Entrevista a Sigmund Freud, por George Sylvester Viereck (1926)

Esta entrevista fue concedida al periodista George Sylvester Viereck en 1926 en la casa de Sigmund Freud en los Alpes suizos.

Se creía perdida pero en realidad se encontró que había sido publicada en el volumen de "Psychoanalysis and the Future", en New York en 1957.

Fue traducida del inglés al portugués por Paulo César Souza y al castellano por Miguel Ángel Arce.

La reproducimos a continuación:

 

Setenta años me enseñaron a aceptar la vida con serena humildad.

Quien habla es el profesor Sigmund Freud, el gran explorador del alma. El escenario de nuestra conversación fue en su casa de verano en Semmering, una montaña de los Alpes austríacos. Yo había visto el país del psicoanálisis por última vez en su modesta casa de la capital austríaca. Los pocos años transcurridos entre mi última visita y la actual, multiplicaron las arrugas de su frente. Intensificaron la palidez de sabio. Su rostro estaba tenso, como si sintiese dolor. Su mente estaba alerta, su espíritu firme, su cortesía impecable como siempre, pero un ligero impedimento en su habla me perturbó. Parece que un tumor maligno en el maxilar superior tuvo que ser operado. Desde entonces Freud usa una prótesis, lo cual es una constante irritación para él.

Sigmund Freud: Detesto mi maxilar mecánico, porque la lucha con este aparato me consume mucha energía preciosa. Pero prefiero esto a no tener ningún maxilar. Aún así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.

(Freud se rehúsa a admitir que el destino le reserva algo especial).

Sigmund Freud: ¿Por qué (dice calmamente) debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas -en compañía de mi mujer, mis hijos- el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?

George Sylvester Viereck: El señor tiene una fama. Su obra prima influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de este señor. Recientemente, en el septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.

Sigmund Freud: Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento, me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. Mi virtud no es la modestia.

George Sylvester Viereck: ¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?

Sigmund Freud: Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra prácticamente liquidó mis posesiones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna.

(Estábamos subiendo y descendiendo una pequeña elevación de tierra en el jardín de su casa. Freud acarició tiernamente un arbusto que florecía)

Sigmund Freud: Estoy mucho más interesado en este capullo de lo que me pueda acontecer después de estar muerto.

George Sylvester Viereck: ¿Entonces, el señor es, al final, un profundo pesimista?

Sigmund Freud: No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.

George Sylvester Viereck: ¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?

Sigmund Freud: No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción?

George Sylvester Viereck: ¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?

Sigmund Freud: Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviéndose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría vínculo entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.

George Sylvester Viereck: Bernard Shaw sustenta que vivimos muy poco. El encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. Él cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.

Sigmund Freud: Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, conciente o inconcientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del Amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Más allá del principio del placer" En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el Amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la Muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.

George Sylvester Viereck: Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el auto-exterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.

Sigmund Freud: La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido (añadió Freud con una sonrisa) puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.

(Estaba haciendo frío en el jardín. Continuamos la conversación en el gabinete. Vi una pila de manuscritos sobre la mesa, con la caligrafía clara de Freud).

George Sylvester Viereck: ¿En qué está trabajando el señor Freud?

Sigmund Freud: Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.

George Sylvester Viereck: ¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?

Sigmund Freud: Algunos de mis mejores discípulos son legos.

George Sylvester Viereck: ¿El Señor Freud está practicando mucho psicoanálisis?

Freud: Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted puede ver....

(En ese momento apareció Miss Anna Freud, acompañada por su paciente, un muchacho de once años de facciones inconfundiblemente anglosajonas)

George Sylvester Viereck: ¿Usted ya se analizó a sí mismo?

Sigmund Freud: Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él.

George Sylvester Viereck: Mi impresión es de que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. "Tout comprendre c'est tout pardonner".

Sigmund Freud: Por el contrario (acusó Freud sus facciones asumiendo la severidad de un profeta hebreo), comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento.

(Comprendí súbitamente por qué Freud había litigado con sus seguidores que lo habían abandonado, porque él no perdona disentir del recto camino de la ortodoxia psicoanalítica. Su sentido de lo que es recto es herencia de sus ancestros. Una herencia de la que él se enorgullece como se enorgullece de su raza).

Sigmund Freud: Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto anti-semita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.

(Quedé algo desconcertado con esta observación. Me parecía que el espíritu de Freud debería vivir en las alturas más allá de cualquier preconcepto de razas, que él debería ser inmune a cualquier rencor personal. En tanto no precisamente a su indignación, a su honesta ira, se volvía más atrayente como ser humano. ¡Aquiles sería intolerable si no fuese por su talón!)

George Sylvester Viereck: Me pone contento, Herr Profesor, de que también el señor tenga sus complejos, de que también el señor Freud demuestre que es un mortal!

Sigmund Freud: Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.

George Sylvester Viereck: Imagino, observo, ¡cuáles serían mis complejos!

Sigmund Freud: Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida la "caza de los leones". Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, El Emperador, Hindenburgh, Briand, Foch, Joffre, Georg Bernard Shaw....

George Sylvester Viereck: Es parte de mi trabajo.

Sigmund Freud: Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre.

(Negué vehementemente la afirmación de Freud. Mientras tanto, reflexionando sobre eso, me parece que puede haber una verdad, no sospechada por mí, en su sugestión casual. Puede ser lo mismo que el impulso que me llevó a él)

George Sylvester Viereck: Me gustaría, observé después de un momento, poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez, como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o tentaría anticipar sus intenciones.

Sigmund Freud: La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.

(En este punto el maestro del psicoanálisis difiere bastante de sus seguidores, que no gustan mucho de la seguridad del paciente que tienen bajo su supervisión)

George Sylvester Viereck: A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.

Sigmund Freud: ¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.

George Sylvester Viereck: ¿Por qué?

Sigmund Freud: Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego, que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho más desagradables que las emociones simples y directas de un perro, al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro (añadió Freud pensativamente), nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconcientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.

George Sylvester Viereck: Mi cachorro es un dóberman Pinscher llamado Ájax.

Sigmund Freud: (sonriendo) Me contenta saber que no pueda leer. ¡El sería ciertamente, el miembro menos querido de la casa, si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!

George Sylvester Viereck: Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás. En tanto me parece que el señor sea en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.

Sigmund Freud: De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis después del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconciente.

George Sylvester Viereck: Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue mas compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio.

Sigmund Freud: El psicoanálisis por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.

George Sylvester Viereck: Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.

Sigmund Freud: La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia.

George Sylvester Viereck: La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría del "desplazamiento", de la "sexualidad infantil", de los "simbolismos de los sueños", etc.- parecen permanentes.

Sigmund Freud: Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.

George Sylvester Viereck: ¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?

Sigmund Freud: Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: "Más todo faltaría si faltase el sexo" (Yet all were lacking, if sex were lacking). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está "más allá" del placer -la muerte, la negociación de la vida. Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor -como un paso para el aniquilamiento! Explica por qué los poetas agradecen a:

Whatever gods there be,
That no life lives forever
And even the weariest river
Wind somewhere safe to sea.

("Cualesquiera dioses que existan
Que la vida ninguna viva para siempre
Que los muertos jamás se levanten
Y también el río más cansado
Desagüe tranquilo en el mar")

 

George Sylvester Viereck: Shaw, como usted, no desea vivir para siempre, pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.

Sigmund Freud: (Sonriendo) Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. El hace humoradas del amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, por su negación del móvil de todas las cosas humanas, que emanan de sus piezas el clamor universal, a pesar de su enorme alcance intelectual, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.

George Sylvester Viereck: Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dio nuevas intensidades a la literatura.

Sigmund Freud: También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente de los motivos duales de la conducta humana, y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente que él. El Zaratustra dice: "El dolor grita: ¡Va! Pero el placer quiere eternidad Pura, profundamente eternidad". El psicoanálisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, su influencia en la literatura es inmensa por lo tanto. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthak mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralela a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el Dr. Schnitzle no es ni siquiera un poeta, es también un científico.

George Sylvester Viereck: Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura americana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvrey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neill y Sydney Howard tienen una gran deuda con usted. "The Silver Cord" por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.

Sigmund Freud: Yo sé y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación. Pero, tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés americano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis, tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente.
La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis.
Los americanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente también en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos, pues una formación estrictamente médica es con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.

 

¡Freud tiene que decir la verdad a cualquier precio! Él no puede obligarse a sí mismo a agradar a Estados Unidos donde están la mayoría de sus seguidores. A pesar de su rudeza, Freud es la urbanidad en persona. Él oye pacientemente cada intervención, procurando nunca intimidar al entrevistador. Raro es el visitante que se aleja de su presencia sin un presente, alguna señal de hospitalidad.

Había oscurecido. Era tiempo de tomar el tren de vuelta a la ciudad que una vez cobijara el esplendor imperial de los Habsburgos. Acompañado de su esposa y de su hija, Freud desciende los escalones que lo alejan de su refugio en la montaña a la calle para verme partir. El me pareció cansado y triste al darme el adiós.

"No me haga parecer un pesimista -dice Freud después de un apretón de manos–. Yo no tengo desprecio por el mundo. Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso.¡No, yo no soy un pesimista, en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores! No soy infelíz, al menos no más infelíz que otros".

 

El silbato de mi tren sonó en la noche. El automóvil me conducía rápidamente para la estación. Apenas logro ver ligeramente curvado y la cabeza grisácea de Sigmund Freud que desaparecen en la distancia....

 

George Sylvester Viereck
periodista del "Journal of Psichology"
año 1926, publicada en N. York en 1957
Traducción: Miguel Ángel Arce

 


Rememorando la historia de Apertura-1. Norberto Ferrer

Se acerca el 40 aniversario (1981–2021) de la fundación de la asociación Apertura; el inminente acontecimiento nos ha hecho recordar las celebraciones de aniversarios pasados, que os queremos participar transcribiendo aquí uno de los textos producidos 15 años atrás, con motivo de la celebración del 25 aniversario de Apertura. El texto es de Norberto Ferrer, y empieza con una cita de Lacan:

 

Están ustedes aquí para abrirse a cosas que aún no han visto y que en principio son inesperadas. Entonces, ¿por qué no dar a esta apertura su máxima repercusión, planteando los problemas en el punto más profundo que alcanzan en ustedes, aunque esto se traduzca de una manera algo vacilante, imprecisa y hasta barroca?

(Jacques Lacan, Seminario 2:
El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica)

 

Hace 25 años nos armamos de valor e iniciamos un proyecto colectivo de trabajo, concebido como un movimiento o proceso. Diecisiete personas —sólo tres de las cuales permanecemos en la actualidad— fundamos esta asociación libre que llamamos Apertura. Una apertura a la transferencia, una apertura del inconsciente. Un significante que nombra un inicio (una apertura) y una falta (una abertura).
(Las diecisiete habíamos renunciado a permanecer en la Biblioteca Freudiana de Barcelona, fundada por Óscar Masotta, tras la muerte de éste.)

Cuando nos planteamos la formación de los psicoanalistas, sabíamos que las formaciones del inconsciente eran las únicas que tenían, para nuestro quehacer, el valor de la verdad del deseo. Por ello, de entrada descartamos la pretensión de enseñar, de inculcar (etimológicamente: apretar una cosa pisándola) conocimientos enciclopédicos y una alineación (alienación) disciplinada en una institución maestra, ya que siempre pensamos que todo lo que vale la pena aprender no puede ser enseñado. De allí nuestro optimismo advertido y la concepción de las instituciones como analizantes, y también como lugar de pasos y de pases de cada psicoanalista.

Además de la alegría que hoy compartimos por este XXV aniversario, es menester ubicar en un lugar preciso el papel de la institución psicoanalítica, como un elemento más del complejo puzzle de la formación psicoanalítica.

En 1918, Freud fundamenta la enseñanza del psicoanálisis en dos capítulos imprescindibles, inseparables e interdependientes:

  1. la orientación o enseñanza teórica , y
  2. la experiencia práctica

¿Cómo se enlazan estos elementos teóricos y prácticos para dar lugar a una estructura cuyo efecto y producción sea la transmisión del psicoanálisis? Graficamos este enlace utilizando la teoría de los conjuntos: la unión de los conjuntos enseñanza teórica y experiencia práctica, conforman un nuevo conjunto formado por los múltiples elementos de teoría y práctica.

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En el conjunto enseñanza teórica puntualizamos los cuatro elementos indispensables:

  1. el estudio de los textos específicos
  2. el trabajo con otros colegas en las asociaciones psicoanalíticas
  3. la relación con los docentes o maestros
  4. La participación en carteles

El discurso predominante de estos aspectos de la enseñanza es el discurso del maestro, descrito por Lacan.

En el conjunto experiencia práctica señalamos:

  1. el psicoanálisis personal del analista
  2. la práctica clínica en la escucha de analizantes
  3. la supervisión de los casos tratados, y
  4. el acto de pase clínico y social.

Es en la experiencia práctica, fundamentalmente, donde podemos constatar la verdadera experiencia de la transmisión de lo inconsciente, lo que llamamos el acto de transmisión, ya que el dispositivo analítico es el que favorece la aparición del discurso psicoanalítico.

Esta unión de conjuntos es posible gracias al trabajo de la transferencia en primer lugar, y a la transferencia de trabajo. Ambas permitirán asumir y sostener la ética del deseo del analista que nos previene de no cultivar lo imposible. Aunque la vida de grupo y la política también están sujetas a la ética del psicoanálisis, el discurso del amo impone su peso implacable en las instituciones.

El 15 de febrero de 1977, Lacan propone tres tipos de saber:

  1. un saber consistente, saber del yo, de procedencia imaginaria. Definido como un anti-saber, anti-inconsciente, voluntad de no cambiar.
  2. un saber simbólico, saber inconsciente conformado por el anudamiento de lo simbólico y lo real y vehículo de ciertos significantes privilegiados. Este saber conduce al cambio.
  3. un saber en lo real, saber que dice la verdad sin hablar, de manera que ese saber establece una continuidad real del otro y del sujeto. Saber absoluto, silencioso que evoca la pérdida y, por tanto, la llamada al significante del Nombre-del-Padre.

Se reinventa y se transmite el psicoanálisis en el momento de la aparición del cambio de discurso, lo que Lacan llama la emergencia del discurso psicoanalítico, puesto que allí se anudan los tres tipos de saber citados en la creación de un medio-decir.

Por tanto, todo analista hará, en su experiencia, la reinvención del psicoanálisis. Resalto en esta reinvención tres niveles:

  1. la reinvención teórica con la lectura e interpretación que cada cual pueda hacer, según en qué momento del análisis se encuentre y la transferencia con los textos y los enseñantes. También los aportes que pueda brindar a la teoría, generados por su propio trabajo clínico e institucional con otros analistas.
  2. la reinvención de la práctica clínica: según la propia elaboración de su castración y su fantasma, y la articulación teórico-clínica que pueda devenir de ello.
  3. la reinvención institucional, pasando inevitablemente, en el lazo asociativo, por las dialécticas de alumno-maestro, analizante-analista, por las exposiciones, las autorizaciones, las nominaciones, las enseñanzas, las transferencias y la transmisión.

Por lo dicho, hoy puedo afirmar que festejo 25 años de trabajo en la asociación Apertura. Festejo 40 años de práctica clínica en la escucha de analizantes. Festejo 12 años de psicoanálisis personal, muchos años de supervisión, estudio de textos e investigación con colegas y maestros que me han permitido armar mi propio puzzle formativo y una reinvención del psicoanálisis que continuará siempre.

Quiero agradecer vuestra presencia y colaboraciones en este día. También a todos los que participaron, participan y participarán en Apertura. A Laura Vaccarezza y a Carlos H. Jorge, compañeros constantes de fatigas y festejos. Y a Nati Torres que con su trabajo y aportes constantes en los últimos 20 años, ha colaborado firmemente en el sostenimiento de Apertura. Muchas gracias.

Sábado, 28 de enero de 2006

Norberto Ferrer

Artículo publicado en el libro: La formación del psicoanalista y el valor de las instituciones, editado con motivo del 25 aniversario de Apertura.


El regreso de Antígona – Ritos funerarios en época de pandemia. Néstor Braunstein

El notable artículo de mi amiga Asunción Álvarez[1] --cuya lectura recomiendo a modo de introducción a este texto-- encendió la mecha para volver a reflexionar sobre las ceremonias fúnebres y las modificaciones a las que están sometidas en las condiciones actuales, a las que cabe definir como “estado de excepción” pues, se sostiene, corriendo el riesgo de un contrasentido o de un oxímoron, que debemos adaptarnos a una  “nueva normalidad”, a una suspensión de los ordenamientos legales vigentes en derechos básicos como las libertades de reunión, de comercio, de trasladarse dentro de la ciudad y fuera de sus límites, etc. Hoy, la condición “normal” ha sido alterada por la pandemia del Covid-19 y se ha instalado, quiérase o no, el “estado de excepción” (Benjamin [1940])[2], luego Agamben[3]. Para muchos, entre los que me cuento, el estado de excepción implica una conculcación dictatorial de libertades cívicas elementales a la que grandes sectores de la población tiende a justificar y se resigna a aceptar por la alegada convicción de que así se previenen contagios y fatalidades. Es la lógica paternalista del biopoder que tiene sobrados antecedentes: “Es por tu bien que te lo ordenamos”. En el nuevo orden mundial que se delinea ante nuestros ojos el Big Brother restringe la privacidad, un término que se va transformando en un arcaísmo. En la guerra por la preeminencia económica en el planeta la salud es equivalente a la riqueza (health becomes wealth) que los Estados nacionales administran y reglamentan.

Entre esas nuevas condiciones impuestas por el Estado se cuentan los ritos y las normas que regulan la conducta a seguir con los cuerpos de los muertos. En la situación “normal” de la vida, la que nos era habitual, en las sociedades “democráticas”, se permitía a las personas más próximas al difunto, y a este mismo antes de la muerte, decidir sobre los ritos funerarios que se seguirían. Cada ciudad y cada país se regía por reglas y procedimientos específicos que regulaban los pasos consecutivos a la defunción. No insistiremos en el punto; hay consenso en que así debe ser, es obvio y sabido por todos, un universal cultural, podríamos decir, que se integra en el conjunto de las libertades legítimas y legales de los ciudadanos. La cuestión central está rigurosamente expuesta en el texto de A. Álvarez. Inmediatamente después de leerlo felicité a la autora agregando que, por lo que se desprendía de él, volvíamos a los tiempos de las Antígonas, los Creontes y los Polinices según los conocemos por múltiples fuentes, principalmente, por la tragedia epónima de Sófocles. La consideración de estas circunstancias actuales trajo a mi memoria un antiguo trabajo sobre el tema[4]. No me limitaré a volver sobre ese artículo redactado para un coloquio sobre arte funerario en México, a instancias y por invitación de la recordada Teresa del Conde, que presenté en el Palacio de Minería de la ciudad.

Quiero, en la perspectiva del momento presente, ir más allá, e insistir en uno de los puntos básicos de aquel trabajo: el de la condición de quienes viven “entre dos muertes” según una inapreciable aportación del marqués de Sade (Juliette ou les prospérités du vice [1797] al terminar el siglo XVIII, reactualizada por el decir de Jacques Lacan en sus seminarios de mayo y junio de 1960[5]). Hace un mes, el ya mencionado Giorgio Agamben (“Une question”, Quodlibet, 13 de abril de 2020), traducido del italiano al francés en Lundi Matin  (20 de abril de 2020)[6], reflexionaba acerca de la restricción jurídica que se ha impuesto con el argumento de la pandemia y se preguntaba por los umbrales que no toleraremos que sean transgredidos en nombre de la seguridad sanitaria. El filósofo romano (n. 1942) se detenía en tres rasgos de esta presunta “nueva normalidad”. Traduciré aquí uno solo, el inicial:

“El primer punto, quizás el más grave, concierne a los cuerpos de las personas muertas: ¿Cómo hemos podido aceptar, tan solo en nombre de un riesgo que era imposible de precisar, que las personas a las que apreciamos, y los seres humanos en general, no solo muriesen solos – algo que nunca había sucedido en la historia desde Antígona hasta hoy-,  sino que sus cadáveres fuesen incinerados sin funerales?”

Antígona regresaba. Volví a leer el texto escrito hace 45 años, en el que razonaba, desde la perspectiva abierta por Lacan, acerca de los ritos funerarios y de la figura de Antígona. Lo encontré aceptable para repensar esa “question” de Agamben, a la vez que sentía como necesaria una actualización del mismo para dar lugar a importantes ensayos publicados en el tiempo intercurrente que en breve mencionaré. Esos libros, atizados por el artículo de A. Alvarez, ofrecen un zócalo para regresar sobre la bella y siniestra figura de Antígona y las consecuencias actuales de la regulación de los ritos funerarios que prescriben lo permitido y lo prohibido cuando vemos cómo ahora se modifican las normas anteriores con el pretexto de la salud pública. Antígona aun puede impartir lecciones con el ejemplo de su destino, el que ella eligió enfrentando al despotismo del tirano que pretendía obrar por la salvación (la salud) de la ciudad. ¿Qué se puede y debe hacer con los cadáveres en los tiempos de la peste? ¿Son peligrosos, por el riesgo de contagio, los cuerpos de quienes fallecieron? ¿Cuánto tiempo debe pasar entre el deceso y el entierro o la cremación de los restos? ¿Qué se hace con sus vestiduras y con sus objetos personales que pudieran estar contaminados? ¿Qué sucede con los velatorios, las misas, las ceremonias laicas y religiosas, los encuentros entre deudos y amigos, etc.? Pocos, si alguno, de estos interrogantes tiene una respuesta precisa en 2020.

Constatamos que, en nombre de la pandemia y por el temor al contagio, los lapsos de presencia del cadáver antes de su destino final se han acelerado: hay que disponer (disposal) de él lo más rápido que se pueda, cuanto antes. Hay que construir a la ligera nuevos cementerios, los enterradores no se dan abasto en la tarea de cavar tumbas, faltan los ataúdes y se entierra a muertos en cajas de cartón o en bolsas de plástico como las que se arrojan en los contenedores de basura instalados en las esquinas de las grandes ciudades. Latinoamérica, con Brasil y Ecuador en los extremos de la improvisación, marchan a la cabeza de esta degradación de la vida hasta en la muerte. La profanación del cadáver es habitual y no deja de encerrar una fuerza antierótica, tanática, si hemos de coincidir con G. Bataille[7]: “El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. Invertiremos su fórmula a la luz de esta anulación factual de los ritos fúnebres: “El antierotismo es la reprobación de la muerte en nombre de la vida”.

Todos sabemos de la variabilidad histórica de las normas y las costumbres en las distintas culturas y sectores de la sociedad, en las diferentes religiones, con sus rituales más o menos detalladamente indicados y sabemos también que desde hace tiempo, en Occidente al menos, la muerte ha perdido mucho de su prestigio como acontecimiento decisivo. La obra clásica e imprescindible sobre el tema es la de Philippe Ariès[8] . La banalización de la muerte es el gran tema de Giorgio Agamben: (Homo Sacer, cit.) Muchos autores, como lo hace Jean Allouch, se refieren, lamentándolo o no, a estos tiempos de la “muerte seca”[9] , del acortamiento de los períodos y las señales exteriores del luto, de la desecación generalizada de los mares de lágrimas, de la cancelación laboral de las “lloronas” contratadas en ciertas culturas, de la autoincineración de las viudas en algunos países. En muchas poblaciones del mundo posmoderno las señales exteriores del luto, antes exigidas, se han vuelto vergonzantes, como si fueran una invitación a hablar o explicar porqué se las lleva y, de ese modo, colocar al difunto en el comienzo de todo diálogo con el otro.

No es tampoco la hora de especular sobre las razones económicas, sociales, políticas y ecológicas de estos cambios que parecen estar íntimamente ligados a la laicización de los Estados nacionales, la aceleración del tiempo que es correlativa de las modernas tecnologías que corren a la velocidad de la luz y aun más, el alargamiento de los años de vida que estadísticamente se correlaciona con los avances de la medicina en el tratamiento de muchas enfermedades agudas y crónicas que hacen de la muerte un acontecimiento esperable en razón del envejecimiento de una población debilitada por los años y el desgaste orgánico. Los viejos son ahora los vulnerables, aquellos de los que se puede “disponer” más rápidamente a la hora de decidir sobre los méritos para distribuir los escasos recursos de la sanidad que fueron siendo recortados por las políticas neoliberales para dedicarlos a fines “productivos”. La ancianidad es costosa en términos económicos y de recursos humanos dedicados a su asistencia. Las “residencias” (en muchos casos un eufemismo que remplaza a la palabra “depósito”) son espacios inmuebles y gastos superfluos cuando sus habitantes no tienen ya nada que aportar. Con humor swiftiano (“Una modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda se conviertan en una carga para sus padres o para su país y se los haga beneficiosos para el pueblo” [1729]) se resolverían varios problemas con una “solución final” al estilo de la de Eichmann. El premier británico, Boris Johnson, no estuvo lejos de proponerlo al sostener que así se acabaría con el deber de cuidar a viejos inútiles y se permitiría que se multiplique la “inmunidad de rebaño – flock immunity ” que la población activa alcanzaría con el geronticidio. En México dirían con expresión apropiada: un “desviejadero”.

La muerte del siglo XXI no es lo que era antes: se ha “naturalizado”; ha perdido los ribetes sobrenaturales que la rodeaban y no hacen falta estadísticas para medir cuántos en verdad creen y cuántos no en la vida eterna, en el cielo, el purgatorio, el paraíso y en las promesas performativas e imposibles de “infirmar” de la resurrección de los cuerpos (¿quién podría reclamar que no se ha cumplido con lo prometido?). Las consignas que ordenaban llevar una vida virtuosa para asegurarse o para lograr una recompensa ultraterrena se ven subordinadas a las consignas de gozar antes y cuanto sea posible. Parece imperar el dicho vulgar: “el vivo al gozo y el muerto al pozo”. Ese pozo que va dejando de ser lugar de peregrinación, cuidados y ornamentos florales. Los cementerios van perdiendo su aureola de “camposantos”. La consigna de olvidar se sobrepone al zachor hebreo y a la conmemoración de la pasión en la misa. En la actual antierótica hay que dar vuelta cuanto antes a la página. ¡A otra cosa!

El hecho está aquí, con nosotros y se acentúa en estos tiempos de excepción. Sea por la necesidad de evitar la aglomeración en torno al muerto, por la potencial peligrosidad atribuida al cadáver, por la imposibilidad de viajar de los deudos en una época de globalización en la cual prácticamente todos tienen familiares y amigos en el extranjero o a largas distancias de la comunidad de origen y que no pueden conseguir los medios de transporte para arrimarse al muerto o que deben arriesgarse a la cuarentena en el momento de llegar al punto de destino o de volver al punto de origen, todo, conspira para modificar el ritual funerario, esos Totensfeier sublimados en la segunda sinfonía de Mahler[10] o en las muchas versiones de las misas de Réquiem incluyendo en ese panorama la revivencia anual de la muerte y resurrección de Jesucristo en cada semana de Pascua. En 2020 la liturgia cristiana fue suspendida por primera vez desde la Edad Media, con la anuencia del Vaticano, aunque no sin resistencias locales. Era una de las tantas formas, y no la menor, en que se manifestaba el “estado de excepción”.

En el mejor de los casos se propone postergar la conmemoración de los muertos hasta después de finalizado el estado de confinamiento: al mismo tiempo en que se podrán reiniciar los espectáculos deportivos. Entre tanto predomina la norma de limitar a diez personas el número de los asistentes a ceremonias mortuorias y autorizar su transmisión no presencial, por medio de las redes sociales. Los ataúdes deberán estar cerrados; quedan prohibidos el contacto con el cadáver o sus vestiduras y también los procedimientos de tanatoestética así como los lavados lustrales, la ablución del cadáver. En los Estados Unidos (el presidente Trump) ordenó colocar la bandera a media asta al llegar a la cifra de 100.000 muertos en el país y en España el jefe de gobierno (Pedro Sánchez) decretó diez días de luto nacional. Son conmemoraciones colectivas que difuminan las restricciones a los deudos. Los miles en lugar de cada uno con su muerte anónima y vergonzante. Las autoridades religiosas de judíos y musulmanes resolvieron ocultar la hora y el lugar de las ceremonias religiosas para impedir la afluencia de cantidad de fieles. En varios lugares de México se ha atacado a los vehículos que llevan cadáveres y a los sanitaristas que asisten a los supuestos enfermos de la peste.

Podría decirse que estamos ante una situación de paranoia inducida y premeditada en un experimento global llevado en nombre de la “bioseguridad”[11] según la definición dada por Agamben en un texto de rigurosa actualidad. La población mundial es incitada a la “servidumbre voluntaria” (La Boètie, [1476]) so pena de muerte. Se perfila en el horizonte el control de los cuerpos y de sus movimientos, de los contactos, de las distancias entre ellos, etc. gracias a sensores que captan y transmiten esas variables por medio de apps instaladas en los dispositivos conectados a internet. En China y Corea del Sur estos aparatos son ya de uso general y se les atribuye el éxito del control de la pandemia en esos países. El Reino Unido parece ser el próximo cliente de esta servidumbre voluntaria. No es ciencia ficción: el futuro ya nos alcanzó. Hay que protegerse contra este virus y si no es este virus será el próximo. No hay mejor protección contra el terror que la creación de un terror mayor. Los encuentros entre personas, especialmente si son muchas, son peligrosos: mejor tener a cada uno aislado y haciendo uso de dispositivos tecnológicos. El cuerpo del socius contamina. El ágora emblemática es un riesgo: Hyde Park, institución y espacio liberales de la Londres legendaria, acabará por ser Hidden park.[12]

Ahora bien: cada cambio, cada limitación, que impone la polis sobre los rituales funerarios rememora y conmemora la tragedia emblemática de Antígona, teatralizada ejemplarmente por Sófocles (-440, E.C.), uno de los grandes mitos de Occidente, adaptado a partir de su origen escénico a todas los géneros literarios y artísticos en incontables versiones que fueron reseñadas y comentadas por Georges Steiner[13]. El número de esas reversiones no deja de aumentar. Es difícil encontrar el nombre de un pensador de fuste que no se haya ocupado en algún momento de esta joven doncella, hija del amor incestuoso de Edipo y Yocasta que se enfrenta a su tío materno, el tirano Creonte, rey de Tebas, en torno al deber de sepultura que ella defiende para su hermano Polinice, condenado a morir sin el rito fúnebre. Entre esos nombres “difíciles de encontrar” topamos, sorpresivamente, con el de Sigmund Freud, ese profundo conocedor del teatro y de los mitos griegos que llegó al punto de promover al lugar central de su teoría del psiquismo a la historia y el destino de Edipo, el padre de Antígona. La doncella no aparece en el índice onomástico de sus Obras Completas, aun cuando, en privado, en cartas no destinadas a la imprenta, se identificase él mismo, en los años finales de su vida, con el héroe trágico que viaja apoyándose en su hija dilecta, Anna Freud, (una “posesión”) a la que considera su Antígona[14].

Como poniendo con fuerza su dedo índice sobre esta omisión de Freud, su principal continuador, discípulo o epígono, según se prefiera, Jacques Lacan, dedicó a Antígona varias sesiones de su seminario de 1960 sobre la ética del psicoanálisis (cit.). Sus lecciones, muestras de una insondable e infinita erudición, han sido motivo de profundas y detalladas lecturas por parte de quienes adhieren a su enseñanza. No fuimos excepción según lo escrito más arriba. G. Agamben, como vimos en el texto de Quodlibet del mes de abril de 2020 (cit.), recurre a la joven heroína como prototipo de la resistencia de los familiares a la ley de la ciudad encarnada por el déspota que rige sus destinos: Creonte ha decretado el estado de excepción para condenar a morir sin sepultura, arrojado a los perros y a las aves de rapiña, a Polinice quien pereció como enemigo de la polis de Tebas. Antígona invoca otra ley, para ella superior, ctónica (de la tierra), la de la madre, que se enfrenta al poder falocrático, celestial, del tirano. En la ya mentada y añosa conferencia de 1980 señalábamos siete puntos de conflicto que pueden aplicarse a la actual situación derivada de la inesperada pero previsible aparición de un virus contra el cual no parece, de momento, haber antídotos  y que arroja su pestilencia sobre los estados constituidos como naciones. Esos siete puntos eran, en síntesis:

a) la relación central que es la de Antígona contra Creonte, privilegiada por Hegel, como oposición entre los derechos de la familia y los del Estado;

b) la relación de Antígona con Polinice, su hermano, particularmente destacada por el texto princeps de Sófocles;

c) la relación antagónica (¿antigónica?) entre lo masculino y lo femenino subrayada en la discusión entre Creonte y Hemón, su hijo, prometido de Antígona; el tirano lo increpa: “Está bien claro que te has convertido en el aliado de una mujer”;

d) el conflicto entre Antígona, la sublevada, y su hermana Ismena, que es oposición entre la sumisión y la rebelión femeninas ante la imposición masculina;

e) la relación de Antígona en nombre del deseo materno, el de Yocasta, madre de Polinice, que no podría admitir la infamia de que uno de sus hijos, salido de la misma matriz, quedase sin sepultura:

f) la asunción del até, del destino trágico de Antígona, que es el de aceptarse como criminal sin culpa ni remordimientos y, por eso, afrontar el atroz castigo de bajar viva a su propia sepultura, y

g) el desafío a lo más terrible, lo siniestro, lo unheimliche (Freud, 1919) que es la sofocación por la tierra arrojada sobre su cuerpo por los verdugos.

Nuestro texto, aun actual, diría más, actualizado en 2020, desmenuzaba esos siete conflictos. Lacan, en su seminario subrayó lo que ahora nos interesa: el estado de los muertos insepultos. Ellos quedan entre dos muertes; Antígona es su paradigma: la muerte primera, natural, con la suspensión de las actividades vitales, de la imagen especular y de la palabra; la muerte segunda, aniquiladora, irrevocable, es la que elimina los restos simbólicos e imaginarios además de la sepultura del que fuera un ser viviente, de quien tenía un nombre propio, hablaba de sí como “yo” y era considerado un miembro de la sociedad. El poder, en nombre del bienestar público, ordena la supresión de la memoria. Es la situación ¡ay! tan frecuente de los “desaparecidos”, aquellos de quienes no se sabe si viven o murieron, dónde y cuándo buscarlos o terminar de buscarlos, los insepultos que en las leyendas de los zombis merodean entre los vivos reclamando por su recordación y su reconocimiento. Son también los muchos ancianos “archivados” que en estos tiempos mueren en “residencias”, olvidados de todos, considerados como portadores privilegiados de la peste, los más vulnerables, una carroña, una carne putrescible cuyo hedor debe desaparecer cuanto antes y sin dejar rastros capaces de contaminar a quienes entran en contacto con eso que fue un cuerpo y ahora es mera carne. La carne del ser humano, recordemos, se hace cuerpo cuando el lenguaje entra en ella, le atribuye un nombre y lo adhiere a una imagen especular de lo que constituye su “identidad”. Son aquellos para los que, como en Guayaquil, no alcanzan los féretros y son llevados en cajas de cartón para ser arrojados en osarios comunes, en hoyos, agujeros en la tierra que se hacen significantes de la voluntad aniquiladora del Otro.

La pandemia abre hoyos en la tierra para muertos sin nombre; quedan en esos lugares espacios yermos comparables a los puntos cero de Hiroshima y Nagasaki, de las torres gemelas, de Chernobyl, de Fukushima, de las islas de plásticos que contaminan los océanos. El planeta se va poblando de terrenos ominosos que señalan una topología y una toponimia para indicar dónde hubo gente que quedó “entre dos muertes”, mudos testigos de una humanidad desvanecida en el olvido.

El Estado se arroga la autoridad para considerar al cuerpo del difunto, al cadáver, como una “cosa” y le niega el estatuto de “persona” en contra de la legislación y de la jurisprudencia consagradas.[15] . El muerto no puede reclamar por sus derechos pero sí sus representantes que le sobreviven. No es una cuestión baladí: todos seremos cadáveres en un futuro imprevisible pero no lejano y, como tales, es en defensa de nuestra propia libertad que abogamos por el derecho a decidir sobre el destino de nuestros despojos. El respeto al cuerpo no cesa al finalizar la vida animada; es un atributo de la dignidad personal. Por eso en los artículos citados de Agamben y el de Álvarez que desencadena estas reflexiones se destaca “en primer lugar” el tema de la supresión de los rituales, del derecho inalienable de quien ocupó un lugar en una genealogía y de quien fue marcado por el lenguaje para que no sea tratado como un mueble. Entre esos derechos figura también, por supuesto, la posibilidad de disponer, por la propia voluntad, la supresión de los ritos funerarios, la cremación y la dispersión de las cenizas en la tierra o en las aguas... o las otras posibilidades: embalsamamiento, congelamiento duradero o, tal vez en los límites de la ciencia-ficción, envío de los restos al espacio exterior o el mantenimiento en suspenso de la muerte por medios sobrenaturales como en el extraño caso de M. Valdemar de E. A. Poe [1844].

En la perspectiva del psicoanálisis lacaniano habrá que tomar en cuenta esta presencia del deseo más allá de la muerte expresada en la “última voluntad” notariada o no. Desde ese punto de vista es claro que el muerto es deseante aunque no gozante, pues solo hay goce de la vida y en relación con el movimiento de las pulsiones animado desde sus fuentes corporales. El cadáver no goza... pero sí es objeto del goce del Otro y de los otros que pueden acordar o discutir sobre el destino de su cuerpo: viud@s, hij@s de primeros y segundos matrimonios o extramatrimoniales, disposición del lugar y circunstancias de los ritos fúnebres, negocio de los empresarios de pompas fúnebres y de la venta de terrenos y panteones en lugares específicos de la ciudad, etc. ¡Vamos! hasta la sepultura de las mascotas (Cf. E. Waugh: The Loved One [1948]): todo eso cabe en el capítulo del goce del Otro, incluyendo el poder del Estado, el poder de los actuales Creontes para gozar de los cuerpos de los labdácidas que se extinguieron al quedar sin descendencia.

Esa es la necesidad del rito funerario: hace que la muerte no sea un avatar individual sino un acontecimiento social. El cadáver ya no puede participar del vínculo social que establece el habla pero sí es un eslabón de ese vínculo (lien social). El rito congrega a los sobrevivientes que pueden evocar la memoria, la fama o la infamia, del difunto. La ceremonia fúnebre establece, historiza e interroga a la memoria de los deudos y a los que harán su singular proceso de duelo incorporando, haciendo suyos los rasgos simbólicos e imaginarios del desaparecido. Mozart es un epítome de ese destino. Y Lacan evoca otros ejemplos al escribir “Sin duda el cadáver es un significante pero la tumba de Moisés está tan vacía para Freud como la de Cristo para Hegel”[16] Mozart es lo irremisiblemente perdido para los vieneses. El Santo Sepulcro motivó guerras centenarias cuyos ecos persisten hasta hoy.

Edipo y Creonte disputan por el lugar apropiado para la sepultura del propio Edipo (Sófocles, Edipo en Colono) y en ese enfrentamiento tercia Teseo, rey de Atenas, que asegura que la suerte y bienaventuranza más el cariñoso afecto de los atenienses traerá la fortuna a los conciudadanos de la nación que acoja sus restos. Creonte ha querido apoderarse por la violencia del cuerpo del viejo y ciego Edipo para llevarlo a la ciudad donde fue rey (Edipo tirano). La acción de Edipo en Colono, aunque la obra es la última que se conoce de Sófocles, es anterior a los trágicos acontecimientos que el propio dramaturgo escenificó en Antígona. Por eso en Edipo en Colono son los hijos de Edipo, los cuatro, (Eteocles, Polinice, Antígona e Ismena) quienes discuten acerca de los ritos y del lugar en el que reposarán los restos de su padre. Occidente oscila, aun hoy, en medio de la pandemia, entre el Panteón y la diseminación de las cenizas después de la cremación industrial. ¿Dónde instalar a los cuerpos sin vida?

Antígona, en el espacio “entre dos muertes”, sufre sus desgracias (Ate) en el lugar reservado por el tirano para su hermano, al que dio sepultura rebelándose contra el decreto del rey, representante de la polis. Al designarse a sí misma como autónoma, eterniza su crimen y su denuncia del poder político. Su destino es comparable al de tantos “muertos sin sepultura”: los cadáveres de los argentinos arrojados al mar desde aviones, Don Juan hundiéndose en el infierno, el capitán Ahab, entregado a la furia del Leviatán (Moby Dick) y abismándose con su barco en el torbellino del mar, Job, el profeta, el hombre virtuoso, todos aquellos que osan rebelarse contra la autoridad suprema tal como lo hace el compositor Leonard Bernstein en su tercera sinfonía : Kaddish. Recordemos que la oración fúnebre tradicional de los judíos, el Kaddish, no es, como generalmente se cree, un himno para recordar a los muertos. Es tan solo una plegaria para enaltecer a la divinidad.

Nuestra intervención podría terminar en este punto pero es imprescindible una aclaración final para evitar confusiones y no simplificar abusivamente el problema limitándolo a la cuestión de la disposición de los restos corporales en nombre de las conveniencias de la ciudad con el pretexto de la salud pública. La cuestión es más compleja, no se trata solo del conflicto entre  Antígona y Creonte. Debe ser abordado desde una triple perspectiva: jurídica, sanitaria y política.

Desde el punto de vista jurídico, el que fue privilegiado hasta aquí, no hay dudas: deben respetarse los derechos de las personas sobrevivientes e incluso de los cuerpos difuntos que no son cosas ni residuos desechables.

Desde el punto de vista de la sanidad mal se podría desestimar la potencia maléfica del virus, independientemente de su procedencia. La incitación hecha al conjunto de la población para protegerse y mantener conductas de higiene personal y grupal está plenamente justificada. Bastantes barbaridades han sido cometidas por las autoridades, especialmente los presidentes de Estados Unidos y de Brasil, como para que alguien proponga el ejemplo de Antígona como modelo de la desobediencia civil a la autoridad política. Es claro que las medidas tomadas por los gobiernos más calificados, más prudentes, más atentos a la opinión de los expertos, están dando los mejores resultados que cabía esperar y todos están advertidos del riesgo de una suspensión apresurada de los cuidados aconsejables y del rebrote de la pandemia. La población bien informada pero no aterrorizada apoya a esos gobiernos y eso es alentador.

Lo grave, lo alarmante, es lo que sucede con la tercera perspectiva: la jurídico-política. Es en ese plano donde los dos artículos recientes ya citados de Agamben tienen plena validez aun cuando no conduzcan a directivas claras sobre lo que corresponde hacer. Sus cuestionamientos eran ya patentes al comenzar el año 2020 y no son efectos del virus. La situación de las libertades públicas, la debilidad de las democracias imperfectas aunque respetuosas de los rituales electorales y parlamentarios, la creciente intromisión de los medios tecnológicos y de las redes sociales, la manipulación de la atención a los reclamos sociales, la desviación de los recursos para sanidad y educación hacia el presupuesto militar y ecocida, todo eso y mucho más estaba ya presente y motivaba la inconformidad ansiosa de los sectores progresistas (llamémosles mejor: de izquierda; es más apropiado) al empezar el infausto año 2020. No ha llegado el momento de añorar ese pasado tan reciente en función de lo que podemos pronosticar para el futuro. Más bien nos arriesgaríamos a predecir que todo lo que iba mal irá peor y que nadie sabe de dónde podría brotar una esperanza. Tampoco al empezar el año se sabía a qué programa o proyecto apoyar. La pandemia no creó una nueva situación sino que agudizó la que ya existía. Las izquierdas están entre la espada y la pared. La tecnología a la que todos recurrimos cumple con su función farmacológica: es remedio y veneno. Los fascistas son conscientes de esta desorientación de sus eventuales adversarios. Saben y manipulan el chantaje que se reviste con la mascarilla de la protección sanitaria: o ceder al poder las libertades u optar por la enfermedad y la muerte: ¡la bolsa o la vida!

Néstor A. Braunstein, Barcelona, 25 de mayo de 2020


[1] Álvarez, A.: “Morir y hacer el duelo en tiempos de pandemia” disponible en

https://elsemanario.com/opinion/morir--y-hacer-el-duelo-en-tiempos-de-pandemia-asuncion-alvarez/

[2] Benjamin, W.: “Tesis de filosofía de la historia” (octava tesis). En Discursos interrumpidos, Barcelona, Planeta-Agostini, 1994, p. 182.

[3] Agamben, G.: Lo que queda de Auschwitz. Homo sacer III. Valencia. Pre-textos, 1999.

[4] Aparicio, A., Braunstein, N., Saal, F.: “Un diván para Antígona” [1980]) En: Braunstein N. A. (ed.), A medio siglo del malestar en la cultura de Sigmund Freud. México, Siglo XXI, 1981, pp. 169-190.

[5] Lacan, J.: Le Séminaire. Livre VII. L’éhique de la psychanalyse. París, Seuil, 1986, pp. 315-336.

[6] Disponible en: https://lundi.am/Une-question

[7] Bataille, G.: El erotismo. Sur, Buenos Aires, 1960, p.11.

[8] Ariés, Ph.: El hombre ante la muerte. Barcelona, Taurus, 1983.

[9] Allouch, J. Érotique du deuil dans les temps de la mort sèche (París, EPEL, 2001)

[10] Reik, Th.: Variaciones psicoanalíticas en torno a un tema de Gustav Mahler Barcelona. Taurus, 1975. Mahler, G.: Segunda sinfonía: “Resurrección”, primer movimiento.

[11] Agamben, G. “Biosecurité et politique” Lundi matin, 18 de mayo de 2020. Disponible en:

https://lundi.am/999-Biosecurite-et-politique

[12] Disponible en:

https://www.cityofvancouver.us/parksrec/page/hidden-park

como consecuencia de la pandemia de Covid-19

[13] Steiner, G.: Antigones, Yale U. P., 1994.

[14] En una carta a Arnold Zweig, el 25 de febrero de 1934, Freud escribió: “Pero no puede haber quedado oculto para usted que a cambio de lo mucho que me había negado, el destino me compensó con la posesión de una hija que, en circunstancias trágicas, no quedaría a la zaga de Antígona”.

[15] Toureil-Divina, M.: “Le droit du défunt”, Communications #97, 2015-[2], pp. 29-48.

[16] Lacan, J.: Escritos II, México, Siglo XXI, 1976, p. 799. Écrits. París, Seuil, p. 818.


Entrevista a Roque Hernández

Entrevista realizada en Barcelona, con ocasión de las XXVIII JORNADAS DE CLÍNICA PSICOANALÍTICA[1] : FEMINISMO, PATRIARCADO. SUS EFECTOS.

Irma Bouyat entrevista a Roque Hernández, Psicoanalista, director del Centro de Orientación Socio-Laboral y Clínica El Molinet, Alicante, y miembro de la asociación Análisis Freudiano-Analyse Freudienne.

Irma Bouyat: En palabras llanas y para que todo el mundo pueda entendernos, ¿podría explicarnos la esencia del psicoanálisis?

Roque Hernández: Pensando en el mundo moderno en el que nos situamos, diría que un psicoanálisis permite a un Sujeto, a la persona que viene a vernos, desprenderse de algo que lo hace sufrir; no consiste tanto en que se lleve algo, ya tenemos demasiados objetos, demasiada satisfacción y goce, si no que viene a desprenderse de aquello que lo hace sufrir.
Así puede abrir un hueco en su vida y ocuparlo de otra manera diferente. Un paciente viene “embarazado” de su síntoma, colapsado por un intento de satisfacerse que no ha dado sus frutos y que lo ha abocado al sufrimiento.
Se trataría de descolonizar este sufrimiento subjetivo y encontrar una nueva manera de ocupar ese espacio psíquico y vital.

Irma Bouyat: Hoy —en estas XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica, dedicadas al tema: Feminismo, Patriarcado. Sus efectos— se ha hablado de “un padre, de un rey decapitado” en contraposición con el capitalismo. ¿Dónde podríamos pensar que se sitúan actualmente la mujer y el hombre, ese mismo individuo ahora “decapitado” y que ha creado el sistema en el que vivimos, basado en patrones de poder? ¿Podríamos afirmar que el hombre y la mujer, los Sujetos estamos en peligro?

Roque Hernández: Es cierto eso de que “ha muerto el padre, ya no hay más Dios” pero no es óbice para pensar que todo es posible sino todo lo contrario. 
 A nivel imaginario, frente a este “nada es posible”, frente a este “caos” que nadie es capaz de ordenar, hay una tendencia a buscar en lo real a alguien que tome ese lugar, por eso nos encontramos con la reaparición de fascismos, de regímenes totalitarios, de figuras machistas, etc., que intentan recuperar la cuestión de la vía del poder.
No es tanto una cuestión de géneros (hombres y mujeres están un tanto desorientados: hombres que se feminizan, mujeres que se masculinizan…) sino que parece que ambos recurren a lo que nosotros llamamos la dimensión fálica, apoyándose en emblemas de poder.
Esta dimensión de lo femenino que el psicoanálisis abre tendría que ver con que no todo se plantea y funciona a partir de los semblantes de poder; no hay que tener miedo de los vacíos, no hay que tener miedo de la vacuidad porque es la desocupación del vacío la que permite ocupar el vacío de otra manera, no patriarcal, no totalitaria. Este desamparo en el que nos encontramos los Sujetos modernos, sin padre, sin Dios, nos compromete más caso por caso, uno por uno, a autorizarnos, a encontrar nuestra manera, a darnos el tiempo de vivir la experiencia de un “sin Dios, sin padre, no-todo”, en lugar de ocupar con otra cosa ese miedo al caos.
Así, cada uno podría llegar a recuperar ese saber singular que ha sido barrido por el discurso en el que estamos ahora, en el que nos proponen rellenar nuestros vacíos con objetos que no son los nuestros porque ni los hemos pedido; encontremos nuestra manera de hacer con el vacío, nuestra manera de hacer con el amor, con lo sexual, sin recurrir inmediatamente a un vademécum o a alguien que nos resuelva la cuestión.

Irma Bouyat: ¿Qué le parecen estas XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica?

Roque Hernández: Han arrancado muy bien con la primera mesa porque, por un lado, se ha nombrado la antropología y hay que poder rescatar su saber, y, por otro, los psicoanalistas tratamos de decir con nuestras herramientas. Es momento de aproximar saberes y de poder hablar con otras disciplinas en las intersecciones, que son vacíos de poder. Si nos reunimos en las intersecciones para poder debatir acerca de lo que no sabemos ni unos ni otros, quizá podamos inventar algo nuevo que no sea lo que siempre se ha dicho.
En la primera mesa se ha puesto en juego la dimensión política, que es muy importante. ¿Qué pasa con los regímenes totalitarios, con los Sujetos? ¿Cuál es la responsabilidad del ciudadano con el Gobierno?; no hay que confiar en el Gobierno, hay que hacer un trabajo comunitario, de ciudadanos. En definitiva, se han abiertos diferentes elementos para poder pensar de nuevo conceptos ya trabajados, libros como Sobre la servidumbre voluntaria, de La Boétie. ¿Cómo hacer hoy en día para resistir a la servidumbre voluntaria a la que nos aboca el discurso actual? ¿De qué manera el saber del psicoanálisis puede contribuir a un nuevo pensamiento y a un nuevo discurso?

[1] Entrevistas realizadas a diversos psicoanalistas con ocasión de las XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica: "Feminismo, Patriarcado. Sus efectos", organizadas por Acto y celebradas en Barcelona. Realización de los videos: Carlos Lázaro, Irma Bouyat. Transcripción a texto: Irma Bouyat. Revisión del texto: Lidia Ortiz. Pueden verse en el canal de Youtube de Apertura


Entrevista a Néstor Braunstein

Irma Bouyat entrevista a Néstor Braunstein, psicoanalista y escritor.

REALIZADA EN LAS XXVIII JORNADAS DE CLÍNICA PSICOANALÍTICA[1]

En palabras llanas y para que todo el mundo pueda entendernos, ¿podría explicarnos la esencia del psicoanálisis?

Néstor Braunstein: Las preguntas fáciles son siempre las más difíciles de contestar porque regresan constantemente y reciben distintas respuestas. Fundamentalmente el psicoanálisis responde a la necesidad de recolocarse frente al sufrimiento subjetivo que forma parte de nuestra existencia, busca respuestas sabiendo que no nos van a venir del otro, que no las vamos a aprender de un texto o leyendo un libro, sino que tienen que surgir del diálogo. Si el psicoanálisis es algo, es la posibilidad de que el Sujeto se interrogue y pueda escucharse a sí mismo, a través de un “otro” que sepa escuchar. La dificultad es la formación del psicoanalista, ese “otro” que, en el momento de escuchar, debe poder organizar y pensar lo que lleva a ese ser sufriente a buscar respuestas sobre su propia existencia.

Hoy —en estas XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica, dedicadas al tema: Feminismo, Patriarcado. Sus efectos— se ha hablado de “un padre, de un rey decapitado” en contraposición con el capitalismo. ¿Dónde podríamos pensar que se sitúan actualmente la mujer y el hombre, ese mismo individuo ahora “decapitado” y que ha creado el sistema en el que vivimos, basado en patrones de poder? ¿Podríamos afirmar que el hombre y la mujer, los Sujetos estamos en peligro?

Néstor Braunstein: “La decapitación” es lo que he llamado en mi exposición “el desquicio”, y significa que no tenemos una bisagra, un gozne que articule nuestro discurso con la historia del mundo. Es el hecho de sentirnos desorganizados como consecuencia de la imposición de un pensamiento que tiende a de-subjetivizar, a descapitalizar y a desprender al Sujeto de su propia naturaleza, entregándolo a estos artefactos, a este mundo de objetos comerciales, a este discurso sin orden que pretende que cada uno se defina a sí mismo sin dejar la posibilidad a una organización colectiva, yendo cada uno para sí, con un discurso bien marcado que va contra todos.

La división “hombre-mujer” debemos reconceptualizarla porque, en el discurso originario de “Dios hizo al hombre y a la mujer...” encontramos un concepto religioso y dualista que en la actualidad está cuestionado precisamente por la multiplicidad de géneros, por la aparición de lo que llamamos LGTBI..., donde esa distinción tradicional y dual “hombre-mujer” está equivocada. Tenemos que pensar en múltiples categorías, a partir de lo que la ciencia ha producido en el campo de la biología y de la subjetividad. Debemos pensar en categorías nuevas, las mismas que encontramos actualmente; esa división está fundada en un rasgo antónimo. Subjetivamente no somos hombres y mujeres, sino algo que se produce de una manera singular, con elementos tomados de muchos discursos. Como psicoanalistas tenemos la responsabilidad de escuchar la singularidad de cada una de las respuestas, entendiendo que no hay respuestas iguales y mucho menos respuestas de género; el género es una categoría unificadora y disolvente de las singularidades.

¿Qué le parecen estas XXVIII Jornadas de Clínica Psicoanalítica?

Néstor Braunstein: La cantidad de público, la originalidad de las presentaciones, la vivacidad de los intercambios –después de cada una de las exposiciones– son la prueba de la vitalidad de Apertura y de Acto, en contraposición al discurso de la cerrazón que domina los discursos contemporáneos, que tratan de cerrar, de limitar y de enclaustrar la posibilidad de un pensamiento que tendría que desplegarse sin barreras, sin fronteras, yendo hacia lo esencial de cada uno; lo que en psicoanálisis, y volviendo a la primera pregunta, decimos que es esa posibilidad de que alguien pueda encontrarse a sí mismo sabiendo que la única posibilidad de hacerlo es a través del otro.

 

 


[1] Entrevistas realizadas a diversos psicoanalistas con ocasión de las XXVIII Jornadas de clínica psicoanalítica: "Feminismo, patriarcado. Sus efectos".  Realización de los videos: Carlos Lázaro, Irma Bouyat. Transcripción a texto: Irma Bouyat. Revisión del texto: Lidia Ortiz.
Pueden verse  en el canal de Youtube de Apertura.