Nota sobre la censura. Montserrat Rodríguez Garzo

por Montserrat Rodríguez Garzo.

Toda censura es un juicio de valor. El uso común de la noción de censura tiene que ver con la eliminación eficaz de lo que puede poner en tela de juicio la imagen pública de lo que re-presenta un poder. El poder como capacidad de hacer. Derrida recurre a la etimología del término para ubicar su sentido y, aunque su estudio no prosigue por esta relación, la recojo porque incide en su eficacia, en la efectividad de la operación de delimitar la expansión de un pensamiento. El census (del latín censura sobre la raíz del verbo censere, que significa resultado de la valoración) es el recuento de los ciudadanos y la valoración de sus propiedades. Es, podríamos decir, lo que representa su contabilidad, contingencia que introduce la diferencia, lo que se sitúa en Otro lugar, modalidad primaria de toda censura. Censura y represión son dos conceptos que generalmente aparecen alineados y en relación al Otro. Como he dicho, trataré de plantear este acercamiento para pensar la consistencia de la censura como hecho de lenguaje en su vertiente causal y política. Pensar un mecanismo que actúa, curiosamente, como garantía política y como perturbación de las construcciones ideales de la misma.

Kant define la censura como una crítica que dispone de la fuerza para silenciar o limitar las manifestaciones del pensamiento. En palabras de Derrida leyendo a Kant: “La fuerza pura, por sí misma, no censura y, por otra parte, no sabría aplicarse a discursos o textos en general. Una crítica sin poder tampoco censura. Al evocar la fuerza, Kant piensa evidentemente en una fuerza política aliada con el poder estatal”. Como efecto de censura, delimitar la expansión de un pensamiento es suficiente y su efectividad es mayor que la del silenciamiento, ya que reduciendo la extensión -y ahí operan las distintas instancias públicas y privadas- se obtiene un mayor control de lo expuesto, porque lo que opera ahí es la legitimación de manifestaciones que no están necesariamente vinculadas a las valoraciones de los comités de expertos tal como funcionaba la censura tradicionalmente, como institución estatal regulada y reguladora, hasta bien entrado el siglo XX en las culturas occidentales.

La censura como instancia que autoriza es una noción que afecta a la discriminación de lo que es propio del autor y lo que sin autoría funda discursividad. La noción de discurso en relación a la noción de autoría pone en uso el término tal como lo propone la construcción psicoanalítica, institución que se sostiene en la censura pero al margen de la regulación estatal, aparato de censura por excelencia. Esta es la subversión ética que funda Freud, un edificio teórico que se establece en la censura causada por un movimiento que se asienta en la insistencia del deseo, en el margen de las políticas del Otro y que implica una concepción del funcionamiento del inconsciente, sus formaciones y sus localizaciones.

 


La mirada es una operación sin censura. Montserrat Rodríguez Garzo

por Montserrat Rodríguez Garzo

Derrida en La verdad en pintura(1) , se propone hablar de arte sabiendo que de eso no hay nada que decir y, pensando lo decible, engancha sus reflexiones a lo que del arte no se escribe; y lo hace desde afuera, suplementariamente dice, rodeando la cuestión discursivamente porque no hay posibilidad de decir de esos hechos mediante las otras verdades del pensamiento. La obra de arte es un hecho irreducible, a diferencia de otros hechos de lenguaje, las verdades de los otros discursos o algunos fenómenos y síntomas si hablamos de psicopatología o de psicoanálisis; es lo que viene de un obrar característico del ser hablante, lo indecible de su carácter tratado por el lenguaje. La obra es un hecho que habla de sí haciendo hablar a los otros discursos; la singularidad de estas producciones, la verdad en la que se incorporan sus formas, no es susceptible de interpretación alguna, por lo que no se puede someter a otros modos del pensamiento. Es, como un fenómeno psicosomático o un delirio, una operación del lenguaje irreducible en la que no cabe la interpretación, aunque abre el campo hermeneútico de los otros saberes. Una operación sin censura que convoca la mirada.

¿Qué decir de la mirada al plantear la visibilidad en torno a las prácticas espaciales?, ¿hay alguna relación entre la censura, lo que no se ha de ver, la represión y la mirada? En el texto freudiano la noción de censura, “ese ancestro del superyó”(2) , aparece por primera vez en un apólogo de la Traumdeutung después del comentario que Freud hace de “El sueño del tío José”. Freud compara la función de la censura con un soberano que reina sobre una población en situación de revuelta a causa de un ministro impopular. El rey, para apaciguar la revuelta, responde invirtiendo el eslogan que representa la queja, una estrategia que opera interrumpiendo el mensaje: deja pasar una palabra, el enunciado que representa la queja, pero no es confirmada. Esa es la objeción de la censura, que el sujeto no se represente en un segundo significante. El sujeto habla, sin duda; pero la estrategia de la censura es introducir la desconfianza, especie de defensa, ya que al no confirmar “lo dicho”, introduce la duda. Desde esta posición de desconfianza opera la vigilancia que trata de controlar el efecto sorpresa en el sujeto. Freud expone que “una de las funciones de la censura es despojar de intensidad lo que llama el significante de alto valor psíquico, y ese significante de alto valor psíquico en torno del cual voy a centrar este trabajo es — se los señalo de pasada— el significante que causa el sueño”(3) .  Un significante articulado a la causa del deseo que incide en su insistencia. Esa es la función de la censura en el lenguaje, en el aparato psíquico: introducir la culpabilidad en tanto el sujeto se sabe como respuesta a la emergencia del deseo: sabe que puede responder ahí, ante lo indecible de la ley. Que puede responder ante la mirada del Otro.

La mirada no procede necesariamente del órgano visual. Podemos decir que es una función de vigilancia estrechamente vinculada a la conciencia moral, a la voz de la conciencia, al Súper Yo en tanto exigencia del Otro que funciona como saber con una dimensión tendente al absoluto, como ocurre en las esquizofrenias. Cuando ocurre así es porque no se dio un segundo tiempo, el de la ratificación del Otro en el que se constituyen la represión y la repetición. Pero de esto no nos vamos a ocupar en este momento.

Abro un interrogante al articular la reflexión antecedente a una tesis de Badiou, la tesis 14 de 15 Tesis sobre arte contemporáneo: “Convencido de controlar la extensión entera de lo visible y de lo audible por las leyes comerciales de la circulación y las leyes democráticas de la comunicación, el Imperio ya no censura nada. Abandonarse a esta autorización a gozar es arruinar tanto todo arte como todo pensamiento. Debemos ser, despiadadamente, nuestros más despiadados censores.”

 

(1) Derrida, J. La verdad en pintura, Paidós, Barcelona, 2001.

(2) Lacan, J. “Clase 9, 8 mayo 1979”, La topología y tiempo, S. 26, inédito, 1978- 1979.

(3) Expuesto así por Didier Weil,  en la clase 9, 8 mayo 1979”, La topología y tiempo (Nota anterior).

 


La locura, entre el dominio y la muerte. Montserrat Rodríguez Garzo

por Montserrat Rodríguez Garzo

Expondré, siguiendo a Derrida, algunos aspectos sobre la noción de censura en el pensamiento kantiano, siendo Kant representante de lo que se constituye en el segundo tiempo de la institucionalización del pensamiento filosófico. Tiempo en el que la censura o la legitimación de una producción intelectual da lugar a lo contrario de la re-presentación del pensamiento filosófico en los orígenes de la modernidad significada por la posición de Descartes o por la de Gómez Pereira en España. Con esta referencia al filósofo castellano introduzco una pregunta sobre su menguada presencia en el contexto que define un primer tiempo de la institucionalización del pensamiento filosófico, el de la razón moderna, del que Descartes representa su localización y su expansión. Descartes, en palabras de Derrida, “jamás se comportó como filósofo enseñante, profesor y funcionario en una universidad estatal”, no trató la enseñanza filosófica como un servicio a la organización funcionarial, o sea, al Estado. A finales del Siglo XVIII se va construyendo un espacio institucional, el de la filosofía en la universidad estatal que, lógicamente, afectará a la consistencia del discurso filosófico, siendo Kant indicio ejemplar de esta nueva operación.

Descartes, en las “Meditaciones metafísicas” expone “(…) ¿cómo negar que estas manos y este cuerpo sean míos, a no ser que me compare con algunos insensatos, cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los oscuros efluvios de la bilis, que aseguran obstinadamente ser reyes, siendo unos menesterosos; sentirse cubiertos de oro y púrpura, estando en realidad desnudos, o se imaginan que son cacharros, o que tienen el cuerpo de vidrio? Mas estos tales son locos; y no menos lo fuera yo, si me rigiera por sus ejemplos” .(1) Esta reflexión de Descartes, Foucault la comenta así: “La locura, cuya voz el Renacimiento ha liberado, y cuya violencia domina, va a ser reducida al silencio por la época clásica, mediante un extraño golpe de fuerza” .(2) La aclaración da a pensar la operativa de los poderes establecidos: no se deja de hablar de algo sino que se dice de manera que quede silenciado, causa de la “arqueología del silencio” en Foucault y motivo de Derrida para formular una pregunta respecto a las tesis de Foucault: “¿No es la arqueología, aunque sea del silencio, una lógica, es decir, un lenguaje organizado, un proyecto, un orden, una frase, una sintaxis, una obra?” La pregunta ubica esta arqueología en el ámbito instrumental para conocer la emergencia discursiva de la locura en las manifestaciones de su historicidad y la locura en el núcleo del pensar, insistiendo quizá en un mayor silenciamiento de la locura.

Aludo a la polémica intelectual que generó la lectura de Derrida de La historia de la locura,una lectura que interroga la causa de la escritura y lo que la escritura describe, la historia de la locura, diferenciado así saber y conocimiento. Y este rodeo porque pensar la censura es abordar la consistencia de las nociones de dominio y de muerte en los hechos de lenguaje. Hecho de lenguaje es cualquier manifestación del ser hablante, hecho de componentes simbólicos e imaginarios, considerando que lo real, lo indecidible, lo indecible del acontecimiento participa en todas sus manifestaciones.

¿Qué interpretación hizo Foucault de “Wo Es war, soll Ich werden”?, ¿fue una mala interpretación de este enunciado lo que informó su apartamiento del discurso psicoanalítico ubicándolo en una forma contemporánea de los modos disciplinarios? “Wo Es war, soll Ich werden” ,(3) ha sido traducido durante mucho tiempo al castellano como “Donde Ello era, Yo debo advenir” entendiéndose que, mediando un tratamiento analítico, la instancia yoica desalojaría al Ello, sustituyéndolo. Especie de final feliz que promete un “yo fuerte” frente a la fragilidad de la existencia. Tierra prometida que en buena medida fue la causa de la disolución del discurso analítico en las derivas psicodinámicas de la psicología general.

“Wo Es war, soll Ich werden” aparece al final de la conferencia “La descomposición de la personalidad psíquica” ,(4) especie de anexo de El yo y el ello en la que trata de pensar la delimitación de las instancias de lo que conocemos como la segunda tópica freudiana y el alcance terapéutico del psicoanálisis: “(…) fortalecer al yo, hacerlo más independiente del superyó, ensanchar su campo de percepción y ampliar su organización de manera que pueda apropiarse de nuevos fragmentos del Ello. Donde Ello era, Yo debo advenir. Es un trabajo de cultura como el desecamiento del Zuiderzee”. Reflexionar sobre la traducción de este enunciado y sus efectos en la teoría y en la clínica abre preguntas en lo que afecta a la consistencia de la censura en el lenguaje y sus efectos, siendo el extravío el fundamento de estas acciones. Extravío propio del lenguaje que habitamos y que dice de una manera de ser en el mundo, de lo intraducible de los modos del pensar. Extravío que dice de la individualidad. De la falta de relato. De la imposibilidad de la relación sexual: de su indecibilidad. Este enunciado freudiano se tradujo al inglés por Strachey como: “Where the it was, there the ego shall be”, y en la traducción francesa aparece como: “Le moi doit déloger le ça”. Así, el “Wo Es war, soll Ich Werden” es interpretado como el desalojo de una instancia por otra, o como el dominio del Yo sobre el Ello, una lectura que propondría una solución superyoica, moral, al conflicto. Una solución moral que podríamos pensar como una censura de menor coste que la que dio lugar a  síntomas/ fenómenos del malestar. Un cambio en los modos de la defensa que daría lugar a una solución idealmente racional de los conflictos que dan lugar, literalmente, al malestar. Una adaptación que como solución freudiana, Lacan pone en cuestión a lo largo de más de 27 años de enseñanza.

La interpretación de Lacan de esta máxima de Freud se sostiene en la lectura comparada de los usos que Freud hace de los artículos y los pronombres en la exposición de las instancias psíquicas: “Freud no dijo: das Es, ni das Ich [en alemán, los pronombres en medio de la oración no van en mayúscula, los sustantivos sí] como lo hace habitualmente para designar estas instancias donde había ordenado desde hacía entonces diez años su nueva tópica, y esto, dado el rigor inflexible de su estilo, da a su empleo en esta sentencia un acento particular” .(5) Es interesante la interpretación que Canale (6) hace de la lectura de Lacan de esta máxima: “Si Ello no aparece como una instancia, es evidente que debe ser interpretado como un pronombre en género neutro. Es decir, lo que no es ni masculino ni femenino, lo que no tiene número, lo que no puede ser delimitado y que solamente se señala sin que por esto permita que pierda su carácter inquietante e inefable.  (...) si decimos ‘Ello viene’ o ‘Ello está llegando’ generamos en nuestro interlocutor un carácter inquietante y ominoso (Un-heimlich) en la imposibilidad de saber con certeza a qué nos estamos refiriendo. Y es este punto el que Lacan acentúa ante las traducciones francesa e inglesa; punto de un no saber radical que nos enfrenta con una dimensión distinta a lo calculable y lo exacto”. La interpretación de Lacan será: “Là où c'était, peut-on dire, là où s'était, voudrions-nous faire qu'on entendit, c'est mon devoir que je vienne à être”, que en castellano se traduce como: “Allí donde ‘ello’ era (c’était), puede decirse, allí donde ‘se era’ (s’était), quisiéramos hacer entender, mi deber es que yo venga a ser”. ¿Y no es esta traducción lo que define el fin de análisis como identificación al síntoma? Y esto quiere decir que el sujeto, sujeto de lenguaje, ante la falta en ser es lo que resulta del saber-hacer-ahí sinthomáticamente, con lo real del síntoma.

(1) Descartes, R. Meditaciones metafísicas, Aguilar, Buenos Aires, 2010, p. 274.

(2) Foucault, M. Historia de la locura en la época clásica, T. I, trad. Utrilla, J.,
F. C. E, México D.F., 2011, p.75.

(3) Entre las traducciones al francés, cito: Le moi doit déloger le ça ; Où était le Ça, le Moi doit advenir ; Là où était le Ça, Je doit / dois advenir ; Où C'était, Je dois advenir ; Là où était du ça, doit advenir du moi  o Le ça doit devenir le moi.

(4) Freud, S. “La descomposición de la personalidad psíquica”, Conferencia 31 Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933 [1932]), Amorrortu, Buenos Aires, 2001.

(5) Lacan, J. “La cosa freudiana, o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, Escritos I, Siglo XXI, México, 1998, p. 394.

(6) Canale, F.  “Consideraciones sobre la máxima freudiana Wo es war, soll ich werden”, Reflexiones marginales, https://2018.reflexionesmarginales.com/


Censée - pensure. Montserrat Rodríguez Garzo

por Montserrat Rodríguez Garzo

Cómo trabajar con el concepto de censura como operador al servicio del poder en los ámbitos institucionales que representan el aparato discursivo público por excelencia, el Estatal? ¿Cómo pensar sus efectos en los ámbitos educativo y sanitario y delimitar su carácter como institución, que no responde a lo que en sentido estricto conocemos como órganos para la censura ya que no existen constituidos como tales, normalizados?

La falta de normalización no favorece la disolución de los efectos de la censura; la dificulta, ya que su operatividad no está localizada sino disuelta. Por otra parte, la censura, pensada analíticamente, es una respuesta subjetiva al efecto de la ley conociendo su existencia pero en relación a lo que de la ley se ignora.

Censée-pensure es un neologismo constituido mediante la doble condensación y trasposición de las sílabas que componen dos palabras, censure y pensée, y evoca la unicidad de la significación y el sentido mediante el desplazamiento de los términos, un movimiento metonímico: un término no sustituye al otro, lo desplaza parcialmente y en cierto modo lo recubre… movimiento que no es ajeno a las dinámicas del deseo ni a las del goce, “su hermano mayor”. Y esto es lo que da lugar a la segunda tópica freudiana, un movimiento teórico derivado de la necesidad de reformular la teoría del aparato psíquico en razón de la operativa subjetiva, en términos clínicos. Censée - pensure no alude al pensamiento en un sentido extenso, a toda puesta en-forma de lenguaje, sino a las formaciones ideales del pensamiento, formas que como en Freud no son más que modalidades de la censura. Formas superyoicas, fórmulas que se sostienen en el Ideal del yo… a excepción de aquello que se informa artísticamente: los derivados significantes del acto/ acontecimiento, más cercanos a las derivas del Yo ideal.

(1) Lacan, J. 23 de abril de 1969. Neologismo por condensación de pensée (pensamiento) y censura (censure). p., 230.


Obsesiones y manías. Laura Vaccarezza

por Laura E. Vaccarezza

En el lenguaje coloquial el término obsesión circula con bastante asiduidad. Se dice: "estoy obsesionado/a por tal o cual cosa, por tal o cual persona, tengo una idea que me obsesiona, que no me deja vivir, que me ocupa", etc. También se dice "estoy obsesionado/a por el orden y la limpieza", e incluso se puede llegar a decir de alguien que es un "obseso sexual".

Quienquiera que se interrogue a sí mismo acerca de sí padece obsesiones, es seguro que encontrará una respuesta positiva.

Las obsesiones, a las que también llamamos a veces manías, son un síntoma común a muchos individuos. Pueden padecerlo adultos y niños independientemente de su sexo. Podemos afirmar que padecerlas en algún momento de nuestras vidas puede considerarse dentro de lo que se denomina la normalidad.

Es frecuente que los niños atraviesen etapas en las que ciertas obsesiones o rituales se ponen de manifiesto (por ejemplo: dar rodeos para no pisar determinadas zonas por las que transitan, no querer vestirse con cierta ropa, negarse a la higiene diaria, etc.). En estos casos sabemos que se trata, en general, de síntomas transitorios que tienen que ver más con un momento del desarrollo y de autoafirmación que - junto con los terrores nocturnos, miedos y fobias- forman parte de su constitución como sujeto.

Hasta aquí hemos hablado de la obsesión en general, ahora deberíamos precisar. ¿Cuándo una obsesión se puede considerar patológica?

Como hemos dicho, la obsesión en sí misma es un síntoma y sabemos que hay personas que conviven con sus síntomas sin que éstos les planteen grandes problemas. Es más, a veces estos síntomas son considerados por su entorno como una señal de identidad: "Fulano de tal en el fondo es muy buena persona pero tiene ciertas manías que a veces hace que no sea fácil convivir con él".

La persona misma puede aceptar sus manías sin interrogarse sobre ellas tomándolas como un aspecto de su carácter, lo cual no supone en absoluto que éstas no sean consecuencia de una grave patología.

Cuando estas manías u obsesiones impiden a las personas llevar a cabo una actividad relativamente normal es, en general, el momento en que deciden hacer una consulta. Frecuentemente los rituales, la escrupulosidad, las ideas compulsivas, les impiden realizar una vida normal. La necesidad de verificar repetidas veces que no han cometido ningún error, o que no han olvidado tal o cual detalle, o la realización de determinado ritual para acceder a la calle, a un medio de transporte, etc., vuelve penosa cualquier tarea que desempeñen. Esto, sumado al sufrimiento que produce, llega a limitar la vida del sujeto en cuestión hasta el extremo de sumirlo en la invalidez.

Podemos encontrar estos síntomas en todas las estructuras psíquicas: neurosis, perversión y psicosis, pero hay una, "la neurosis obsesiva", que se caracteriza por el predominio de esta sintomatología. Por este motivo se le llamó también: "locura de duda", "fobia de contacto", "obsesión" y "compulsión".

La neurosis obsesiva

El término obsesión proviene del latín obsessio - onis, y aparece en el diccionario definido como: "Idea, preocupación o deseo que alguien no puede apartar de la mente". Este término, obsesión, es utilizado por primera vez por Jules Falret, psiquiatra francés interesado en difundir las ideas de su padre, Jean-Pierre Falret. Su tesis de 1853 agrega dos categorías más a las ya descritas hasta ese momento; éstas son: la "hiponcondría moral" y la "alienación parcial" (o "locura de duda y locura de tacto"). En esta última podemos reconocer fácilmente lo que luego Freud describió bajo el nombre de "neurosis obsesiva", quien hizo de ella una entidad psíquica diferenciada y la trabajó desde el punto de vista psicoanalítico.

¿Qué es la neurosis obsesiva?

Como su nombre lo indica es una neurosis con entidad propia, Freud la aísla no sólo del maremagnum de la clasificación psiquiátrica, donde aparece confundida con otras entidades nosográficas, sino también de la neurosis histérica. Aislarla de esta última no le impide decir que "la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria".

Los elementos sintomáticos que caracterizan a esta neurosis tales como: dudas, ideas obsesivas, interceptaciones del pensamiento, compulsiones, procratinación, tendencias ceremoniales, rituales, pensamientos hostiles e ideas delirantes, forman parte de su fenomenología pero no dan cuenta de su estructura.

Cuando hablamos de estructura nos referimos a la constitución del sujeto, a cómo se organiza su vida psíquica. La estructura básica está constituida por tres lugares, que van a ser ocupados por la madre, el padre y el niño. Denominamos a esto la estructura edípica. Dependiendo del modo en que se hayan cumplido u ordenado las diferentes funciones, cuáles hayan sido los deseos puestos en juego por parte de los adultos que esperan la llegada de ese niño, sus fantasías, así como sus actitudes frente al mismo, quedará determinado el futuro de éste.

En esta neurosis, es característica una relación muy estrecha con la madre y una función paterna débil, insuficiente para liberarlo del dominio materno.

El Complejo de Edipo es nodal en la determinación de las neurosis, junto con el Complejo de Castración que tiene lugar dentro del mismo. De cómo se haya atravesado este complejo y de sus avatares dependerá la vida psíquica del sujeto, teniendo consecuencias en la sexualidad, en la relación con los otros, en el origen de sus miedos, sus fantasías y sus delirios. El vínculo con el analista y la puesta en acto de la neurosis en la transferencia - es decir repetir en la cura su neurosis- nos permite, un diagnóstico claro de la estructura y la posibilidad de dirigir el tratamiento hacia su fin , que no consiste únicamente en resolver los síntomas, sino saber qué los ocasiona y en qué fantasma se sostienen, lo cual hace que la resolución del problema no sea por sugestión, ni por apoyo yoico, ni por someter al sujeto a pruebas tales como hacer aquello que le horroriza para modificar su conducta. El psicoanálisis va más allá. Permite a quien se analiza adquirir un saber, encontrar el porqué de sus actos y reconocer sus propios deseos, lo que le llevará a ser más consecuente consigo mismo y menos temeroso de actuar en la vida, saber y decir aquello que quiere o no quiere sin necesidad de recurrir a la enfermedad para excusarse.


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Psicoanalistas: Formación, Transformación y Transmisión. Norberto Ferrer

por Norberto Ferrer

En 1918 Freud fundamenta la enseñanza del psicoanálisis en dos capítulos imprescindibles, inseparables e interdependientes: la orientación teórica y la experiencia práctica. En la orientación teórica incluye tanto "el estudio de la bibliografía respectiva" como la participación "en las sesiones de las asociaciones psicoanalíticas", y "el contacto personal con los miembros más antiguos y experimentados de estas ". En la formación teórica, Freud no sólo distingue el estudiosino también el trabajo con otros en las asociaciones , y la función de los maestros .

Será Lacan quien creará el cartel , otra manera de estudiar, en la que 4 o 5 personas se reúnen para trabajar un tema de interés común durante dos años, y eligen a otro -un "más uno"- que participará de forma alternativa. De estos encuentros surgirá una producción de cada uno de los participantes. El cartel enlaza la formación teórica con la vivencia práctica de la castración y "la falta" presentificada por el lugar del "más uno". Siendo esta vivencia patrimonio de la práctica, el cartel es el elemento de la orientación teórica donde también dicha falta se puede experimentar.

En cuanto a la experiencia práctica, Freud destaca su adquisición en el propio análisis- que adquiere de por si el carácter de didáctico-, asi como por la investigación en la práctica clínica "mediante tratamientos efectuados bajo el control y la guia de los psicoanalistas más reconocidos" -lo que llamamos la supervisión -. Lacan creará el concepto y el procedimiento del pase (pasaje de la posición de analizante a la de analista) también como testimonio de la transmisión de un experiencia.

Orientación teórica Experiencia práctica
1.Estudio 1.Análisis
2.Asociaciones 2.Práctica clínica
3.Maestros 3.Supervisión
4.Cartel(Lacan) 4.Pase(Lacan)

¿Cómo se enlazan estos elementos teóricos y prácticos para dar lugar a una estructura cuyo efecto y producción sea la transmisión del psicoanálisis? Puntualizaré ahora solamente algunos aspectos de la transmisión referentes a las asociaciones y al análisis personal.

Se puede observar que, ya para Freud, la apertura al estudio, la investigación, y la transmisión en psicoanálisis es un proceso complejo y prolongado. En el plano teórico incluye tanto la adquisición de un saber textual, sumamente frondoso e intrincado, como la participación en vínculos sociales con pares y maestros, no menos complicado.

Asociaciones, escuelas, fundaciones e institutos reproducen, como todo grupo humano, las pasiones imaginarias del amor o la paz conseguida, del odio o la guerra lograda y, por fin, de la total ignorancia. (La consagración a estas pasiones convierte a la institución en un campo de adiestramiento -más que de formación- donde se abona el perjudicial Ideal -da lo mismo que sea con desechos o con agua bendita-. Allí sólo se llama a formar filas a la tropa o a organizar la procesión. Su consigna es: uniformidad, integración, obediencia o, de lo contrario, excomunión, gestando en sus practicantes una "forma de alienación pariente de la paranoia".)

El fracaso de las utopias comunitarias mantiene advertido al analista que concibe a las instituciones como condición y obstáculo de la formación. Obstáculo porque el inevitable juego político, que el discurso del amo impone en las organizaciones humanas, entroniza la quimera de lo que he dado en llamar la quimera de las tres "pes" (que se muerden la cola): Poder, Prestigio y Pasión. Condición de la formación porque es un lugar idóneo donde el analista puede confrontar y autorizarse ante los otros de su comunidad, y hacer allí su experiencia de transmisión del deseo de saber y de trabajar sobre lo inconsciente, y del pase social.

Hacer el pase institucional no es solamente hablar con otros del propio análisis. El analista habla siempre, sin saberlo, de su análisis o de su falta de análisis. Eso se revela ante él mismo y ante los otros cuando escribe, cuando teoriza, o en una sesión clínica. El final del análisis permite enlazar la experiencia del pase con el trabajo institucional. En cuanto a los otros aspectos de la experiencia práctica: el análisis, la práctica clínica, la supervisión tienen en común la vivencia de la transferencia -como puesta en acto del inconsciente- y su imprescindible trabajo, asi como la vivencia práctica de la castración y la falta.

Pero quiero resaltar el análisis personal concebido como la escuela de la transformación del analista. El prefijo trans -de transferencia, transformación y transmisión- marca la señal de un paso, de una travesía, de un pase, de un movimiento que trastoca el estatismo de la figuración, de la imagen, de la formacióndel analista como espejo viviente.

¿Cuál es el proceso que hace que en el análisis se produzca esa transformación, ese cambio de posición de analizante a analista?, ¿qué es lo que provoca que la transmisión del psicoanálisis en la cura permita situarse en el difícil lugar del espejo vacio?, ¿qué enseña el análisis?

El análisis enseña que uno no es el amo en su propia casa. Extrañas malformacionesemergen en el discurso y en la vida corriente. Contradictorios sentimientos, enigmáticos e inquietantes sueños, inconcebibles lapsus, actos fallidos, equívocos y deformaciones del lenguaje conforman nuestra vida psíquica. Padecimientos y síntomas diversos consagran al "ser del sufrimiento" en la dolorosa existencia de tropezar y caer repetidamente a causa de la misma roca .

La cartesiana creencia en el ser -tan venerada por el obsesivo, y que puede materializarse en las siguientes expresiones : "yo soy porque yo pienso", "yo soy analista porque yo pienso en lacanés", "...porque me analizo con tal", "porque pertenezco a la asociación cual"- se desvanece más tarde o más temprano al comprobar que algo se revela ante él, más allá de él y a pesar de él. Aquellas supuestas verdades e insignias que nos representan y que nos llevan, en su extremo, a ser fieles y aplicados abanderados de tal o cual ideal serán destituidas al vivenciarlas, en el análisis, como un producto más de la enunciación inconsciente del sujeto. Es ahí donde se hace patente el "yo no soy" lo que creía.

Todo lo que se piensa -el "yo pienso"- todo el saber sobre la causa de nuestro deseo, previo al análisis, se pone en cuestión y también se destituye en la construcción y travesía de un fantasma y de una novela que enmascaraba el objeto de nuestro deseo. El sujeto descubre que "no piensa", sino que por el contrario está alienado -en su fantasma- a un objeto, en una extraña ligazón de satisfacción e insatisfacción que llamamos goce.

El sujeto encuentra en este nuevo estado de "falta de ser" que su único ser justificable era hasta ese momento su ser de goce, que lo ha llevado desde su infancia a imaginar que resolvía la castración de la madre (que él llenaba la falta del Otro). Esto que ahora sabe ya no podrá ignorarlo jamás, asi como tampoco el hecho de que ser psicoanalista es sólo un síntoma.

Este proceso analítico produce que el deseo del sujeto se libere de sus ataduras, regulando de este modo mejor sus elecciones y gestionando adecuadamente su goce, otorgándole un apropiado "saber hacer" con sus síntomas. Se comprende entonces que concebir el final del análisis como una identificación al analista o a la institución -por ejemplo, repitiendo los eslogan del analista o de la institución maestra- es cuando menos, una trampa neurótica. Para terminar, podemos recordar con Freud: "Entra en tí, en lo profundo de tí y ¡aprende! primero a conocerte; luego comprenderás porque debiste enfermar y acaso evitarás enfermarte."


La angustia. Laura Vaccarezza

Desde un principio fue evidente para mí que la angustia
de mis neuróticos tenía mucho que ver con la sexualidad…
Sigmund Freud (manuscrito E 1894)

En algún momento de nuestra vida, todos experimentamos lo que es la angustia, incluso sus diferentes modalidades de presentación. A veces, es una experiencia casi cotidiana: sentimos angustia al despertar, al comienzo de un nuevo día que hay que afrontar, con trabajo, responsabilidades, decisiones, etc. También experimentamos angustia frente a un día vacío, un día libre, un fin de semana. Otras veces, paradójicamente, nos sorprende, nos invade en un momento inesperado, es más, en un momento en que estamos tranquilos, disfrutando, e inexplicablemente comienza el malestar. Sensación de muerte, de ahogo, opresión en el pecho, malestar en la boca del estómago aparecen como signos de una muerte inminente que paraliza e incluso impide prácticamente vivir. A veces, la idea del suicidio surge como un alivio a este sufrimiento.

Ese sufrimiento es muchas veces incomprendido por quienes rodean a la persona que lo padece y, en ocasiones, se cansan de ver cómo su amigo , pareja o su propio hijo o hija les alteran la vida «con sus tonterías». Apelan a la voluntad, diciéndole que «eso no es nada» y que «hay que ser sensatos», que «no hay nada que temer»,etc. Estos razonamientos son absolutamente inútiles a la hora de salir a la calle, coger un metro, un avión , ir al trabajo, salir por la noche, entrar en un hospital, sentir algún dolor que, por más leve que sea , para ese sujeto será indicador de infarto , cáncer etc. Es decir que, frente a la vida, a las decisiones que se deben tomar, a la impotencia del ser humano para dominar su existencia, reaccionará o se las arreglará de diferentes modos: inhibiéndose de actuar, posponiendo sus decisiones o haciendo síntomas de lo más variados. Podemos incluir aquí una larga serie que va desde los problemas escolares, las enfermedades denominadas psicosomáticas , las drogadicciones, etc.

La angustia es un afecto, un sentimiento de displacer, una señal de que algo no funciona. Podríamos decir una señal que advierte de un peligro inminente, una señal de alarma que se pone en marcha frente a peligros de la vida real (robo, atraco, etc) siendo, en estos casos, una señal que protege y que nos ayuda en muchos momentos a cuidarnos; sin embargo, en otras ocasiones la señal se pone en marcha porque un acontecimiento incluso banal- de la realidad evoca un miedo antiguo de esa persona. También la angustia puede producirse sin que haya ningún suceso en la realidad que lo desencadene y se manifiesta como «algo que nos viene de dentro».

¿Qué podemos hacer con esta señal?, intentar ignorarla es bastante difícil, puesto que decir «no pasa nada» no hace que la angustia se calme y, si se logra momentáneamente, no quiere decir que no vaya a volver con igual o más fuerza. Otra posibilidad es intentar hacerla desaparecer o calmarla con medicación. Esta opción, muy eficaz en algunas ocasiones, tiene el riesgo de que «la pastilla» se transforme en el centro de la vida de la persona, al punto de que su vida llegue a girar alrededor de la dosis, el psiquiatra, la receta, la farmacia, los efectos secundarios (que no son pocos), y un largo etc., no muy diferente a lo que entendemos por una adicción. No digo con esto que no hay que medicar al paciente, sino que se ha de hacer con prudencia, para que no se transforme en un problema más.

La tercera opción, y por la que me inclino, es la de interrogar a esa señal, preguntarnos: ¿por qué surge?, ¿qué nos está diciendo?, ¿qué la desencadena?, ¿por qué en ese momento?, ¿relacionada con qué situación?, ¿en qué otros momentos de la vida apareció?, etc.; es decir, nos interrogamos e interrogamos a quien nos consulta por la «causa».

¿Cuál es el sentido de interrogar a aquello que nos trae el posible analizante en sus distintas manifestaciones? Interrogamos, escuchamos incluso el silencio del autista, para saber qué lo ocasiona, qué «lo causa» como sujeto. Para que pueda, junto con el analista, descubrir qué factores operaron en su historia, qué fantasmas, qué realidad, le llevan a manifestarse de un modo y no de otro, determinando su vida.

El «saber la causa», el «ser consciente» del porqué de sus angustias, es lo que le permite conducirse de otro modo. ¿Cuál es la causa de la angustia?

Para Freud, el origen de la angustia está en la sexualidad, una sexualidad que al no haberse canalizado satisfactoriamente puede producir inhibiciones, síntomas y angustia.

Pero ¿de qué sexualidad se trata?. Nos lo aclara Lacan cuando dice «no hay relación sexual», es decir, no hay posibilidad de un acoplamiento total con el Otro , es decir que no es posible fusionarse, hacer Uno.

Sin embargo, la creencia en la posibilidad de ese encuentro causa deseo y es el motor que nos lleva a buscar ese objeto que podría colmarnos pero que, paradójicamente a su vez, si se acerca produce angustia, porque si se colma es el fin: ya no hay nada más por lo que moverse. Esto hace que el neurótico se las arregle de todas las maneras posibles para no satisfacer su deseo, porque cree en esa posibilidad, y esa posibilidad sería para él el fin de todo, la muerte, la locura.

Movimiento circular y paralizante que impide, retrasa el acto – cualquiera que sea- en la suposición de que se juega la vida, sin saber que es su vida la que hipoteca por una suposición.

El psicoanálisis cura sin dar instrucciones, sin indicar ejercicios, lo hace ayudando al sujeto a extraer de sí mismo un saber que no sabe que posee. Saber que no hay ningún objeto para colmar ese deseo, que el objeto es un objeto profundamente perdido y que nunca existió. Apropiarse de ese saber sobre su fantasma, es lo que le permitirá dejar de vivir sometido y temeroso del saber supuesto a los demás que – desde su infancia- le han dicho qué es «lo que más le conviene», marcándole «el camino que ha de seguir en la vida».


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El psicoanalista y la soledad. Carlos H. Jorge

por Carlos H. Jorge


"El hombre es una bestia triste que necesita de prodigios para emocionarse" . Esta frase pertenece a la novela "Los siete locos" de Roberto Arlt, escritor argentino de principios de siglo y su contenido lo podemos constatar diariamente en lo cotidiano y en el diván.

El hombre soporta muy mal el ser mortal, el tener limitaciones, el no ser omnipotente, el estar expuesto a las enfermedades, a la decrepitud y a la muerte. Algunos buscan "prodigios" que les hagan creer que son eso que nunca serán. Otros buscan a los hacedores de "prodigios" para identificarse con ellos y pensar que de mayores serán "prodigiosos" (una mayoría de edad que suele no llegar nunca). Algunos otros se conforman con estar a su lado, darles la mano de vez en cuando, imitarlos, creyendo que de esta manera, por una especie de osmosis serán transportados a esa supuesta constelación superior. Los menos se analizan y terminan sus análisis convencidos que "son eso" , lo que nunca es demasiado brillante. Y algunos de esos menos también terminan sus análisis con la idea de que "son eso" pero no están dispuestos a soportarlo. Lo patético es cuando esos menos son psicoanalistas.

El psicoanalista es un hombre solo que sabe, o debería saber de la castración, que la acepte es otra cuestión, por eso cuando esto no sucede vemos como algunos psicoanalistas necesitan de un Otro psicoanalista(vivo, a los muertos se los cita como guardaespaldas de lo dicho)donde poder depositar la creencia de ese todo que no soportan no tener. Esto nos dejaría en que: "Un psicoanalista es un hombre solo y que en algunos casos necesita de un Otro(Mamá-Dios-Amo)para sobrevivir, o para soportar su condición de ser" . Esto lo podemos constatar en las instituciones, en los paradójicos grupos de independientes, en las jornadas, en los congresos, o en cualquier lugar donde se agrupen más de cuatro, pertenezcan a instituciones o no, esto no define la cuestión.

Por otro lado, están los que intentan desesperadamente colgarse todo tipo de medallas para poder ser colocados en ese lugar Otro(algunos lo logran, otros mueren en el intento) y la lucha continúa sin cuartel, caiga quien caiga, para mantenerse en los primeros puestos de "los 40 principales" .

El problema es que un psicoanalista no es una estrella del rock, ni candidato a la presidencia de ningún país; el botín, aparte de pobre y efímero, e totalmente imaginario.

Otro problema es que todo esto sucede fuera de las consultas y en general con la suficiente publicidad como para que trascienda el marco estrictamente psicoanalítico, con las consecuencias y efectos, siempre lamentables que si producen, deteriorando y muchas veces rompiendo el vínculo social, entre la comunidad psicoanalitica y otros colectivos, o con personas individuales que ven en nosotros una especie de filósofos o literatos que hablan muy bien, aunque nadie les entienda, pero cuyo método no sirve para nada en lo que a la llamada "salud mental" se refiere.

Nos guste o no nos guste, lo maticemos hasta el infinito o no, el psicoanálisis nace de la preocupación de un médico por curar y se inscribe en las distintas sociedades de los diversos países(en algunos avanza muy lentamente, se ha detenido o ha retrocedido)más tarde o más temprano con sus distintas particularidades como un método terapéutico, que sirve o debería servir para aliviar el sufrimiento mental de la gente. Si esto se rompe y en tanto que no hay analista sin pacientes, ya podemos ir escribiendo las memorias de psicoanálisis.

Un análisis puede anudarse de muchas maneras, una de ellas suele ser por medio de esa transferencia imaginaria que suele establecer una determinada sociedad, o parte de ella con una palabra, psicoanálisis , en este caso y con el colectivo que la sostiene. El sostenimiento de esa transferencia es un trabajo de todos nosotros, uno a uno, y/o agrupados en una o en diversas instituciones. Por lo tanto, lo que hagamos o digamos, juntos o separados nunca es sin consecuencias.

Por otro lado, la instauración del Otro en un momento de la cura, va a ser fundamental como lugar único donde el sujeto va a poder interrogarse sobre su existencia y el analista va a ocupar este lugar para hacer posible la aparición de la verdad de las respuestas para cada sujeto en particular. El analista ocupa diversos lugares a lo largo de una cura; el de ideal, es uno de ellos, y en algunos momentos es Dios para algunos pacientes. Una señora de 65 años me decía: -"Gracias a Usted y a Dios (en ese orden) he comenzado a vivir".

Uno sabe después de media vida en el diván, que uno no "es", sino que ocupa un lugar, de Dios de nada, a resto. Esto supuestamente, no sólo lo sabemos, sino que lo ponemos en acto en la cura. Supuestamente sabemos sobre la castración, sabemos sobre el fantasma o sobre la dialéctica del amo y el esclavo en algunas estructuras.

Lo curioso (y no digo que fuera tenga que suceder lo mismo que dentro) es que cuando estamos agrupados la lucha por ser Dios, por "a ver ¿quién la tiene más grande?", por demostrar que el Otro existe sin barrar, algunas veces es tan espectacular que uno escucha preguntas como: "¿Oye, para qué les sirvió a ustedes el analizarse?"

Cada juego tiene sus reglas y uno decide si lo juega o no, aquí no hay ingenuidad posible, no hay lugar para la inocencia, lo que no quita que algunos analistas nos sintamos muy solos al vemos rodeados de tanta gilipollez.


¿Qué pintamos los psicoanalistas? (II). Norberto Ferrer

por Norberto Ferrer


Puedo responder, como psicoanalista, esta pregunta con otra pregunta: ¿cómo tratar con cuatro pinceladas, con un flash o con dos trazos esta extensa cuestión?

La relación de adecuación y aparente armonía del mundo animal con su entorno natural, y del feto o el bebé con su madre, han inspirado el mito del paraíso. El lenguaje y el inconsciente, estructurado como tal, nos hacen ajenos a dicha armonía desde que nacemos, conformando nuestro deseo como permanentemente insatisfecho y, su objeto, inalcanzable.

Los paraísos perdidos nos exilian definitivamente, y es en el desamparo humano cuando se inicia la búsqueda insaciable de ese oscuro e inaprensible objeto del deseo que, supuestamente, nos retornaría al edén inicial.

Pretendemos dar forma al vacío, arrastrados por ese deseo, con dibujos, pinturas, letras, símbolos o metáforas, frente a la aventura y a la promesa que ofrece la tela, la página en blanco, la materia plástica, el objetivo de la cámara o la pantalla del ordenador.

Esa causa de deseo que el acto artístico o poético soportan construye un contorno a esa falta de objeto, aunque más no sea con restos, como hace el "arte povera".

La pincelada, la mancha, el color, el trazo, el olor de la pintura o del papel, el tacto tenso de la tela, las letras, el oído, la mirada, dan por fin lugar a la emoción y al goce estético que enlazan al artista con su admirador, hasta la esperanza del próximo cuadro, foto, poema que, ilusoriamente, podrá decir lo que el deseo jamás conforma.

Paul Klee sostenía que el arte no reproduce lo visible, sino que hace visible. Podemos decir que el artista hace visible, aún sin saberlo, una verdad nueva: los impresionistas, por ejemplo, subvirtiendo la concepción de la realidad; los cubistas, superando la apariencia de la forma al descomponer el aspecto superficial del objeto; los expresionistas, brindando cierta satisfacción pulsional a lo que la mirada pide. Y han tratado de expresar en los temas de sus obras: el enigma femenino, las encrucijadas del sujeto y su deseo, la angustia creadora, el amor, la sexualidad, la muerte, los fantasmas...

En este fin de siglo en que las tecno-ciencias producen enunciados universales que garantizan la verdad y pretenden ignorar lo imposible, el arte clarifica la verdad particular del sujeto humano en relación con su subjetividad.

Los artistas dan forma al vacío; los enfermos sufren el dolor del vacío, con sus síntomas, sus inhibiciones o sus angustias. A diferencia de la tendencia neuro-psiquiátrica actual -que tapa y reniega del vacío con etiquetas diagnósticas, impregnaciones neurolépticas o indicaciones conductistas que automatizan al sujeto- o de las promesas esotéricas y "mágicas", los psicoanalistas analizamos ese vacío que el paraíso perdido y su exilio consecuente nos dejó. Contamos con él, no damos forma ni consistencia -como hace el arte- a la falta de ese oscuro objeto del deseo. El acto analítico se sostiene en dicha falta. Invitamos al sujeto que sufre, y pide ayuda, a enfocar el objetivo hacia adentro para fotografiar su enigma y su laberinto; lo invitamos a revisitar y reescribir, en las páginas de su subjetividad, su propia historia con las letras de su inconsciente; a enmarcar y a pintar, como si de un pictograma se tratara, los propios fantasmas; a asumir el goce de sus síntomas con el que está comprometido; a combatir su desasosiego y a defender su deseo; a defender su alegría como un atributo (siguiendo el poema de Benedetti), no el cultivo de la felicidad como ideal imposible, sino la alegría del deseo liberado.

El psicoanalista invita a que cada uno pueda escuchar su propia canción. Nada mejor que un poeta, León Felipe, para pintar qué pinta un psicoanalista:

No tiene título ni rótulo a la puerta
No es doctor,
ni reverendo
ni maese...
No es un misionero tampoco.
No viene a repartir catecismos ni reglamentos,
ni a colgarle a nadie una cruz en la solapa.
Ni a juzgar:
ni a premiar
ni a castigar.
Viene sencillamente a cantar una canción.
Cantará su canción y se irá.
Mañana, de madrugada, se irá.
Cuando os despertéis vosotros, ya con el sol en el cielo, no encontraréis más que el recuerdo
encendido de su voz.
Pero esta noche será vuestro huésped.
Abridle la puerta,
los brazos,
los oídos
y el corazón de par en par.
Porque es vuestra canción la que vais a escuchar. 

(Trabajo presentado en la exposición colectiva"¿Qué pintamos los psicoanalistas?" el día 30 de septiembre de 1998, en la Casa Elizalde de Barcelona, como parte de la actividad cultural de la Reunión Fundacional para una Convergencia Lacaniana de Psicoanálisis, realizada los días 1, 2, 3 y 4 de octubre de 1996.)