¿Por qué la Clínica? Laura Vaccarezza

La clínica psicoanalítica

Encontramos la clínica en el origen del psicoanálisis. Es Freud quien a partir de su trabajo con las histéricas pudo saber algo de lo que ellas le enseñaban. El amor al maestro y el deseo de saber de éste fue la conjunción óptima para el surgimiento de una teoría, la teoría psicoanalítica. Como podemos ver, desde el comienzo, teoría y clínica están unidas.

Si seguimos con atención los textos de Freud podemos constatar los avalares que esta relación teoría-clínica le llevan a recorrer.

Con sus preocupaciones, errores, repeticiones y también recomendaciones, Freud nos advierte con frecuencia sobre aquello que un psicoanalista no debe hacer y que paradójicamente, algunas veces, él hace.

Es a partir de esas fisuras, esas contradicciones, esos impases como podemos obtener una enseñanza, sobre todo la de saber que la función del psicoanalista no es tarea fácil.

Creo que se puede decir que Freud pudo saber cuando pudo escuchar, y eso se lo enseñaron sus analizantes bajo transferencia. Ellas le interrogaban con sus síntomas y él les buscaba una explicación, un sentido, con el que a veces ellas no estaban de acuerdo y le pedían que las escuchara, que no las interrumpiera y, en ocasiones, abandonaban el tratamiento.

Todo esto hace reflexionar a Freud y le lleva, a lo largo de su obra, a efectuar cambios tanto teórico como prácticos, desechando algunos métodos y afianzándose en otros. Es así cómo avanza y da forma a aquello que inventó: El Psicoanálisis.

¿Por qué la clínica?

Teniendo en cuenta este punto de partida, pienso que cada analista ha de encontrar un espacio de discusión y exposición de los interrogantes que le plantea su trabajo.

En esta confrontación el analista expone y se expone, habla de sí mismo, de su posición en tanto que tal, es decir, hace saber qué entiende por un psicoanálisis y cómo conduce una cura.

La presentación, clínica, la presentación de casos es, a mi entender, son modos que tiene el psicoanalista de trasmitir lo que entiende por psicoanálisis. Pero hay un lugar privilegiado El dispositivo del pase donde el analista puede hacer saber como devino analista en la cura, cuál fue su experiencia . Hacer de lo privado de la cura una transmisión a lo público aportando un saber particular.

Será allí donde se podrá mostrar la imbricación de dos saberes, el saber teórico y el saber clínico. El paso de la teoría por el cuerpo del analista, en tanto fue analizante, será lo que le va a permitir no hacer una repetición textual de los conceptos teóricos sino decirlos a través de su propio tamiz, de su propia experiencia del análisis. A su vez, la posibilidad de escuchar a sus analizantes desde esta posición le permitirá aprehender el saber que le es transmitido por ellos.

Es con todo esto con lo que relaciono lo que Freud nos dice: que cada caso es un nuevo caso; o cuando Lacan nos habla de la invención de un saber nuevo . Un saber nuevo y, debemos agregar, particular para cada caso, que se reinventa en cada cura.

Por esto, cada analista tendrá su propio estilo, su propio modo  de decir ese saber, su modo particular de transmitir el dicho Freudiano, transformándolo en algo inédito cada vez, único modo de avanzar en nuestra tarea.


Otros artículos sobre psicoanálisis


El análisis de los analistas. Carlos H. Jorge

Con el psicoanálisis nos encontramos con una práctica que podríamos llamar atípica, por las particularidades de su habilitación. No existe título universitario, académico, ni de ninguna especie, que otorgue facultades a alguien para SER psicoanalista, como tampoco existe un manual de enseñanza para la escucha del inconsciente, lo que es su terreno específico de trabajo.

Si bien es bastante cierto que la mayoría de los psicoanalistas, o de los que nos llamamos psicoanalistas, provenimos de la psicología o de la medicina, ninguna de estas dos carreras universitarias tienen nada que ver con el psicoanálisis, ni habilita a nada relacionado con la escucha psicoanalítica. Ni siquiera a los psicólogos formados en universidades donde las carreras han sido estructuradas alrededor de la enseñanza del psicoanálisis. No hay por lo tanto ningún agregado, como doctor o licenciado, que sostenga la palabra psicoanalista, lo que no impide que estos se puedan utilizar imaginariamente y que tengan su efecto en el circuito social.

"La formación del analista " cito a Safouan - no tiene nada que ver con la reproducción de un modelo; hay familias de médicos, de notarios o de decoradores, pero es inconcebible que se acceda al ejercido del análisis de padre a hijo."

Si a esto le sumamos que la formación del analista tampoco tiene nada que ver con la transmisión de un saber, ¿ de dónde sale un psicoanalista? En principio digamos que un analista sale del diván de otro analista, pero ¿de cuál?, hay miles de ... divanes y cada uno reclama para sí el premio al diseño.

Esta especificidad del psicoanálisis ha escrito parte de su historia en la cual no quiero perder demasiado tiempo, sólo mencionar ciertos puntos, Desde los comienzos de este siglo se ha intentado buscar una respuesta, que sea una garantía, a la formación de los analistas.

En un principio, aún vigente, se intenta dar al psicoanálisis y por ende a los psicoanalistas un marco institucional que avale su profesionalidad, su seriedad y su cordura. Se establecen normas rigurosas, mandamientos que hay que cumplir al pie de la letra para poder acceder a la profesión de psicoanalista. Entre ellas, las horas de vuelo son fundamentales: tantos años de análisis para el candidato, a seis sesiones semanales. Menos sesiones es psicoterapia. El discurso es unitario, la enseñanza, universitaria. El resultado es la formación de funcionarios del psicoanálisis que ocupando el lugar del Otro pueden llegar a desempeñar la función de guías espirituales, de jueces o policías.

Al intentar dar a la práctica psicoanalítica una categoría profesional o científica se intenta cerrar las preguntas permanentes, inherentes a esta practica, terminar con las contradicciones que son constitutivas de su Esencia.

Se confunde el deseo del analista con la persona, con la ética y el lugar. La preocupación por una supuesta seriedad profesional es tal, que una institución psicoanalítica dice en sus Fundamentos, Pautas y Requisitos de la Comisión de Admisión y Promoción de Socios: "El psicoanálisis, además de ser una ciencia del hombre, es al mismo tiempo una ideología que posee un sistema de juicios de valor y pautas de conducta que le son propias. Esto determina su identidad psicoanalítica. La identidad psicoanalítica comprende aspectos personales, éticos, científicos e institucionales".

Por otro lado: " La personalidad del analista es su instrumento de trabajo y la necesidad de la integración de su personalidad un requisito esencial, es obviamente necesario que las cualidades éticas de su conducta, citadas para la tarea analítica, rijan también las relaciones con colegas y su vida personal en general, con la adecuación a cada contexto".

No digo que esto esté bien o mal, pero una cosa es clara: no tiene nada que ver con el psicoanálisis. Porque si el psicoanalista trabaja con su personalidad y de esto depende la escucha y por ende la dirección de la cura, ¡ qué el Señor coja confesados a los pobres pacientes y a los futuros analistas que de esos divanes surgirán!

El deseo del analista, no tiene nada que ver con la persona del analista, es el nombre con el que Lacan designa un lugar en la experiencia analítica. Es una función, un lugar en la estructura de la transferencia. Lo que se juega en la escucha no tiene nada que ver con la persona, ni con sus creencias, preferencias, valores éticos o morales, ideología, religión o raza. Todo esto tiene que quedar fuera en la dirección de la cura, de lo contrario, el analista, atrapado en su propio narcisismo quedaría a merced de sus afectos cariñosos u hostiles, de sus deseos de curar, de investigar, de creerse bueno, útil, necesario; y esto no tendría nada que ver con el deseo del analista que es una función, una incógnita. Es el deseo de ocupar el enigma del deseo del Otro. Es un lugar de semblante, que permitirá tanto el desplazamiento significante, como las proyecciones fantasmáticas en el análisis.

Es en el deseo del analista de llevar un análisis a su fin y hacer que emerja el deseo del paciente, borrándose como persona, donde radica la ética del psicoanálisis.

Si se institucionaliza, corremos el riesgo de ahogarlo, de transformarlo en una especialidad que históricamente se ha intentado sea un anexo de la medicina. Dice Freud unos meses antes de su muerte: "Nunca he repudiado mis puntos de vista y los mantengo con más fuerza aún que antes, frente a la evidente tendencia de los norteamericanos de transformar el psicoanálisis en la criada de la psiquiatría".

Si se institucionaliza, también corremos el riesgo de transformarlo en una especie de religión que con una verdad de secta, forme sacerdotes (formados por los sumos sacerdotes) cortados por el mismo patrón y que a su vez difundirán una especie de catecismo psicoanalítico, supuestamente único y verdadero.

Es indudable que lo esencial para alguien que desea ser psicoanalista es llevar su análisis hasta el final.

Si bien el análisis personal no es una garantía de formación, para mí sigue siendo su pilar fundamental, y el lugar de formación, un lugar donde el deseo pueda circular, un lugar de intercambios clínicos y teóricos, donde se pueda discutir, confrontar y cuestionar permanentemente la práctica y la teoría, donde se pueda en definitiva dejar que el psicoanálisis siga manteniendo ese cierto aire de marginalidad del que depende y ha dependido en gran medida su supervivencia.

Freud inventa el psicoanálisis. Lacan lo saca del armario, lo despierta de la siesta, ahuyenta las polillas y tira las naftalinas. Yo espero que no seamos nosotros los responsables de su asesinato, porque, parafraseando a Goethe: "Lo que hemos heredado de nuestros padres, tenemos que ganarlo si queremos poseerlo" y para que esto suceda, queda aún mucho camino por recorrer.


Clínica y transmisión. Laura Vaccarezza

Transmitir la clínica psicoanalítica

La palabra transmisión viene del latín trasmittere, derivado de mittere, que quiere decir meter y significa, entre otras cosas, hacer llegar a alguien mensajes o noticias. Traspasar, hacer pasar a otro una cosa que uno posee, por ejemplo, derechos atribuciones o una herencia.

Clínica es una palabra derivada del latín clínicus y del griego Klinicus. Significa: el que visita al que está en cama; (Kline: cama; Klino: inclinarse). Se designa como clínica a la parte práctica de la medicina, o sea, el tratamiento de enfermos.

Si trasladamos estos dos términos al psicoanálisis, tenemos que decir que se trata de hacer llegar, de pasar a otro un saber sobre una clínica que no es precisamente médica, aunque el psicoanálisis haya heredado esta misma palabra para nombrar su práctica. La clínica psicoanalítica no es ni médica ni psiquiátrica, es una clínica de la escucha, una clínica del discurso, una clínica del objeto. Si precisamos un poco más podemos decir: Es la escucha de un saber transferido al analista.

¿Cómo transmitir a otros analistas algo de la experiencia de nuestra práctica?

¿Cómo hacer un pasaje de algo privado (aquello que acontece en un análisis), a lo público? ¿Cómo no caer en hacer de ello el relato de un cuento entretenido o una anécdota más o menos dramática? ¿Cómo evitar lo que tiene de exhibición, de escena primaria, a la mirada del público?

Estos y seguramente muchos otros son los riesgos y las dificultades que se nos plantean cuando de clínica se trata.

La exposición de casos clínicos es, a mi entender, una de las posibles vías para la transmisión. Sin duda hay otras, en primer término: el análisis del analista, fundamental para el ejercicio de una práctica, ya que es didáctico en sí mismo. El control, en que el analista habla de su práctica, demandando un saber sobre la misma. Quiero destacar el pase como un momento crucial del análisis, ya que es el momento en que se produce el pasaje de analizante a analista. Si este paso no fue dado en la cura, difícilmente se podrá acompañar a un analizante hasta el fin de su análisis. No me refiero a estos requisitos que mencioné como pasos a realizar en una escala burocrática, institucionalizada y refrendada con títulos y certificados, es otra cuestión.Estos tres momentos de la formación son fundamentales. Luego, el analista da pruebas de este recorrido en otros lugares. Da cuenta de su trabajo y lo confronta con la comunidad de analistas. Este es el segundo momento de la autorización. El analista se autoriza por sí mismo y ante los otros.

Vuelvo al punto que me interesa resaltar, ¿Cómo decir la clínica? ¿Cómo presentarla?

Me parece que un modo de avanzar en nuestro discurso es, tal como nos lo transmitió Freud, reconociendo los fallos, no dando nada por sabido y tomando cada caso como un nuevo caso; podremos así sacar algunas conclusiones. 

Decir la clínica

Se puede  plantear un fragmento de discurso como ejemplificador de una cuestión teórica que nos interese trabajar, tomar algún punto ciego en una cura y trabajar sobre él. Pero creo que lo que sobre todo hay que saber, cuando se trata de una presentación clínica, es, al menos es así como yo la pienso, que lo que se dice no es la cura en sí mima, sino que es la cura dicha por un analista. Es más: algo de esa cura toca al analista y le hace hablar, le hace interrogarse, cuestionarse. Allí digo que hubo transmisión. Algo de ese analizante tocó al analista y lo puso a trabajar. Algo de lo que ese analista diga públicamente tocará a uno, dos o no sabemos cuántos y los pondrá a trabajar, a interrogarse. Si, tal como lo planteo, la transmisión es un efecto de discurso y, agrego, un efecto de discurso bajo trasferencia (trátese de transferencia en la cura o de transferencia de trabajo) los efectos de este discurso están bajo la égida de las formaciones del inconsciente. Lacan dijo:

"no hay formación del analista sino formaciones del inconsciente".

Nueva ficción entonces de un Sujeto supuesto saber hacer, en este caso ficción que, como el análisis, desvela una verdad particular para cada sujeto. La ficción de la presentación clínica permitirá, tal vez, pasar algún saber.

Para concluir, siguiendo a Freud y Lacan, creo que si hay algo que se transmite, si hay transmisión, ésta es en acto, y el acto por excelencia es el acto analítico. Este acto logrado, siempre fallido, nos deja una enseñanza. Ésta es que en cada acto algo se pierde y, justamente por eso, porque se pierde, es por lo que habrá en otro momento, en otro lugar, y nunca del mismo modo, otro acto que lo suceda. Eso que "no tenemos" y "que no somos" que pasamos a otros será causa de  nuevos encuentros.


Otros artículos psicoanalíticos


La comunidad lacanohablante y la escuela del Deseo. Norberto Ferrer

por Norberto Ferrer

Nos encontramos hoy, otra vez en París, en el cuarenta y dos Coloquio Interasociativo de Psicoanálisis, para reflexionar sobre la enseñanza de Lacan 50 años después de su muerte. Hemos consumido ya la tercera parte del siglo XXI, estamos en el año 2031 y lo real aún insiste. Se impone nuevamente una reflexión acerca del movimiento psicoanalítico mundial y de sus andaduras. El paraíso perdido de "La Escuela" encuentra sus marcas históricas en la disolución realizada por Freud de la pequeña Sociedad de analistas de Viena en 1907 y en la otra gran disolución de 1980 de la Escuela Freudiana de París, efectuada por Lacan. A partir de ese momento, un Big-bang institucional conmocionó el escenario psicoanalítico y numerosas asociaciones comenzaron a surgir. El poder cohesionador del maestro-jefe había desaparecido. Las identificaciones especulares yoicas entre analistas, soporte estructural de los amores y odios entre hermanos, ya no fueron sostenidas por Lacan, que encarnaba el modelo o ideal de cada analista. Sus discípulos directos, los que vieron sus caras (y no en fotos de algún álbum familiar), los que oyeron su voz o tocaron de alguna manera su cuerpo, reprodujeron sin cesar la fiesta totémica, fundando escuelas y asociaciones donde un nuevo ideal comenzó a surgir. El nuevo espejismo de la comunidad lacanohablante , nuevo cuerpo social imaginario, capaz de anticipar con un "pase de entrada" o con una representatividad y autorización interesada, una maduración analítica rápida, efectiva y excepcional. Los múltiples intentos por unificar o uniformar una institución analítica fracasaron.

A finales del siglo XX se postuló que las distintas asociaciones psicoanaliticas locales, de ciudades, podían funcionar, frente a las organizaciones de países, internacionales o intercontinentales, como los múltiples cárteles de una sola institución . La experiencia provocó en principio un efecto de producción. Los "más uno" utilizaron su ascendiente transferencial para ser "Uno en más" dentro de las asociaciones supranacionales. Esta nueva decepción provocó más divisiones, cambios y transmigraciones de analistas.

Ya en los albores del siglo XXI, y a partir de la postulación de que un analista representa a una asociación para otro analista, se instauró el pase interasociativo , a través de un sistema de sorteos que permite la selección de pasantes, pasadores y jurados en las diferentes asociaciones participantes de esta experiencia. Este pase no es nominativo, pero el acto de pasar marca al analista de cada institución y a cada asociación de los diferentes analistas. Marcas migratorias, exilios inevitables que denuncian constantemente al analista y a la institución la imposibilidad y la impotencia de sus discursos, marcados por lo real.

El pase, como la vida, también es un viaje. Como en el análisis, es falsa la opción excluyente de terminable o interminable . El aspecto terminable del pase se manifiesta en el análisis, donde el pasaje de analizante a analista encuentra, en la travesía del fantasma y en el fin del análisis, su modelo y su resolución. El aspecto interminable del pase se produce frente a los otros de la comunidad analítica, en las asociaciones, donde cada acto renueva la instancia de pasar.

Las interminables destituciones institucionales renuevan la apertura transferencial de un psicoanalista hacia los textos y los trabajos de otros psicoanalistas. Transferencia a la letra viva del otro ausente.

"La" institución no existe , lo que no impide amarlas una a una, lo que no impide sostenerlas como nuestro síntoma, lo que no impide dejarlas.

En este coloquio, que así como el Lacanoamericano nació con vocación internacionalista, cada año son más las asociaciones que se reúnen: instituciones de diferentes ciudades, interasociativas de distintas ciudades y países, asociaciones nacionales, internacionales, fundaciones, cárteles, centros, círculos, federaciones, seminarios, etc.; todas intentando echar luz sobre la difícil articulación y anudamiento entre la teoría, la práctica y la institución que se padece.

Si la Asociación Internacional de Psicoanálisis (I.P.A.) fue el síntoma de lo que Freud esperaba de ella y lo real es la respuesta sintomática de Lacan a Freud, esta fragmentación en innumerables y diferentes asociaciones y experiencias psicoanalíticas, se ha afianzado como reacción sintomática inevitable y próspera de los analistas de hoy al real de Lacan .

Lo anunciaba Lacan en "La tercera" de 1974: "...todo depende de si lo real insiste. Para ello es necesario que el psicoanálisis fracase. Hay que reconocer que va por ese camino y que, por lo tanto, tiene aún grandes posibilidades de seguir siendo un síntoma, de crecer y de multiplicarse ". De esta multiplicación tenemos aquí la prueba.

Ya ninguna asociación psicoanalítica, sea ésta nacional, continental o mundial, puede representarse a sí misma, así como ningún significante lo hace, sino por oposición o diferencia. Tal como ocurre con los significantes, el valor del progreso del psicoanálisis sólo puede ser el resultado de las relaciones de oposición y diferencias entre las distintas experiencias de vínculos sociales.

Solamente la combinación y convivencia de esas diferencias han alimentado el deseo de escucharnos, sabiéndonos condenados al desencuentro.

Sólo las instituciones analizantes , en su caso por caso, en su irrenunciable pasaje del imaginario sujeto del saber al inquietante lugar de la falta, pueden ser lugar de paso y del pase de cada psicoanalista.

La única escuela en la que "el sujeto se manifiesta en su hiancia, a saber, en lo que causa su deseo", sigue siendo la del análisis, y las mejores formaciones, las del inconsciente. El análisis es la escuela del deseo donde los cuatro discursos, marcados siempre por la imposibilidad y la impotencia, y sus respectivos deseos se ponen en juego. El deseo universitario de Ser todo saber , o el del amo como deseo de prestigio , mutan primero al histerizado deseo de saber y por fin pasa , si todo termina bien, al deseo de deseo . Deseo de deseo que es al fin el deseo del analista. Deseo de que el analizante desee...lo que sea.

Mis "mejores deseos" para éste y los próximos coloquios. Gracias.


La gula del "superotro". Norberto Ferrer

por NORBERTO FERRER

"...la voz a ti debida."

Gracilaso de la Vega

Freud introduce muy tarde en su obra el término superyó. Es en El yo y el ello,(1) de 1923, donde plantea su segunda división tópica o estructural de la psique, formada por tres instancias: el yo, el ello y el superyó. El concepto de superyó como instancia crítica y moral que juzga y censura al yo se encuentra en el desarrollo teórico freudiano mucho antes bajo la forma de censura. Esta censura, que Freud localiza en el sueño, puede actuar de manera inconsciente, al igual que el sentimiento de culpa, desempeñando la función de prohibir la realización y la toma de conciencia de los deseos. Los autorreproches de la neurosis obsesiva y de la melancolía, los delirios de observación y el duelo patológico llevaron a Freud a plantear dentro del psiquismo una parte que adquiere para el sujeto función de juez y que incluso se vuelve contra sí mismo.
Para Freud, la formación del superyó concluye con la declinación del complejo de Edipo —que implica la renuncia a los deseos edípicos amorosos y hostiles— y con las aportaciones de las exigencias sociales y culturales. Se estructura una ley de interdicción y corte que se contrapone a la inercia de un ideal de goce absoluto y soberano del deseo materno. Escribe Freud en 1932, en las Nuevas conferencias de introducción al Psicoanálisis,(2) que el establecimiento del superyó se considera una identificación lograda con éxito de la instancia parental y no de personas:

“…el superyó del niño no se identifica en verdad según el modelo de sus progenitores, sino según el superyó de ellos; se llena con el mismo contenido, deviene portador de la tradición, de todas las valoraciones perdurables que se han reproducido por este camino a lo largo de las generaciones”.

En El malestar en la cultura,(3) Freud relaciona el amor al padre —que reaparece en el remordimiento relacionado con el crimen edípico— con el surgimiento del superyó por identificación con el padre. Ahora el sujeto posee el derecho y el poder de castigar y de imponer restricciones que poseía el padre.
Aunque Freud sostiene que el superyó es portador del ideal del yo, no hace una distinción sistemática entre ambos términos.
Freud define al ello como una instancia psíquica con afán ciego de satisfacción pulsional sin consideración alguna. Sobre el ello se asienta el yo, es decir, la proyección psíquica de la superficie del cuerpo y todas sus percepciones (figura 1). Lacan rescata esta hipótesis cuando construye su Estadio del espejo como formador de la función del yo,(4) a partir de la identificación con la imagen especular del otro. Para Lacan, el yo es una formación imaginaria donde el sujeto se aliena a sí mismo, transformándose en el semejante y en este aspecto sostiene que el yo tiene una estructura paranoica con su ilusión narcisista de dominio. El yo se opone al concepto de sujeto que es un producto de lo simbólico.
Freud dibuja dos gráficos de esta nueva concepción de la estructura psíquica: el primero en El yo y el ello (figura 1), donde no dibuja el superyó; y el segundo en las Nuevas Conferencias… (figura 2)

FIGURA 1 (1923)

FIGURA 2 (1932)

En el primer esquema resalta en el yo, desarrollado a partir de las percepciones, “un casquete o placa auditiva” como receptora de las voces de los otros del mundo exterior. En el segundo esquema subraya que el superyó se sumerge en el ello y que “como heredero del complejo de Edipo mantiene íntimos nexos con él.”

 

LOS ASPECTOS REAL, IMAGINARIO Y SIMBÓLICO DEL SUPERYÓ

Lacan crea un sistema de clasificación triádica para comprender el psiquismo humano: lo real, lo imaginario y lo simbólico. Aunque se trata de tres órdenes o registros heterogéneos, cada uno de ellos se define con referencia a los otros dos en una interdependencia estructural. Esta concepción permite descifrar los avances teóricos freudianos y establecer una nueva posición clínica.
Para representar la estructura subjetiva del hablanteser, Lacan dibuja el nudo borromeo (figura 3), que consiste en una cadena de tres anillos eslabonados de tal modo que, si se corta uno cualquiera de ellos, los tres se separan. Este anudamiento de lo real, lo imaginario y lo simbólico ilustra la interdependencia de estos tres órdenes, y permite investigar qué es lo que tienen en común.
Años después Lacan agrega un cuarto anillo al que llama sinthome S, es decir, el significante del Nombre-del-Padre, ya en su función de Metáfora Paterna, que anuda a su vez las tres consistencias RSI, y que es la función propia del anudamiento que permite la relación sexual, siempre sintomática y fantasmática.
En cuanto al superyó, también podemos descifrar la articulación de los aspectos real, imaginario y simbólico que operan anudados. El aspecto real, pulsional, del superyó es la voz humana,(5) a la que los oídos del niño, siempre abiertos, sin párpados posibles, están expuestos desde el nacimiento; el aspecto imaginario del superyó se compone de las diferentes imagos que el sujeto crea de la autoridad parental coercitiva; y el aspecto simbólico del superyó es la asunción de la ley de prohibición del incesto. Este anudamiento superyoico fuerza al sujeto (hombre o mujer) a abandonar el goce incestuoso materno, que será, por siempre, goce imposible, dirigiendo al sujeto al placer y al goce fantasmático o fálico.

FIGURA 3. NUDO BORROMEO

LO REAL

“Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer.”
Rima 3, G. A. Bécquer

La voz del Otro, como objeto parcial de un primer goce, excita la zona pulsional (el oído), instaurando la pulsión parcial invocante (postulada por Lacan junto con la pulsión escópica).
Freud anuncia que “la energía de investidura del superyó la aportan las fuentes del ello”,(6) y qué mayor energía que la que brinda la pulsión invocante: “el superyó no puede desmentir que proviene también de lo oído…” Lo oído, en principio, es la voz, y será ésta también el soporte de las representaciones-palabra (conceptos, abstracciones), significantes que podrán significarse en la medida en que la estructura del sujeto se vaya construyendo. Esa voz primera omnipotente, presencia sonora sin nombre, sin palabra, sin freno simbólico, inquietante y enigmática, que expone al infans a las sensaciones más gratas y a las más desgarradoras, inaugura una vivencia que Lacan define como goce, un más allá del principio del placer, una mezcla de satisfacción inútil e insatisfacción mortificante, de bienestar y de malestar, que marca en el sujeto infantil la impronta del superyó, el aspecto real del superyó. Este aspecto real de goce no metaforizado dibuja una figura imaginaria del superyó que Lacan define como “obscena y feroz”.
Este aspecto real nos remite a la tesis de Melanie Klein sobre los orígenes maternos de una forma arcaica de superyó.
Los orígenes acústicos del superyó comportan, en primer lugar, la huella de esa voz como presencia del deseo y de la voluntad impositiva del Otro, un Otro que aparece como arbitrario, insensato y tiránico frente la indefensión del infans que está expuesto al Deseo de la Madre antes de que este deseo se metaforice (en la Metáfora Paterna) por el significante del Nombre-del-Padre, que es quien limita el goce incestuoso. Pero este significante del Nombre-del-Padre, ya en su función de Metáfora Paterna, es insuficiente para operar sobre todo el goce —sobre el opaco e inabordable real—, el goce Otro barrado y el goce suplementario femenino (Otro goce). Lo que resta de ese goce no metaforizado es el aspecto real del superyó. Los orígenes acústicos del superyó comportan, en segundo lugar, la voz como objeto de goce de la pulsión invocante (y es aquí donde el superyó se sumerge en el ello). En tercer lugar, la voz como soporte de lo simbólico, es decir, de los significantes o las representaciones de palabras y sus contenidos que también provienen de las percepciones auditivas.

LO IMAGINARIO

El aspecto imaginario del superyó está forjado por todas aquellas imagos que genera la dramática edípica, y que pueblan el mundo imaginario del sujeto: los censores severos, los tiranos persecutorios, las brujas devoradoras, muy bien ilustrado por las madrastras y los ogros de los cuentos infantiles, que tanto emocionan a los niños al sentir interpretados sus sentimientos y fantasías. Son todas las figuras inquietantes representadas por “madres” que desean reintegrar a los niños a sus vientres y poseerlos como objetos eróticos de su capricho. O “madres” que castigan el anhelo seductor de las niñas por un padre-príncipe azul, salvador de las fauces maternas. Son los gigantes y vampiros, dioses o reyes que amenazan con cortar las aspiraciones masculinas y con los que se establece una lucha sin cuartel, que el varón necesita ganar imaginariamente. Debe matar al monstruo-padre para elaborar su rivalidad, su odio y la culpa consecuente que lo hará identificarse con la prohibición incestuosa paterna. En un cuento relatado por un niño analizante, un personaje llamado:

“Pepito-lobito va a buscar, a ver lo que hay en todos los lugares, en todos los mundos, pero lo pueden matar. El Rey-Dios le dice: ‘¿Cómo te has atrevido a entrar en mi mundo?’ Le pega un tortazo y el lobo lo ataca. Pelean, se golpean y el Rey huye diciendo: ‘¿A que no me pillas…?’. ”

El Rey-Dios, omnipotente y amenazante, ya que en un principio puede matarlo, termina huyendo cobardemente de los golpes y el hambre del lobito, ahora transformado en un atrevido lobo que, ávido de buscar y ver todos los mundos, entra y ocupa el mundo del Rey-Dios. A partir del tortazo que el Rey-Dios le proporciona, hecho que nos recuerda el “golpe” simbólico paterno en Pegan a un niño, el niño necesita medirse imaginariamente con su padre, atacarlo, pelear, golpearse y al fin vencerlo.
El niño-lobo devora a su padre real, se identifica imaginariamente con él (ahora el niño es el Rey-Dios-Padre, con su fuerza y su poder), pero la culpa consecuente por haber eliminado a quien ama y necesita para poder identificarse como hombre, instaura el tabú del incesto y el sometimiento y devoción al simbólico superyó-totem.(7)
En su aspecto imaginario, el superyó es un imperativo insensato, ciego, tiránico, es el Otro que le ordena al sujeto gozar; es la expresión de la voluntad de goce del Otro, es una figura obscena y feroz que impone una moral opresiva, cuando no destructiva: ¡goza, sufre y disfruta de tu castración!
En la melancolía, observa Freud, esa voz descarnada y cruel “se abate con furia inmisericorde” sobre el sujeto. En el delirio de observación, los pacientes oyen voces que los acechan persecutoriamente para sorprenderlos y castigarlos. La voz de la conciencia en la neurosis obsesiva juzga y castiga a través de penosos reproches infundiendo enormes sentimientos de culpa y rituales expiatorios. En la histeria, la voz de la madre reclama para sí a la niña como objeto hipotético de satisfacción, generando en la pequeña una dramática situación de estrago. En la creencia delirante del perverso, éste cree poder alcanzar el goce del Otro identificándose con el objeto que le falta a ese Otro y para cuyo goce ejerce su acción.

LO SIMBÓLICO

Decíamos que la voz es también soporte de lo simbólico, es decir, de los significantes o las representaciones de palabras y sus contenidos que también provienen de las percepciones auditivas y, agrega Freud, de la enseñanza y la lectura.
Aquí es el superyó simbólico que habla, es la voz irracional de la conciencia. También dice: ¡goza!, ve más allá del principio del placer que te empuja al incesto y al parricidio, sufre la insatisfacción de esta prohibición incestuosa y disfruta de la satisfacción de seguir vivo y deseando.
Este mandato estructural a gozar, como con un apetito insaciable, es lo que Lacan denomina la gula del superyó.(8) Nombro en este trabajo al superyó con el neologismo de superOtro para subrayar la dependencia total de los sujetos a esos otros y a los distintos aspectos reales, imaginarios y simbólicos de esos otros, con los que el sujeto se va a identificar.
El aspecto simbólico del superyó sostiene la ley de prohibición del incesto que como estructura simbólica regula la subjetividad e impide su desintegración. Normaliza el deseo.
La función simbólica del superyó consiste en reprimir el deseo sexual que suscita la madre y el deseo de parricidio. Transforma el goce Otro —que es la suposición del deseo incestuoso satisfecho— mortificante, en goce fálico, propio de la palabra, el deseo y la producción. Un niño, sumergido aún en el pozo de embeleso del amor incestuoso materno, cuenta un cuento:

“La luna es mi amada, por la noche mi corazón late; ¡qué guapa es la luna!, por la noche mi corazón late. ¡Ay!, que me caigo en el pozo, que alguien me ayude, ¡socorro!”

El llamado de auxilio al padre y al aspecto simbólico del superyó, que prohíbe permanecer “con la guapa y amada luna”—que por la noche hace batir su corazón— en el pozo sin fondo del incesto, se hacen aquí evidentes.
El superyó ajusta el fin (que es la satisfacción) y el trayecto de la pulsión con su mandato de ¡ve a gozar!, promovido por el aspecto real e imaginario. El aspecto simbólico prohibirá que ese objeto de goce sea la madre. Es es este sentido en el que Freud sostiene que el superyó es el heredero del complejo de Edipo.
Será función del ideal del yo proporcionar las coordenadas que permiten al sujeto asumir una posición sexual como hombre o como mujer. El ideal del yo acomoda el objeto a la pulsión: ¿con qué gozar?, ¡con ese objeto! El ideal del yo gesta y dirige la sublimación, es decir, los ideales, las normas y los valores.

EL SUPERYÓ EN LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA

La adecuada o inadecuada articulación o anudamiento del complejo puzzle del superyó, con sus aspectos real, imaginario y simbólico, se evidencia en la clínica. Una analizante habla de su madre:

“No deja de perseguirme, es una voz permanente que me reprocha, que me tortura. Es un acoso que no me deja en paz, un agobio. Como en un diálogo conmigo misma, le digo: ‘ya lo sé, deja de molestarme, ahora vete’. Pero vuelve. Siempre vuelve. Es una obsesión. ¿Cómo detengo esa voz?”

Una hija de 28 años dice de su madre:

“Mi madre quiere mi vida para ella. Cuando yo era niña, y luego de joven, casi no me quedaba sitio para probar lo que yo quería sin estar bajo el control de mi madre. Aún hoy, cuando me llama, lo que siento es rabia, frustración e incapacidad. Me encuentro muy mal, casi no puedo hacer nada, me paraliza la mente. Me pierdo y es como si desapareciera. Mi madre sentirá, por su propia insatisfacción, que yo le hago daño por insuficiencia. Ella siempre quiere más, siempre es insuficiente lo que yo le doy. Me consume su exigencia. Escuchar lo que dice mi madre es para mí como una calamidad que no me permite vivir.”

Una joven de 19 años hace un pacto de sangre con una amiga, sabiendo que ésta padece de Sida, y se contagia. Este gesto de “amor sin barreras” es la expresión de un goce mortífero, reflejo del goce incestuoso materno. En este caso, la joven actúa el mandato de gozar del aspecto real del superyó, acompañado de una imago omnipotente, donde el amor y la muerte se confunden en una fusión alienante, en un pasaje al acto fatal. El aspecto simbólico del superyó, como instancia que prohíbe la ilusión del goce incestuoso, no cumple su función.

Un niño de diez años se muestra agobiado por pesadillas, tics y, sobre todo, por lo que él llama una manía, una voz que lo tortura:

“Esa cosa me dice cosas terribles: que me haga daño, que me clave un cuchillo, que me tire a una piscina vacía, que me tengo que morir, que mate a mi hermana… La oigo más cuando estoy solo, como si fuera mi mente o un pensamiento, es horrible —en el colegio no le ocurre tanto. El niño agrega—: ¿Te puedo decir una cosa?, pasó algo horrible con mi hermana, pero no pasó nada. Cuando era muy pequeña le puse una moneda en la boca. Otra vez, cuando mi hermana tenía dos años, la vi en la cocina sobre un taburete con un cuchillo debajo del brazo y no le dije nada.”

Durante su relato se perfila en su rostro una expresión de goce que recuerda la del Hombre de las ratas en la descripción del suplicio de las ratas.
Las imposiciones y autorreproches obsesivos se vehiculan a través de una voz que no tiene la crudeza de la alucinación psicótica: “esa cosa” le dice cosas terribles, es esa cosa que dice, y no la voz desnuda. En su teoría sobre sus síntomas, el niño vuelve a relativizar la crudeza de lo real de la voz escuchada agregando: “como si fuera mi mente o un pensamiento.” Es la voz matizada, sofocada por el aspecto simbólico del superyó. En el colegio no le ocurre tanto, ya que el continente simbólico mitiga su tortura imaginaria.
Un analizante joven habla de su continua paradoja:

“Me sobra tanta libertad como muros construyo a su alrededor, tanta como excusas invento con ingenio y perversidad para no dejarme ser. Yo soy mi propio verdugo, mi propio censor. Lucho por y contra mí mismo.”

Otro analizante de 19 años, que sufre una neurosis obsesiva, expresa que se siente vacío y ausente de sí mismo, dice que no sabe nada y que no razona, y que sólo aparenta para demostrar a la gente que él sabe. Se describe como “todo fachada” y que no ha sido protagonista de su vida:

“Todo lo que hago es por obligación. Existo pero no estoy existiendo, sé que soy yo sin ser yo. Me limito a actuar como si una cámara, que sé que no existe, me observara y yo representara para ella, lo que hace que nunca haya podido ser yo. Me he montado una historia aparente. Soy todo un montaje. Vivo sin vivir en mí, vivo en un sueño.”

Podemos decir con Lacan: “él se siente excluido, fuera de su propia vivencia, no puede asumir sus particularidades y sus contingencias”, es el “testigo, alienado, de los actos de su propio yo”.(9) Continúa el analizante:

“Soy como un niño, me tienen que decir qué es lo que tengo que hacer. Todo me supera, todo es obligación y presión. Siempre me he sentido obligado a todo, desde pequeño. Soy un robot.”

Obediente y dependiente del deseo de su madre hace una identificación fálica imaginaria con ella:

“ella soy yo, ella lleva a todos y yo me he dejado llevar. Tengo los genes de mi madre, soy hasta el noventa por ciento mi madre. Me siento observado, es como si una voz me dijera que tengo que ser el mejor siempre. Mi madre me da ocho mil consejos al día, consejos sobre salud: abrígate la garganta que te vas a enfriar, me vigilaba en todo lo que hacía, no me dejaba en paz. Me razonaba ella por mí, me he dejado razonar.”

Proclive a cumplir el deseo y la voluntad de su madre, en una suerte de pacto incestuoso, se sumerge en un goce mortífero que lo limita y empobrece. La ausencia del padre, la hostilidad hacia él y el sentimiento de culpabilidad completan el cuadro. La insuficiencia del aspecto simbólico del superyó deja al sujeto a expensas de una voz y de un imaginario ojo-cámara, omni-voyeur, que lo anula como sujeto y lo sitúa en posición de objeto inanimado.

Un analizante psicótico describe las voces que lo acechan:

“ellos me persiguen, ellos quieren saber, me controlan la mente y empiezan las voces, y eso no hay quien lo aguante. Son como conversaciones, y también palabras sueltas: ¡fuma!, ¡gay!, son como órdenes e insultos”.

El analizante lo relaciona con las peleas familiares y con otra crisis padecida hace seis años.

“A veces mis padres hablan telepáticamente. Dicen: que no me vaya de casa, o que haga lo que quiera. Lo relaciono con alguien a quien ellos pagan o con quien simpatizan para que vaya a por mí, o me hagan la vida imposible a través de las voces. Otra voz externa dice: ¡a lo legal! Las voces interiores me preguntan como si estuviera en un juicio y tengo la imagen de que el público se ríe. Hay otra voz externa que dice: ¡es un idiota!”

Voces, voces telepáticas, voces interiores, voces externas, voces… En este analizante la ausencia del significante del Nombre-del-Padre en su función de Metáfora Paterna, como instancia simbólica reguladora del superyó, deja al sujeto a merced del torbellino de voces e imagos persecutorias, dañinas, demoledoras.(10)

BIBLIOGRAFÍA

(1) Freud, S. El yo y el ello O. C. , vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu ed., 1992.
(2) Freud, S. (1932), Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (31 Conferencia: la descomposición de la personalidad psíquica ), O. C., vol. XXII Buenos Aires, Amorrortu ed., 1993.
(3) Freud, S. (1930), El malestar en la cultura, O. C. , vol, XXI, Buenos Aires, Amorrortu Ed., 1992.
(4) Lacan, J. (1995), El estadio del espejo como formador de la función del yo, tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica Escritos I, México, Siglo XXI ed., 1995.
(5) Ferrer, N. (1991), "La voz humana", Apertura, Cuadernos de psicoanálisis nº 6, Barcelona, 1991.
(6) Lacan, J. (1977), "Televisión", Psicoanálisis, radiofonía y televisión , Barcelona, Ed. Anagrama, 1977.
(7) Freud, S. (1912), Tótem y tabú, O. C., vol. XIII, Buenos Aires, Amorrortu Ed., 1993. (4) Freud, S. (1923),
(8)Agradezco a Maite Cuartiella Michavila su amable colaboración al autorizar la publicación de este material clínico.
(9)Lacan, J. (1991), "El mito individual del neurótico", Intervenciones y textos I, Buenos Aires, Ed. Manantial, 1991.
(10) Ferrer, N. (1992) "La casa del padre", Apertura, cuadernos de psicoanálisis, nº7, Barcelona, 1992.


El tratamiento psicoanalítico y los síntomas actuales. Norberto Ferrer

por Norberto Ferrer

La enfermedad “habla”, y si el sujeto enfermo en su agobiante mortificación puede asumir su mensaje y pedir ayuda, inicia allí, por la vía regia de una confianza transferida al psicoanalista, un camino que la antigüedad consagró con la recomendación: “conócete a ti mismo”. Es por la fuerza irrefrenable de los dolorosos síntomas, de las empobrecedoras inhibiciones o de la angustia paralizante y voraz por lo que ve la luz la verdad subjetiva que el síntoma contiene.
Pero las manifestaciones sintomáticas de esa verdad varían con los tiempos y con los cambios sociales y culturales. Hoy, infinidad de siglas y acrónimos diagnósticos (TOC, TAB, TDA/H, TLP ….) pretenden darle una confusa identidad estructural a los síntomas actuales, que no son ni más ni menos que las versiones corregidas, aumentadas, distorsionadas y siempre estigmatizadas de las mismas verdades y contenidos subjetivos que trastocan la vida de los niños, mujeres y hombres que sufren.
En el tratamiento psicoanalítico se escucha y atiende la demanda que el forzamiento de los síntomas eventualmente le permite hacer al sujeto o a la familia, si se trata de un niño. Se inicia así un proceso de conocimiento y cambio que no sólo mitiga el dolor del analizante, sino que le permite también asumir sus contradicciones, sus deseos propios, su saber inconsciente y, en especial, los determinantes que lo llevaron a padecer y a sostener ese sufrimiento sintomático. Con la propuesta de hacer una articulación teórico-clínico-institucional, indisociable e indispensable para el quehacer psicoanalítico, en estas Jornadas (y desde hace 20 años en todas las Jornadas de Clínica Psicoanalítica realizadas) participan activamente instituciones y profesionales de la salud de toda España.
(Texto introductorio de las XIX Jornadas de Clínica Psicoanalítica, celebradas en Barcelona en noviembre 2011)


Efectos terapéuticos del tratamiento psicoanalítico, Norberto Ferrer

por Norberto Ferrer

Tanto en el campo de la terapéutica como en el del conocimiento, el Psicoanálisis promueve el encuentro y la obtención de un saber inédito. Un saber que interroga y cuestiona las "verdades intocables" del sujeto singular, así como las de la Filosofía, la Sociología, la Religión, el Arte, la Literatura, etc.
El Psicoanálisis aporta luz al sujeto para afrontar el malestar actual en la civilización, que atenta gravemente contra los pensamientos, los sentimientos, la creatividad y el deseo particular de cada mujer y de cada hombre. Dicho malestar empuja o bien a ser activista ciego en las filas de una robotización tecnocrática que anula al sujeto humano (con adicciones diversas y "soluciones farmacológicas para todo"), o a abrazar ideales fundamentalistas (políticos, religiosos, económicos, etc.), siempre alienantes.
El tratamiento psicoanalítico –la cura por la palabra– otorga un amplio margen de libertad al sujeto que padece, cautivo y desconcertado hasta entonces por un sufrimiento mortificante, insistente y repetido que oprime y limita su vida.
Descubrir lo que se ignora de uno mismo –ya que es inconsciente– permite saber y asumir, con respeto y dignidad, esas carencias y verdades que marcan y determinan nuestra historia, así como modificar las relaciones fallidas o fracasadas con los otros.
Quien se pregunta por el motivo de su padecer y puede hacer el trabajo de un análisis, en un viaje al interior de lo que cree ser, va dejando por el camino las respuestas limitativas y engañosas, como: "Es mi destino", "yo soy así", "es mi carácter", "no puedo cambiar", "es mi camino de espinas", "nadie me entiende". Abandonará entonces la creencia en su "cruel destino" de repeticiones inapelables, cambiando con valentía esa reiteración dolorosa –aunque conocida– por una vida deseante, alegre y constructiva.
(Texto de presentación de la Jornada "Efectos terapéuticos del tratamiento psicoanalítico", realizada en Barcelona en febrero 2010)


La juventud en las redes. Norberto Ferrer

por Norberto Ferrer


No hay jóvenes ni tampoco viejos como grupos estables; todos somos

hombres que envejecemos y que estamos de paso en una época 
de la vida. Siempre hay jóvenes y viejos de todas las edades.
GIOVANNI PAPINI

El psiquismo humano teje su subjetividad en el tiempo de la infancia. Esta construcción subjetiva está inmersa en la red familiar y social, que aporta al niño una historia compleja y relaciones estrechas de amor y deseos para su necesaria identificación. Ser como mamá, tener lo que tiene papá, tener lo que tiene mamá y ser como papá preparan al sujeto para la vida anudando una dependencia imprescindible en el crecimiento y desarrollo. Por una parte se inscribe el amor y el deseo de la madre, marcado por un interés particularizado por sus propias carencias,(1) que en su alienación primordial gesta el narcisismo humano. Por otra parte se inscribe la intervención real y simbólica del padre, cuyo nombre es el vector de una encarnación de la ley –de prohibición del incesto– en el deseo del niño. Y por fin se inscriben en la estructuración subjetiva los rasgos de la familia inmersa en la red cultural y socio-económica con las contradicciones y prejuicios de su época y de su geografía. Todos estos factores concluyen la preparación del niño para su juventud.
¿Cuándo empieza la juventud? Comenzamos a nombrar como jóvenes a los que han dejado de ser niños. Esto nos sitúa en la adolescencia, concepto también joven, gestado en el siglo XIX, que consiste en un período de tiempo y un complejo número de fenómenos que transcurren, desde la pubertad, a lo largo de la segunda década de la vida. Es una época de desarrollo y enormes cambios, de independencia y autonomía, de caída de los ideales de la infancia y, por tanto, de profundos duelos y angustia. Período de ingreso en la incertidumbre de la nueva  identidad, en la búsqueda de otros ideales y del sentido de su existencia, también en el enigma de la sexualidad y sus diferencias. Llenos de preguntas y cuestionamientos hacia la familia y la sociedad, los adolescentes están solos y desorientados frente a los otros, habiendo perdido una conocida identidad infantil y ante un futuro incierto. Es entonces cuando surgen los variados síntomas que marcan la adolescencia: inestabilidad, desconcierto, desencuentros, rebelión, violencia, depresión, adicciones, incluyendo la ciberdependencia, la formación de bandas o pandillas,(2) etc. Aunque alguno de estos síntomas no son nuevos, ni exclusivos  de los adolescentes, adquieren hoy una mayor dimensión.
Si una demanda de ayuda se concreta, el tratamiento psicoanalítico interviene aquí para que el joven pueda, navegando por su historia, echar sus redes en el océano del inconsciente.  Esto le permitirá recoger la verdad sobre sus propios deseos, habitualmente atados y alienados en los deseos de otros, o deformados por síntomas, actos, o fenómenos mortificantes y empobrecedores. El joven puede asumir entonces, con libertad y sabiduría, las tramas de su historia, liberar su deseo prisionero de las ataduras familiares y sociales, regular mejor sus elecciones y gestionar más adecuadamente su bienestar y su sufrimiento. Así, defendiendo su deseo y la consecuente alegría que de ello deviene, amplía enormemente sus márgenes de libertad. Por lo dicho, queda claro que para el psicoanalista el material noble con el que trabaja es el deseo inconsciente, singular e intransferible de cada sujeto, que le permite tocar hasta sus límites lo que es y lo que no es él mismo, concluyendo habitualmente que no todo es color rosa. Un deseo insobornable, motor y guía de las acciones humanas, al que no se puede renunciar sin sentir que uno se traiciona a sí mismo. Un deseo largamente anestesiado y adormecido por los moralistas, domesticado por los educadores, traicionado por las academias, y ahora más que nunca, alienado por el discurso capitalista y su mandato a consumir.

La ciberjuventud

En el mundo desarrollado, los jóvenes de hoy –y hago extensivo el concepto mucho más allá de la adolescencia– gozan más que nunca del prestigio que posee el ser joven o el parecerlo, en un tiempo en el cual las cosas y las personas caducan rápidamente. Gozan también del progreso de la ciencia y de las ventajas que otorgan los cambios tecnológicos, de las diversas opciones que ofrece la amplia Red mundial (www: world wide web), que liga, envuelve y devora a los trapecistas internautas que se columpian sobre sus mallas, y exhiben las más complejas piruetas en los espacios online.
El libre acceso masivo, rápido y barato (por la universalización de la tarifa plana) facilita  aparentemente mayor intercambio, difusión cultural y disfrute de estos medios de comunicación. Pero como a veces  son más medios que fines, me pregunto si hay realmente comunicación efectiva. Es indudable que ya no podemos ni queremos vivir sin ellos porque son herramientas indispensables que ofrecen en todos los ámbitos soluciones globales rápidas y económicas. La riqueza de posibilidades de transmisión de datos que brinda la mensajería instantánea, el correo electrónico, las videoconferencias, los chats, el Messenger, los blogs, las redes P2P, etc., ha ampliado los intercambios y derribado las fronteras. Esto no puede hacernos pensar que la democratización de la información ha llegado a su culmen; la información, como diseminación del conocimiento entre el público, es  un instrumento de  poder y, como tal, está censurada, manipulada, sincopada, sesgada por intereses y conveniencias diversas.(3)
En esta sociedad de la comunicación y el espectáculo,(4) dominado por la inmediatez del imperio del presente, todos podemos acompañarnos al instante de un otro yo cercano, a imagen y semejanza de nuestro ideal: el yo virtual. También podemos departir con amigos virtuales, amores virtuales, sexo virtual –todo ello sin largos periodos de duración–, controlándolo con la yema de los dedos y, sin embargo, seguir estando aislados y más solos que la una. Conectamos con más gente, hablamos con más personas a través de la Red, crece la implicación aunque no se estimulan, en general, los compromisos fuertes. En estas conexiones-zapping se establecen muchos nexos y pocas relaciones, que son ligeras y fragmentarias, evitándose el riesgo y la emoción del cuerpo a cuerpo que impone la presencia del otro ante el cual nos exponemos. Hasta los delincuentes evitan la responsabilidad y el riesgo al cobijo de la red, con la piratería cibernética, el ciberinsulto, el ciberacoso, el ciberdelito o el ciberterrorismo que tan hábilmente manejan las sofisticadas cibermafias.

La red capitalista

El discurso homogéneo que el sistema capitalista impone promueve la construcción de una historia única para todo el mundo, que ahoga la diversidad y la riqueza de otras civilizaciones. Las estructuras productivas, la superioridad científico-tecnológica y el poderío militar en manos del mundo rico condenan al mundo pobre a una mayor miseria y exclusión de los progresos obtenidos. Un mundo pobre y limitado que también podemos vislumbrar entre nosotros como efecto del trabajo precario, el paro, y los sueldos de explotación. Aumentan entonces las diferencias económicas y sociales, la confusión, la agresividad y la justificación de la violencia en todos los órdenes.
Estamos todos enredados y atrapados en la red de un capitalismo global que induce a consumir perentoriamente y aliena nuestros deseos individuales. La sociedad de consumo fomenta la confusión entre los objetos de deseo y los objetos de consumo. El deseo del sujeto sitúa sus objetos guiando  libremente  sus propias elecciones, según su historia, sus motivaciones, sus pulsiones, su modalidad de goce, su cultura, etc.  En este sentido, nos autorizamos a decir que el psicoanálisis tiene un efecto  anticapitalista, al promover la inalterable fidelidad al deseo propio, que deviene de un análisis.
Los objetos de consumo, en cambio, se adquieren, a veces compulsivamente, en respuesta al reiterado y oscuro mandato del mercado y su propaganda. Lo ilustra muy claramente Forges (Figura 1).(5)


FIGURA 1

Los objetos de consumo –y sus modas– deben caducar rápidamente ya que las exigencias de rentabilidad y producción, que no las necesidades, exigen la creación de nuevos objetos para la venta y el consumo. Estos relucientes objetos engañosos, llamados también “bienes” de consumo, prometen satisfacer todos los deseos, con la exclusiva condición de poder pagarlos. Si supuestamente todo puede comprarse, sin sujeción ninguna y sin límites, el liberalismo global nos vende también la idea de que las personas podemos vivir según nuestros deseos, borrando las limitaciones del sujeto y sintiéndonos ilusorios amos de todas nuestras elecciones para conseguir una felicidad sin sombras. Esto es falso. En realidad, en el discurso capitalista también los sujetos somos objetos de la voluntad del dios oscuro del mercado y de sus portavoces mediáticos. Esta manipulación nos transforma en consumidores consumidos por la fascinación que provoca la oferta de infinidad de objetos para todos los goces. Así potenciada la alienación imaginaria del sujeto, el deseo auténtico, singular, se extravía y empobrece su capacidad de elección, dando paso a la inercia contemplativa y a la voracidad compulsiva del consumidor.(6)  Como nos dice El Roto en su viñeta (Figura 2): (7) “si se acelera el consumo nos comeremos el planeta, y si se frena en seco, nos comeremos unos a otros”.


FIGURA 2

El discurso científico-tecnológico junto al discurso capitalista global y su materialización en la sociedad de consumo, mal llamada sociedad del bienestar, operan una profunda transformación en el discurso cultural actual.(8) Una expresión de dicha transformación son los cambios en los ideales sociales. Históricamente el valor patriarcal tenía su arraigo y apoyo social inequívoco en las figuras de Dios, en la iglesia, en la Monarquía, el ejército, la Patria o el partido político. Ahora, el descenso del prestigio del valor paterno –que aún pervive en las religiones– desplaza el ideal social a otros valores en alza. Tres ideales reemplazan el tradicional ideal patriarcal: 1) La ideología de la ciencia, 2) Los ideales de goce colectivo, 3) Las caricaturas paternalistas autocráticas.

  1. La ideología de la ciencia, con su constante promesa de nuevas recetas, para que aparentemente nada falte, proclama la anulación del malestar y del sufrimiento con fármacos y soluciones diversas. Aunque no negamos las indispensables aportaciones de la ciencia, inevitablemente ésta induce a la formación de síntomas en los sujetos ya que no atiende a la subjetividad ni a los sentimientos o contradicciones de las personas.
  2. Los ideales de goce colectivo –múltiples y fragmentados– promueven la identificación imaginaria de los sujetos con figuras de éxito del ámbito social: actores, deportistas, políticos, etc. Estas figuras famosas esgrimen valores prestigiados en la actualidad e inducen, sin saberlo, a normas de comportamiento alienantes.
  3. Las caricaturas paternalistas autocráticas se expresan a modo de los nuevos líderes o patriarcas sociales autoritarios que imponen su voluntad demagógica o terrorista, en nombre de Dios, de la familia, del “eje del mal”, de la libertad o de la justicia. Como ejemplos recientes: el fundamentalismo religioso de la Carta Encíclica Spe Salvi Facti sumus (en esperanza fuimos salvados) de Benedicto XVI y la Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante las elecciones generales de 2008, realizada el 31 de enero de 2008.

En esta época en la que se señorean la individualidad egoísta e insolidaria y la mentira cotidiana, bien valen las palabras que Hesíodo escribió en el último cuarto del siglo VIII antes de Cristo, hace dos mil ochocientos años:

“El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses –no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos, aquellos cuya justicia es la violencia–, y unos saquearán las ciudades de los otros. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables.”(9)

Si bien es cierto que el capitalismo salvaje estimula la violencia, no ignoramos la hostilidad pulsional primaria y recíproca de los seres humanos desde el principio de los tiempos, como ya apunta Hesíodo, que se resiste, además, a los esfuerzos que la civilización hace para reprimirla, y que llevó a Freud a decir, en su libro titulado El malestar en la cultura:
“… el ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. ‘Homo homini lupus’ (el hombre es el lobo del hombre).”(10)

(Texto recogido en la Publicación Juventud y Sociedad actual: interrogantes,que recoge las ponencias presentadas en la Jornada del mismo título celebrada en Barcelona, en la que participaron psicoanalistas de Apertura.)

NOTAS:

(1) Lacan, Jacques, “Dos notas sobre el niño”, Intervenciones y textos 2, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1988.

(2) Amat, Kiko, “Pandilleo prehistórico”, El País, viernes 31 de agosto de 2007.

(3) Revel, Jean-François, El conocimiento inútil, Austral, Madrid, 2007.

(4) Debord, Guy, La sociedad del espectáculo, Editorial Pre-textos, Valencia, 2007.

(5) Forges, El País, sábado 23 de noviembre de 2002. Forges parafrasea el título de la película de 1969 ¡Bailad, bailad, malditos!, dirigida por Sidney Pollack y basada en la novela negra ¿Acaso no matan a los caballos? De Horace McCoy.

(6) Ferrer Norberto, La violencia: un mal de nuestro tiempo, La violencia: ¿un mal de nuestro tiempo?, Acto, Barcelona, 2004.

(7) El Roto, El País, miércoles 30 de enero de 2008.

(8) Ferrer Norberto, Vivir en Familia, Las Familias en la Actualidad. Nuevas modalidades, nuevos conflictos. Acto, Barcelona, 2005

(9) Hesíodo, “Trabajos y días”, Obras y fragmentos, Biblioteca básica Gredos, Ed. Gredos, SA, Madrid, 2000. (Último cuarto del siglo Vlll antes de Cristo).

(10) Freud, Sigmnud, El malestar en la cultura, Obras Completas, vol. XXI, Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1992.


Incidencia del síndrome de quemarse por el trabajo..., Mª Elena Napione

por María Elena Napione Bergé [1]

La pérdida de la ilusión y el desencanto hacia la actividad laboral conforman la base de alguno de los modelos explicativos del SQT (Edelwich y Brodsky, 1980; Price y Murphy, 1984). Según Carlos Jorge (2010) el burnout se produce por la frustración de los ideales, por la deshumanización de las instituciones y de cómo esto engancha con la estructura y los conflictos internos de las personas.
Cabe señalar, respecto a los ideales y a los proyectos que van más allá del presente, que es el deseo lo que empuja para estar en movimiento y que nunca puede ser satisfecho en forma definitiva. Cuando existe la creencia de que esto sucede, es cuando la vida pierde sentido. Así también ocurre, cuando se cree que la frustración siempre es la respuesta a lo que se desea. Lo ideal siempre aparece como inalcanzable, pero esto no quita valor a los objetivos conseguidos, porque en el trayecto, “sin darnos cuenta, vamos acercándonos al ideal y no conseguirlo tiene que dar empuje, no desesperación”, agrega el autor mencionado.

Estructura subjetiva y frustración de ideales

La psicoanalista Eva Giberti (2006) señala que una característica que permite reconocer el burnout en su eficacia sobre la identidad profesional reside en la paradoja de que “comienza a padecerlo la misma persona que anteriormente era entusiasta y avanzaba enérgicamente con ideas nuevas frente a situaciones intrincadas” (pp. 144).
Es decir, que muchas  veces el quemarse por el trabajo se produce por la estructura de la persona, por cómo encajan las frustraciones personales, por cómo vive su relación con el Otro y con los otros, por su historia individual, y luego esto es proyectado en su vida profesional.
Aparece la frustración de ideales, lo ideal inalcanzable que en lugar de generar empuje produce desesperación. Demandas crónicas aplastantes del deseo del sujeto que se somete al Otro. ¿Pero quién es el Otro que aplasta el deseo del sujeto?
El Otro es lo simbólico en cuanto está particularizado para cada sujeto. Agrega Lacan "el Otro debe en primer lugar ser considerado un lugar, el lugar en el cual está constituida la palabra”. Y sólo es posible hablar del Otro como un sujeto en un sentido secundario, en el que un sujeto puede ocupar esa posición y de tal modo "encamar" al Otro para otro sujeto. En este sentido, es un Otro que se impone al sujeto, que somete su deseo.
Es el sujeto entonces el que se posiciona ante el deseo del Otro y el Yo se ubicará en desconocimiento de aquello que - en tanto deseo del Otro - compone la base del inconciente del sujeto. Dirá Lacan, “el deseo es el deseo del Otro”.

Sintomatología del síndrome de burnout o SQT

El agotamiento emocional es la cualidad esencial del síndrome y es la manifestación más obvia del mismo. Cuando las personas describen su propia experiencia de “quemarse por el trabajo” o la de otros, se refieren frecuentemente al agotamiento emocional.
Este agotamiento provoca alejamiento de su trabajo a quien se encuentra afectado, trabajo que en su discurso se enuncia como sobrecarga (Napione Bergé, 2008:185-189).
Surge el interrogante: ¿Qué carga de más este sujeto?
Dice la psicoanalista L. Vaccarezza (2008): “…parálisis es la solución de compromiso entre lo que desean y lo que creen que deben hacer”, al referirse al caso de mujeres docentes que expresan que les gusta el ámbito de la enseñanza. Les gusta enseñar y sin embargo, enferman. ¿Qué pasa que no pueden sostener su deseo? ¿Quién manda que carguen de más?, no pudiendo separarse de una posición de obediencia y sometimiento a ese otro a quien le otorgan el saber y el poder, cargando con el silencio y el dolor en el cuerpo expresado por la depresión y la lista de síntomas inicialmente señalada. Ante este sufrimiento psíquico, se inician las bajas laborales y la medicalización con psicofármacos.
En el otro nos buscamos a nosotros mismos, a ese yo ideal sembrado por nuestros padres. El goce es lo que no sirve para nada. Está contrapuesto al deseo. Con el concepto de goce, la lucha a muerte entre el amo y el esclavo encuentra su fundamento. El placer es una barrera frente al goce, una barrera que depende del yo, a la que se agregará la ley que separa, que pone el nombre del padre en ese lugar de omnipotencia, ordenando desear, concertar, generando así, un lugar de posibilidad.
El superyó marca el deseo como peligroso, comanda la intranquilidad, perpetúa el imperativo de sacrificio, tiñendo de culpabilidad la existencia. Transforma el placer en goce, es decir, en esa mezcla de satisfacción inútil e insatisfacción mortificante, de bienestar y de malestar.
El contrato social exige regular el goce poniéndole barreras, es decir, la ley ante un exceso intolerable de placer o a una manifestación del cuerpo cercana al dolor y al sufrimiento.
Es S. Freud, quien ya en 1923 plantea el devenir del superyó, por efecto de la represión, como conciencia moral y sentimiento inconsciente de culpa sobre el yo.
Existe la posibilidad de que el SQT se produzca en los primeros años de ejercicio de la profesión, donde tiene lugar la transición de las expectativas idealistas hacia la práctica cotidiana, sobre todo si en esta, las recompensas profesionales, personales y económicas no son las prometidas y esperadas, aunque sostiene el psicoanalista C..Jorge (2010) que no cree que se produzcan tanto en el inicio de la carrera docente, porque es el momento en que aún se cree en el Otro. Por eso, es más probable que se presente después de 10, 20 o 30 años de experiencia. Así surge la interrogación en este profesional por un burn-in previo a un burn-out.

Subjetividad y síndrome de burnout o SQT

Según Bleichmar (2004), la subjetividad es un producto histórico, no sólo en el sentido de que surge de un proceso, que es efecto de tiempos de constitución, sino que es efecto de determinadas variables históricas en el sentido de la historia social, que varía en las diferentes culturas y sufre transformaciones a partir de las que se dan en los sistemas histórico-políticos.
La subjetividad está atravesada por los modos históricos de representación con los cuales cada sociedad determina aquello que considera necesario para la conformación de sujetos aptos para desplegarse en su interior.
Si la producción de subjetividad es un componente fuerte de la socialización, evidentemente ha sido regulada, a lo largo de la historia de la humanidad, por los centros de poder que definen el tipo de individuo necesario para conservar al sistema y conservarse a sí mismo.
La producción de subjetividad, concebida ésta en sus formas históricas, regula los destinos del deseo en virtud de articular, del lado del yo, los enunciados que posibilitan aquello que la sociedad considera “sintónico” consigo misma. Es el espacio de los modos de clasificación, los enunciados ideológicos, las formas de la moral, las modalidades discursivas con las cuales se organiza la realidad, las representaciones del mundo y sus jerarquías.
La autora mencionada anteriormente, señala que en momentos de catástrofe histórica como ha padecido Argentina, la desocupación y la marginalización de grandes sectores de la población produjeron modos de des-subjetivación que, sumados al retiro del Estado de funciones que le compitieron tradicionalmente, como la educación y la salud, dejaron devastados a los habitantes del país. Estos modos de des-subjetivación dejan al psiquismo inerme, en razón de que la relación entre ambas variables: organización psíquica y estabilidad de la subjetivación, están estrechamente relacionadas en función de que esta última es estabilizante de la primera.
A partir de formas de recomposición que se han producido de manera evidente durante todos estos años, de las reservas ideológicas y morales que la sociedad argentina acumuló a lo largo del siglo XX, se pueden esperar nuevos modos de subjetividad que den mayores condiciones de posibilidad a la riqueza representacional que el psiquismo puede desplegar.
La investigación de la subjetividad consiste básicamente en la interrogación de los sentidos, las significaciones y los valores, éticos y morales, que produce una determinada cultura, su forma de apropiación por los individuos y la orientación que efectúan sobre sus acciones prácticas. No existe una subjetividad que pueda aislarse de la cultura y la vida social, ni tampoco existe una cultura que pueda aislarse de la subjetividad que la sostiene. Esta mutua determinación -en verdad, mutua producción- debe ser el punto de arranque, ya que la subjetividad es cultura singularizada tanto como la cultura es subjetividad (objetivizada en los productos de la cultura, las formas de intercambio y las relaciones sociales concretas que la sostienen, pero también en las significaciones y los sentidos que organizan la producción cultural) (Galende, 1997:75).

Factores explicativos del síndrome de burnout o SQT

El análisis de tres investigaciones realizadas por Rabadà (2000) sobre factores de riesgo laboral; Salanova (2003) sobre fuentes de estrés y Napione Bergé (2006) sobre factores explicativos del SQT en docentes de educación secundaria permite visualizar coincidencias en determinados factores.

Macrosistema y sobrecarga laboral

Al articular el análisis propuesto por Esteve (2004) con estas coincidencias de factores se pueden señalar aquellos factores psicosociales vinculados con el macrosistema como son la demanda y delegación de problemas y conflictos que corresponden resolver a las familias no al centro docente, provocando sobrecarga laboral docente.
La sobrecarga laboral se manifiesta según lo expresado por los docentes en excesivo número de cursos (más de 8 cursos); desempeño en más de un ciclo educativo (educación secundaria obligatoria y bachillerato; diferentes roles tales como desempeño docente y directivo (director/a o secretario/a de centro educativo público; jefe/a de departamento de centro privado concertado); clima de trabajo fraccionado (en un turno y/o trabajo en diferentes centros); ratio excesiva; deberes burocráticos según Napione Bergé, (2006) coincidiendo con Rabadà (2000) en el factor ratio excesiva en determinados centros educativos.
En la articulación de los resultados de estas tres investigaciones se señala la sobrecarga laboral como factor de riesgo y tanto los docentes como estos investigadores lo expresan literalmente como exceso (ante una exigencia) o falta; déficit; dificultad (por defecto).
Esto sucede cuando “la cantidad de trabajo les sobrepasa” por falta de tiempo oexceso de tareasexigencia emocional en las relaciones con el alumnado, padres, sociedad; en relaciones que son conflictivas; déficit de coordinación en trabajo de equipo o falta de colaboración entre compañeros (falta de apoyo social); falta de soporte de los padres a la acción educativa; déficit de material o de infraestructura y/o instalaciones; excesivo número de alumnos en el aula.
La dificultad se expresa respecto a la promoción profesional, es decir, a ser un sujeto valorado por la función que cumple; pero también, dificultad para valorar su propio rendimiento, situación que se puede hipotetizar como generadora de inseguridad en el docente. Ésta última se expresa al mencionar inestabilidad (por supresión de aulas o cambio de lugar de trabajo).
La ambigüedad de rol se expresa en los estudios de Napione Bergé (2006) y Salanova (2003) mediante la falta de claridad respecto a cuál es el rol que se espera de cada docente por parte del centro educativo,con una imagen desautorizada y desacreditada por los padres que no apoyan la acción educativa y por la prensa escrita con titulares tales como “el profesorado se quema en las aulas” o aludiendo al “uso de psicofármacos” por parte de los docentes. Estos son factores que hacen perder la ilusión, la motivación y generan frustración e insatisfacción laboral, según expresan los docentes relacionándolos con el SQT.
Se puede afirmar que un docente que percibe y recibe instrucciones contradictorias respecto a su función estando sujeto a lo que otros deciden, invalida su propia autonomía profesional.

Mesosistema y déficit de apoyo social

El déficit de apoyo social (mesosistema) expresado como falta de coordinación y trabajo en equipo entre compañeros/as son factores coincidentes en las investigaciones citadas. En el estudio de Napione Bergé (2006) el déficit de apoyo social se expresa en otros factores que profundizan sobre la problemática, tales como déficit en trabajo en red intersectorial (con trabajadores sociales que puedan intervenir frente a problemas familiares de determinado alumnado y, profesionales de la Sanidad Pública como psiquiatras y psicólogos/as) para intervenir frente a determinados problemas emocionales); déficit en el ejercicio de la autonomía en la institución educativa y falta de un proyecto educativo de centro.

Microsistema: desmotivación, indisciplina y heterogeneidad del alumnado

La desmotivación e indisciplina del alumnado (microsistema) son factores relevantes en las tres investigaciones, ocupando el primer lugar en el orden de factores en el estudio de Rabadà y el séptimo, en la investigación de Salanova (2003).
En el estudio de Napione Bergé (2006) se articulan los problemas del macrosistema con los del microsistema visualizándose los problemas socioeconómicos de las familias desplazados al centro educativo mediante conductas conflictivas y problemas de aprendizaje de los adolescentes que pertenecen a estas familias.
Asimismo, los problemas de maltrato familiar también se trasladan a la escuela como conductas violentas que estos adolescentes reproducen en forma de acoso entre iguales (bulliyng), sumando otro factor más a la sobrecarga emocional docente. Este último estudio señala la heterogeneidad del alumnado como otro factor vinculado con el SQT, fundamentando el mismo en la escolarización masiva de los adolescentes por la educación secundaria obligatoria, la heterogeneidad en el aprendizaje como también, la transición cultural del alumnado extranjero que necesita integrarse; la desmotivación y desinterés de determinados grupos que presentan problemas de indisciplina en clase; diferentes ritmos de aprendizaje del alumnado; el déficit de recursos para la diversidad y la formación del alumnado.

Conclusiones de las investigaciones

Las conclusiones de estos estudios presuponen un trabajo en soledad de los docentes, con niveles de angustia y con un nivel de sobrecarga laboral manifiesta.
De esta manera, el macrosistema y el mesosistema inciden sobre la subjetividad del docente que trabaja fundamentalmente en el microsistema con su alumnado, evidenciándose bajo control de su trabajo y altas exigencias psicológicas, que se ponen de manifiesto en los tres estudios con expresiones tales como incertidumbre sobre los resultados del trabajo docente (Rabadà, 2000); conflicto de rol o grado en el que el profesorado percibe instrucciones contradictorias respecto a cuáles son sus cometidos laborales (Salanova, 2003); depresión e incertidumbre por cambios constantes de legislación educativa con adecuación continua por parte de los docentes (Napione Bergé, 2006).
En este marco de análisis destacan otros factores como las dificultades de promoción profesional(Rabadà, 2000); obstáculos técnicos como problemas de material didáctico y fallos y/o averías en la infraestructura y/o instalaciones (Salanova, 2003); déficit tanto de recursos para la diversidad como de formación, caracterizando la formación inicial como academicista, con una práctica insuficiente respecto a la diversidad del alumnado y como también, respecto a estrategias de relación con las familias (Napione Bergé, 2006).
La elección de la docencia como segunda opción es un estresor crónico que puede generar agotamiento emocional, según los resultados obtenidos en el estudio de Napione Bergé (2006).

Modelos explicativos del estrés laboral

Entre los diferentes modelos explicativos del estrés laboral se puede citar el modelo control-demanda-apoyo social (Karasek 1976; 1979; Johnson, 1988; Karasek y Theorell, 1990), desarrollado para describir y analizar situaciones laborales en las que los estresores son crónicos. Pone totalmente el acento en las características psicosociales del entorno de trabajo considerando como principales determinantes de la salud las demandas o exigencias psicológicas, el control sobre el trabajo y el apoyo social de compañeros y superiores. Es el modelo que presenta mayor evidencia científica a la hora de explicar efectos en la salud. Cabe articular este modelo con el análisis contextual que plantea Esteve (2004) y los aspectos subjetivos de los docentes, ya que como sostiene Carlos Jorge (2010) “el aspecto determinante es el personal: es el sujeto, ya que no todas las personas en las mismas circunstancias se queman como no todas las adolescentes se transforman en anoréxicas”.
Robert Karasek (1976; 1979) observó que los efectos del trabajo parecían resultar de la combinación de las demandas psicológicas laborales y de las características estructurales del trabajo relacionadas con la posibilidad de tomar decisiones y usar las propias capacidades. Esto llevó a proponer su primer modelo bidimensional demanda-control.
Y por otra parte, en epidemiología se había investigado la función modificadora de la relación entre estrés y enfermedad que desarrollaba una tercera variable: el apoyo social. También se habían estudiado las relaciones sociales en el lugar de trabajo. Esta tercera variable sería incorporada al modelo dando lugar a la versión ampliada de modelo demanda-control-apoyo social.

Cuadro 1. Modelo de demanda-control-apoyo social, Karasek-Johnson, 1986 (INSHT, 2001)
Las demandas psicológicas son las exigencias que el trabajo implica para la persona y hacen referencia a cantidad o volumen de trabajo, presión de tiempo, nivel de atención y las interrupciones que obligan al trabajador a dejar momentáneamente las tareas que está realizando y retomarlas luego.
El control del trabajo es la dimensión esencial del modelo ya que es un recurso para moderar las demandas. Este aspecto central del riesgo psicosocial, se refiere a la posibilidad que tiene el trabajador de desarrollar sus habilidades, es decir, el trabajo variado, creativo, que requiere el aprendizaje constante, por una parte, y la autonomía o margen de libertad para realizarlo (Artazcoz, 2003). Es decir, el estrés no depende tanto del hecho de tener muchas demandas, como del no tener capacidad de control para resolverlas.
Según Karasek se trata de las oportunidades o recursos que la organización proporciona a la persona para moderar o tomar decisiones sobre las demandas en la planificación y ejecución del trabajo.
En 1986, Jeffey Johnson amplió el modelo demanda-control introduciendo la dimensión apoyo social, cuya función sería la de incrementar la habilidad para hacer frente a una situación de estrés mantenido, por lo que resulta un moderador o amortiguador del efecto del estrés en la salud. El apoyo social hace referencia al clima social en el lugar de trabajo en relación tanto con los compañeros, como con los superiores. Tiene dos componentes: la relación emocional que el trabajo comporta y el soporte instrumental.
El modelo predice riesgo de enfermedad relacionado con estrés y también, la relación con comportamiento activo/pasivo. Estos dos mecanismos psicológicos principales como son el de tensión psicológica y el de aprendizaje son independientes, constituyendo uno de los rasgos esenciales del modelo: su estructura bidimensional.
Es decir, que la característica esencial es que el ambiente de trabajo estresante plantea simultáneamente exigencias y limita las capacidades de respuesta de la persona, creando un desequilibrio entre demandas y respuesta que conduce al estrés.

Cuadro 2. Modelo demanda-control-apoyo social (INSHT, 2001)

Los niveles de demanda son el factor contingente que determina si un control escaso conduce a la pasividad o a la tensión psicológica.
Los niveles de control son el factor contingente que determina si las exigencias conducen al aprendizaje activo o a la tensión psicológica.
La combinación de las dos dimensiones básicas (demanda y control) genera cuatro situaciones psicosociales con sus correspondientes implicaciones en el terreno de la salud y del comportamiento.
Los trabajos más saludables son los de baja tensión, con bajas demandas y alto control.
Según este modelo, la peor situación es la llamada de “alta tensión”, que surge como consecuencia de una organización del trabajo que combina altas demandas psicológicas y bajo control sobre el trabajo. El trabajo en cadena es un ejemplo de esta situación.
Entre las situaciones de baja y alta tensión, se encuentran dos situaciones intermedias como son los trabajos activos, con altas demandas y alto control, y los pasivos con bajas demandas y bajo control.
Estas dos situaciones intermedias se asocian a trastornos del comportamiento, más que a trastornos de salud.
El trabajo activo expone al trabajador a una situación de reto constante y de aprendizaje continuo. De tal manera, que este comportamiento se traslada a su vida extralaboral, en la que se manifiestan conductas más activas, con un ocio más enriquecedor.
En cambio, en el trabajo pasivo se ha descrito un progresivo proceso de analfabetización, con pérdida de lo aprendido y comportamientos extralaborales con conductas también pasivas.
Es muy difícil desconectar las condiciones laborales que ocupan a la mayoría de los trabajadores entre ocho y más horas diarias y compensar las insatisfacciones laborales con una rica vida extralaboral.
La relación entre los factores psicosociales y diversos trastornos de salud está sólidamente documentada. A finales de los años 70, Robert Karasek demuestra que los trastornos cardiovasculares, en particular, el infarto agudo de miocardio en trabajadores se asocian a las demandas psicológicas y al control sobre el trabajo (Artazcoz, 2003).
Al relacionar las posiciones de Karasek y de Johnson – Hall (1988), la situación más negativa para la salud sería la combinación entre alta tensión y bajo apoyo social.
Desde el modelo demanda-control-apoyo social, el trabajo docente es una tarea con alto control, en tanto que requiere aprender y está dotada de un alto grado de autonomía, pero el exceso de demandas o los problemas en las relaciones con la dirección o con los compañeros/as de trabajo, como también con padres y alumnado pueden ser un problema para los docentes.

La sociedad global y el sistema educativo

La sociedad global genera demandas al profesorado que afectan su propia profesionalidad docente. En los países del llamado Primer Mundo, el nuevo rol de la familia y el cambio en las relaciones entre padres, madres e hijos; la escolarización de todos los adolescentes que implica una inversión de recursos y una estructura organizativa que es relativamente nueva; el cambio del rol del profesorado que ha sido preparado inicialmente con otras expectativas cuando existía otra legislación educativa; los cambios en la producción y el mercado laboral; la demanda de una sociedad que valora el consumo como prioridad y carece de una visión humanística, llevan a una situación de contradicciones y presiones en el sistema educativo, que se expresan fundamentalmente en la escuela y en particular, en el colectivo del profesorado (Napione Bergé, 2006).
En la sociedad de la globalización, el paro y la precariedad se han convertido en problemas crónicos para las economías actuales, que tienen sus consecuencias tanto psicológicas como socioculturales y que se traducen en reducción de las posibilidades de realizar proyectos de pareja, mayor inestabilidad de las estructuras familiares, aumento de la delincuencia, entre otras. El desempleo del padre o la madre del alumnado de educación secundaria pueden generar un gran impacto que se traslada al aula como problemas de disciplina o aprendizaje (Mària i Serrano, 2001). En la sociedad del libre mercado, las cosas valen de acuerdo a la oferta y la demanda, devaluándose algo valioso cuando todo el mundo lo tiene, es decir, que desciende su valor de mercado.
Una importante fuente de estrés familiar procede de la desocupación e incertidumbre laboral, que genera inseguridad por problemas de subsistencia y de identidad de roles. Esta pérdida de roles dentro de la familia debido a causas socioeconómicas incrementa las tensiones, propiciando el riesgo de violencia, aunque este riesgo esté presente en todas las clases sociales.
En este contexto social existe una tendencia a enjuiciar al profesorado, considerándolo responsable de todos los males de la enseñanza, incluso de las propias condiciones laborales deficientes, de las que son víctimas (Esteve, 2001a). Es como si este colectivo docente se hubiera transformado en chivo expiatorio del sistema, debido al desplazamiento de la problemática socioeconómica y afectiva de las familias a la escuela, cuyo portavoz es el alumnado, favorecida esta situación por el incremento de horas de permanencia de los/las adolescentes en los centros educativos (Napione Bergé, 2006).
Pero ¿cómo se comporta la realidad socioeducativa en otro marco socioeconómico como es el de determinados países de América del Sur y en particular, el de Argentina? Y más aún, ¿cómo incide esta realidad socioeconómica en la salud docente de educación secundaria?
En mayo de 2003, la desocupación en Argentina rondaba el 25% y nuestro país vivía una situación de crisis sumida en el desencanto y el abandono de cualquier intento productivo. La orientación de la política a la producción, al consumo, y, sobre todo, al trabajo presentó como resultado un crecimiento exponencial de puestos de trabajo - 500.000 puestos de trabajo por año -. Se triplicó la cantidad anual de nuevos ocupados que se generaron desde el inicio de la democracia en el 83. La recuperación del empleo permitió que un gran porcentaje de argentinos pudieran ser incorporados al sistema productivo, es decir, al mundo del trabajo. Asimismo, el Ministerio de Trabajo se propuso como objetivo “Cuidar la salud y la vida del trabajador”, sancionándose en el año 2012, la Ley de Daños por Accidentes Profesionales en beneficio y en cuidado de los derechos de los trabajadores.
El 11 de enero de 2006, el Presidente de la Nación Argentina, Dr. Néstor Kirchner promulga la Ley 26.075 de Financiamiento Educativo, que establece una meta: alcanzar el 6% del PBI destinado a Educación, marcando así un punto de inflexión en las políticas de inversión educativa. De esta manera, se vuelve a poner en el centro la responsabilidad del Estado en el sostenimiento del sistema educativo, a diferencia de las políticas neoliberales de desinversión iniciadas en 1976.
En Argentina, la escuela secundaria es el segmento del sistema educativo que completa los 13 años de educación obligatoria fijados por la Ley de Educación Nacional Nº 26.206. Está destinada a todo/as lo/as adolescentes y jóvenes que cumplieron con el nivel de Educación Primaria, y su finalidad es habilitarlos para que ejerzan plenamente su ciudadanía, continuando con sus estudios o ingresando al mundo del trabajo. La Dirección de Educación Secundaria se plantea construir una escuela secundaria pública inclusiva y de calidad.
El 6 de abril de 2010, la Presidenta Dra. Cristina Fernández de Kirchner lanza el programa Conectar Igualdad, que tiene como premisa la inclusión digital con alcance federal. Para ello busca proporcionar una computadora para todo el alumnado y docentes de educación secundaria de escuelas públicas y de institutos de formación docente.
En diciembre de 2010, la meta propuesta inicialmente es alcanzada. El resultado de esta política se traduce en una mejora salarial de los trabajadores de la educación de todo el país luego de años de congelamiento y ajuste, en la ampliación de las plantas funcionales de las escuelas con la creación de miles de nuevos cargos y horas cátedra, y en la inversión inédita en infraestructura escolar. El programa Conectar Igualdad implicó la entrega de 3 millones de netbooks en el período 2010-2012.
Actualmente, la realidad socioeconómica del llamado Primer Mundo respecto a América del Sur es muy diferente, predominando el decrecimiento económico con altos índices de desocupación y pobreza; desinversión en educación y en salud públicas; aumento de violencia con incremento de legislación represiva, generando inestabilidad e inseguridad social.

Medidas de prevención del estrés laboral en el ámbito laboral docente

Para intervenir preventivamente en el ámbito laboral, las estrategias se deben centrar tanto en las condiciones del ambiente laboral que facilitan o provocan el estrés como en las características individuales de las personas afectadas, sin que esta última situación pueda constituirse en una forma de culpabilización de la víctima.
Si estas formas de trabajar no pudieran cambiar, no tendría sentido situar la prevención a ese nivel. Pero las exigencias, el control y el apoyo se pueden modificar.
Además, no todas las personas perciben su entorno de la misma manera. Existen diferencias individuales, que hacen que uno perciba una situación como normal, otro como un reto y otro como una situación amenazante. Por lo tanto, también existirán reacciones diferentes frente al ambiente, con mayor control en algunas personas que en otras.
Pero también, hay situaciones que suponen un mayor riesgo para la salud y el bienestar. Por lo tanto, es fundamental la identificación del riesgo para aplicar las correspondientes medidas preventivas.
Se trata de aplicar medidas de prevención primaria, es decir, antes que surja el problema de salud  o daño, para evitar el sufrimiento de la persona.
El trabajo docente implica una actividad basada fundamentalmente en la relación con el alumnado pero también, con los compañeros, directivos y padres.
Cuando se ve afectada la salud laboral, en particular la de los docentes, la situación personal compromete sus relaciones habituales tanto a nivel laboral como extralaboral.
Es fundamental intervenir preventivamente sobre el estrés laboral evitando la cronicidad del proceso que puede conducir al síndrome de quemarse por el trabajo afectando la salud del colectivo docente y por ende, la relación con el alumnado incidiendo en la calidad del proceso de enseñanza aprendizaje.

 


[1] Napione Bergé, María Elena (2014). Premio. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires, 2014. Mención Especial, pp. 73-94. ISSN 1853-1148 (Artículo abreviado), Psicóloga. Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina. Psicoanalista. Miembro de APERTURA. Estudio, Investigación y Transmisión del Psicoanálisis. Barcelona (España).Psicoterapeuta (FEAP). Doctora en Ciencias de la Educación, Universidad de Barcelona (España).

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