por Carlos H. Jorge


«El hombre es una bestia triste que necesita de prodigios para emocionarse» . Esta frase pertenece a la novela «Los siete locos» de Roberto Arlt, escritor argentino de principios de siglo y su contenido lo podemos constatar diariamente en lo cotidiano y en el diván.

El hombre soporta muy mal el ser mortal, el tener limitaciones, el no ser omnipotente, el estar expuesto a las enfermedades, a la decrepitud y a la muerte. Algunos buscan «prodigios» que les hagan creer que son eso que nunca serán. Otros buscan a los hacedores de «prodigios» para identificarse con ellos y pensar que de mayores serán «prodigiosos» (una mayoría de edad que suele no llegar nunca). Algunos otros se conforman con estar a su lado, darles la mano de vez en cuando, imitarlos, creyendo que de esta manera, por una especie de osmosis serán transportados a esa supuesta constelación superior. Los menos se analizan y terminan sus análisis convencidos que «son eso» , lo que nunca es demasiado brillante. Y algunos de esos menos también terminan sus análisis con la idea de que «son eso» pero no están dispuestos a soportarlo. Lo patético es cuando esos menos son psicoanalistas.

El psicoanalista es un hombre solo que sabe, o debería saber de la castración, que la acepte es otra cuestión, por eso cuando esto no sucede vemos como algunos psicoanalistas necesitan de un Otro psicoanalista(vivo, a los muertos se los cita como guardaespaldas de lo dicho)donde poder depositar la creencia de ese todo que no soportan no tener. Esto nos dejaría en que: «Un psicoanalista es un hombre solo y que en algunos casos necesita de un Otro(Mamá-Dios-Amo)para sobrevivir, o para soportar su condición de ser» . Esto lo podemos constatar en las instituciones, en los paradójicos grupos de independientes, en las jornadas, en los congresos, o en cualquier lugar donde se agrupen más de cuatro, pertenezcan a instituciones o no, esto no define la cuestión.

Por otro lado, están los que intentan desesperadamente colgarse todo tipo de medallas para poder ser colocados en ese lugar Otro(algunos lo logran, otros mueren en el intento) y la lucha continúa sin cuartel, caiga quien caiga, para mantenerse en los primeros puestos de «los 40 principales» .

El problema es que un psicoanalista no es una estrella del rock, ni candidato a la presidencia de ningún país; el botín, aparte de pobre y efímero, e totalmente imaginario.

Otro problema es que todo esto sucede fuera de las consultas y en general con la suficiente publicidad como para que trascienda el marco estrictamente psicoanalítico, con las consecuencias y efectos, siempre lamentables que si producen, deteriorando y muchas veces rompiendo el vínculo social, entre la comunidad psicoanalitica y otros colectivos, o con personas individuales que ven en nosotros una especie de filósofos o literatos que hablan muy bien, aunque nadie les entienda, pero cuyo método no sirve para nada en lo que a la llamada «salud mental» se refiere.

Nos guste o no nos guste, lo maticemos hasta el infinito o no, el psicoanálisis nace de la preocupación de un médico por curar y se inscribe en las distintas sociedades de los diversos países(en algunos avanza muy lentamente, se ha detenido o ha retrocedido)más tarde o más temprano con sus distintas particularidades como un método terapéutico, que sirve o debería servir para aliviar el sufrimiento mental de la gente. Si esto se rompe y en tanto que no hay analista sin pacientes, ya podemos ir escribiendo las memorias de psicoanálisis.

Un análisis puede anudarse de muchas maneras, una de ellas suele ser por medio de esa transferencia imaginaria que suele establecer una determinada sociedad, o parte de ella con una palabra, psicoanálisis , en este caso y con el colectivo que la sostiene. El sostenimiento de esa transferencia es un trabajo de todos nosotros, uno a uno, y/o agrupados en una o en diversas instituciones. Por lo tanto, lo que hagamos o digamos, juntos o separados nunca es sin consecuencias.

Por otro lado, la instauración del Otro en un momento de la cura, va a ser fundamental como lugar único donde el sujeto va a poder interrogarse sobre su existencia y el analista va a ocupar este lugar para hacer posible la aparición de la verdad de las respuestas para cada sujeto en particular. El analista ocupa diversos lugares a lo largo de una cura; el de ideal, es uno de ellos, y en algunos momentos es Dios para algunos pacientes. Una señora de 65 años me decía: -«Gracias a Usted y a Dios (en ese orden) he comenzado a vivir».

Uno sabe después de media vida en el diván, que uno no «es», sino que ocupa un lugar, de Dios de nada, a resto. Esto supuestamente, no sólo lo sabemos, sino que lo ponemos en acto en la cura. Supuestamente sabemos sobre la castración, sabemos sobre el fantasma o sobre la dialéctica del amo y el esclavo en algunas estructuras.

Lo curioso (y no digo que fuera tenga que suceder lo mismo que dentro) es que cuando estamos agrupados la lucha por ser Dios, por «a ver ¿quién la tiene más grande?», por demostrar que el Otro existe sin barrar, algunas veces es tan espectacular que uno escucha preguntas como: «¿Oye, para qué les sirvió a ustedes el analizarse?»

Cada juego tiene sus reglas y uno decide si lo juega o no, aquí no hay ingenuidad posible, no hay lugar para la inocencia, lo que no quita que algunos analistas nos sintamos muy solos al vemos rodeados de tanta gilipollez.