V”. Allen Frances, psiquiatra norteamericano, fue Jefe del grupo de trabajo del DSM- IV y miembro del equipo directivo del DSM-III.
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[5] Deleuze, G: “Postdata sobre las sociedades de control”, El lenguaje libertario, To 2, Ed. Nordan, Montevideo, 1991.