Transcuerpo

Rodríguez Garzo, M. "La casa del cuerpo: una posición trans", Alex Francés. Transcuerpo (2010-2020), CCCC (Centre del Carmen Cultura Contemporània), València, 2020, pp. 70-117.

La casa del cuerpo, obra de Alex Francés, ¿es una producción discursiva? Discurso es una noción compleja. No pretendemos ni un ligero acercamiento a su episteme pero hemos de situar el uso que hacemos del término, más aún interrogando la consistencia de la noción en relación al pensamiento artístico. En el modo artístico se hace especialmente evidente que nada asegura la relación código -mensaje, la comunicabilidad, operación propiamente discursiva. Y en la obra de arte, si algo se asegura es el predominio de tal o cual rastro del cuerpo. ¿Podríamos hablar de la discursividad del rastro?

Lacan asistió a la conferencia de Foucault (1969) “¿Qué es un autor?” y ese mismo año, 1969, impartió El reverso del psicoanálisis, seminario dedicado a la exploración de la noción de discurso, y podemos suponer que conocía La arqueología del saber. En este seminario Lacan se propone analizar la noción de discurso y lo va definiendo como un aparato que excede la palabra, una estructura que subsiste con o sin palabras: “nosotros somos sus empleados. El lenguaje nos emplea, y por ese motivo eso goza”, en tanto el Otro preexiste al ser hablante configurando su individualidad.

ISBN: 978-84-482-6510-6

 


La actualidad de Psicología de las masas y análisis del yo. Aitor España

En 1963, el psicólogo Stanley Milgram publicó los resultados de un experimento mediante el cual aparentemente dividía a los voluntarios del mismo en dos grupos: examinadores y alumnos. Los examinadores debían realizar preguntas a los alumnos y, en caso de que estos fallaran, los que tenían el papel de examinador debían aplicar a sus compañeros una descarga eléctrica de intensidad ascendente con cada pregunta errónea como penalización.

Pero lo que no sabían era que la persona que recibía la punición era en realidad un actor, que en modo alguno sufría ninguna descarga.

El objeto real de dicha investigación era comprobar hasta dónde eran capaces de llegar los voluntarios antes de negarse a continuar aplicando esas supuestas descargas a sus compañeros. Los resultados del experimento fueron desastrosos; la gran mayoría de participantes no concebían detener el experimento, y si mostraban alguna duda al respecto, los científicos les decían “que había que continuar” , lo que acallaba sus titubeos en la gran mayoría de los casos, persistiendo en esa tortura. Quedaba así plasmado lo que la psicología social llamaría estado agéntico, mediante el cual, cualquier responsabilidad se diluye en el sujeto bajo el pretexto de estar actuando bajo las órdenes de un Otro.

Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), apunta a cómo la masa, mediante el influjo de un conductor, promueve esa disolución de la responsabilidad y entierra la represión, dando rienda suelta a las mociones que otrora son reprimidas individualmente como precio por entrar en la civilización. Con los horrores de la Gran Guerra aún muy presentes, Freud, a modo de premonición, escribe este tratado sobre el comportamiento de las masas, y será, curiosamente, fruto de los mecanismos que describe en el presente texto, que se verá forzado a dejar su amada Viena y emigrar a Londres para pasar los últimos años de su vida.

Pero no contentándose con sonrojar a los totalitarismos del siglo XX, Psicología de las masas y análisis del yo llega a nuestros días con una vigencia mayor que nunca. La incertidumbre que la crisis de la COVID ha acarreado es el caldo de cultivo perfecto para la aparición, o más bien la consolidación, de movimientos populistas que bajo el supuesto carisma de un prestidigitador, son prontos a señalar al diferente y acarrearle cualquier culpa de los males acontecidos o por acontecer. El principio de realidad es aplacado, y con ello se marchita cualquier posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico con la duda por bandera. Así, la endogamia lo rige todo, pues como ya han señalado muchos analistas, en una pandemia como esta el otro se erige como posible fuente de contagio, instalándose la desconfianza y el temor. Es el nosotros contra ellos.

Cuando Lacan nos regala el Estadio Del Espejo, apunta a que todo sujeto consigue sobreponerse a la angustia de fragmentación primaria reconociéndose primero en la totalidad del otro y posteriormente en la imagen especular que devuelve la integridad del propio cuerpo, permitiendo así apreciarla junto al júbilo del bebé. El otro es indispensable, es en él donde aprendemos a reconocernos. Sin el otro no puedo reconocerme, no puedo apreciar mi idiosincrasia. Pero a su vez, un exceso de presencia del otro, de con-fusión, hace que el yo se disuelva en la masa. Aquello que tan gozoso debería ser se torna ominoso, el exceso de proximidad nos desdibuja, como el cocodrilo que cierra la boca y nos engulle.

En el siglo XXI, la publicidad, dotada de una invasividad casi beligerante, nos aleja cada vez más de nosotros mismos. Los influencers hacen las veces de ideal del yo en los más jóvenes, quienes introyectan sus modelos de comportamiento y pensamiento. El deseo propio se torna distante, casi imposible de atisbar. Los erizos de Schopenhauer, que recupera Freud aquí, se resguardaban del frío acercándose, pero rápidamente debían alejarse un poco para no pincharse entre sí. Quizá, encontrar la distancia adecuada en un mundo hiperconectado sea nuestra mayor cuenta pendiente.

Aitor España es estudiante del Máster en Teoría y Práctica Psicoanalítica que se imparte en Apertura.


La alucinación: un punto de vista psicoanalítico. Juan-David Nasio

En primer lugar quisiera agradecer a los profesores Loo, Ollé, Zefirian y también al doctor Gérard, que me hayan dado la oportunidad de participar en este encuentro y de trabajar juntos el difícil problema de la alucinación, tal como lo plantea el psicoanálisis. Deseo que mi intervención no sea una exposición magistral sino un pretexto para el intercambio.

Me complace poder decir, en este ciclo interdisciplinario, que formo parte de los psicoanalistas que creen en la necesidad de hacer el lenguaje analítico audible a los practicantes de otros campos científicos. Queremos recibir los aportes de otras disciplinas y, simultáneamente, sentirnos estimulados por nuestra propia contribución.

Justamente el tema de la alucinación se presta perfectamente a tal propósito: es el ejemplo de una cuestión situada en el cruce del pensamiento analítico y psiquiátrico. Un aspecto notable de la intervención de nuestros dos campos es la estrecha afinidad que existe entre la concepción psicoanalítica de la alucinación hoy, y la concepción psiquiátrica, ya muy antigua, formulada por Esquirol.

Volveremos sobre esto en seguida.

Además, la alucinación es también el ejemplo de un fenómeno que el psicoanálisis intenta explicar, que trata de formalizar, ya que somos conscientes de su carácter enigmático. Los psicoanalistas no escapan a la regla a que son sometidos otros teóricos en el momento en que tratan de explicar un hecho oscuro: cuando no podemos explicar un hecho enigmático, nos contentamos con darle un nombre. palabras teóricas —ya que a veces son ficciones— esperando días mejores en que, bruscamente, el fenómeno se llenará de una luz nueva.

Precisamente, ¿cuáles son las palabras teóricas con las que nosotros pensamos, psicoanalíticamente, la alucinación? y ¿cuál es la especificidad del aporte psicoanalítico al problema de la alucinación? Voy a responderles, pero permítanme antes mencionar tres cuestiones previas, tres principios inscritos en el frontispicio del edificio analítico, cuando entramos por la puerta de la alucinación:

Para el psicoanálisis:

  • Sólo hay alucinación en el seno de la relación con el otro, ya sea este otro alguien próximo en la vida del alucinado, o ya sea el psicoanalista, o ya sea el psiquiatra que el paciente consulta. Siendo así. nosotros nos preocupamos. sobre todo, de los fenómenos alucinatorios que sobrevienen en el curso de una cura, donde las condiciones de la transferencia son las de una cura analítica. Nosotros, no solamente tenemos experiencia de los tipos de alucinación, sino que, además, la teoría analítica de la alucinación está íntimamente relacionada con la teoría analítica de la transferencia. En resumen, nosotros pensamos la alucinación en el marco práctico y teórico de la relación transferencial.
  • La alucinación no es un fenómeno específico de las psicosis. Puede presentarse como episodios fugaces, bajo formas diferentes, en el neurótico y en el hombre llamado sano o normal. Me permito recordarles lo que todos sabemos: el sueño es nuestra alucinación cotidiana. Además de este aspecto, señalaré algo que podrá parecerles curioso y es: una cierta predisposición a las manifestaciones alucinatorias o pseudoalucinatorias en el psicoanalista y en todo practicante que recibe la palabra del paciente que dice su sufrimiento. Autores anglosajones, Bion, Winnicott, Paula Helman y otros, han establecido una singular aproximación entre las manifestaciones alucinatorias en el psicoanalista, y el momento crucial de una cura llamada Interpretación analítica. Según estos autores, ciertas Interpretaciones decisivas que modifican el curso de una cura son, a menudo, precedidas por un estado mental del psicoanalista en el que la imposición de una Imagen muy viva arrastra en seguida una palabra que, una vez dicha, constituirá una Interpretación eficaz.
  • Y la última cuestión previa deducible de las dos precedentes. La alucinación es, sin duda alguna, la expresión de un extraordinario derroche de energía de un inmenso dolor, de una tensión extrema: y. sin embargo, es también la expresión de un movimiento positivo, es la señal de una extraordinaría capacidad perceptiva, muy diferente de nuestra percepción habitual que está templada por diversas pantallas inhibitorias.

Para un practicante, abordar la alucinación en estos términos orientará su trabajo de la escucha y, en consecuencia, modificará el desarrollo de las curas que él dirige, según pues estos tres principios:

  • la alucinación se da siempre en relación con el otro;
  • la alucinación puede afectar a cualquiera;
  • la alucinación es, sin duda, alguna, un sufrimiento, pero supone también una extraordinaria capacidad de percepción.

Estos tres principios son las cuestiones previas que definen una manera de escuchar al paciente decirnos su alucinación, o vivirla en nuestra presencia.

Llegamos ahora a nuestra manera de pensar psicoanalíticamente la alucinación. ¿Cuál es la especificidad del aporte del psicoanálisis al problema que nos ocupa?

Responderé en seguida con una sola palabra que engloba el conjunto de mi charla: la palabra Sujeto. La novedad en Freud —y con él las diferentes generaciones de psicoanalistas— es haber introducido el factor Sujeto y, de esta manera oponerse a una teoría empírica de la alucinación que pone el acento sobre el factor objeto y define el fenómeno alucinatorio como una percepción sin objeto. El acento estaba, pues, puesto exclusivamente sobre el aspecto sensorial y sobre la presencia real o irreal del objeto alucinado.

Nosotros, en cambio, abordamos el problema dando un rodeo: el rodeo del Sujeto. ¿Cuál es ese sujeto? ¿Se trata de la persona del paciente alucinado? No. Creo que la persona del alucinado sufre y experimenta la alucinación como la irrupción de un fenómeno que le es extraño y que se le impone.

Numerosos autores, en la historia de la psiquiatría, se han inclinado sobre ese carácter extraño y xenofóbico de la alucinación, en atención a la persona del paciente que la experimenta. Es la orientación de la Escuela del automatismo mental, vocablo inventado por Clérambault pero que se inaugura bastante antes con un filósofo notable: Maine de Biran —cuyas teorías prosigue Joffroy— pasando, pues, por Clérambault para continuar con autores como Fretet e incluso Lacan.

Existe un extraordinario artículo de Fretet, aparecido en la Evolución Psiquiátrica, sobre la alucinación considerada como un objeto de mediación en el seno de la relación médico/paciente que él llama relación alucinatoria.

No, cuando nosotros hablamos de sujeto no pensamos en la persona del alucinado. La palabra Sujeto es una forma que yo propongo para concentrar tres aspectos subjetivos no conscientes, que participan en la formación de una alucinación. Estos tres aspectos, que voy primero a nombrar para en seguida desarrollarlos en el esquema, son: el deseo, el Moi y un estado afectivo muy particular, el sentimiento de certeza.

El deseo está, para nosotros, en el origen de toda alucinación. El primer factor subjetivo a tener en cuenta en una manifestación alucinatoria es el deseo del sujeto, el deseo no consciente del sujeto. Entendámonos, cuando digo deseo quiero decir en principio estado de falta, estado de privación y de dolor que favorece y suscita, en compensación, la creación de un producto psíquico nuevo.

La alucinación es una respuesta a un estado doloroso de deseo. Voy a explicarme en la pizarra pero desde ahora subrayo que el estado deseante, el estado de falta, está en la base de la experiencia alucinatoria. Y a la inversa, la alucinación es siempre la expresión de un deseo. La fórmula consagrada es la siguiente: la alucinación es un modo en el cual el deseo se realiza. El deseo puede realizarse de otras maneras. Otros productos psíquicos realizan o cumplen el deseo, pero la alucinación es, tal vez, el más típico, el más puro.

Y añado que si hoy abordo el problema de la alucinación bajo el ángulo del deseo, también habría hablado de la alucinación si el tema hubiera sido el deseo. Porque en el momento en que Freud formula la noción de deseo recurre al concepto de alucinación o, más exactamente, de: realización alucinatoria del deseo.

En resumen, desde un punto de vista clínico cara al paciente alucinado, se trata de pensar el deseo como un estado de falta y de privación que favorece la alucinación; y desde un punto de vista más teórico, pensar la alucinación como el modelo teórico más acabado de una realización del deseo.

Antes de pasar a la pizarra, una precisión muy importante: este estado de deseo que está en el origen del fenómeno alucinatorio es el estado que nosotros tratamos de recrear en el marco de la cura psicoanalítica.

Vamos a la pizarra:

Esquema explicativo de la alucinación como realización del deseo que nos servirá de base para explicar los otros dos aspectos subjetivos que son el Moi y la certeza.

El aparato psíquico es un doble del aparato reflejo.

esquema

 

Ahora, pueden cubrir este dibujo con un papel de calco y colocar una cruz en el lugar de cada elemento. Es decir, lo que van a hacer es sustituir la realidad de cada elemento por una huella dejada en la memoria.

Privamos al aparato reflejo de su realidad externa. ¿Qué es el deseo? El deseo es un estado de tensión psíquica interna, que pretende resolverse con una respuesta virtual, con una descarga virtual que puede atenuar la tensión pero que no la hace desaparecer realmente. La tensión está siempre ahí. Para el psicoanálisis, nuestro aparato psíquico está constantemente en estado de tensión.

En otros términos: nuestro aparato psíquico está siempre en estado de deseo. De un deseo que no llega a satisfacerse, ya que las descargas son más o menos virtuales. Deseo insatisfecho pues. Bien, la alucinación es una solución virtual, una tentativa de resolver el deseo. Ahora bien, como el deseo está siempre insatisfecho, decimos que la alucinación es la realización de un deseo insatisfecho.

He aquí el primer resultado de un esquema que sitúa la alucinación en un punto de vista metapsicológico. Modifiquémoslo ahora para introducir el Moi, más exactamente, una operación, un movimiento del Moi que se revelará decisivo en la mayoría de las teorías de la alucinación influenciadas por la teoría freudiana: me refiero al mecanismo de proyección. Henry Ey y Claude –según sus escritos– harán del mecanismo de proyección el concepto que reúne, a su entender, la diversidad de las formas alucinatorias.

Ahora bien, es Freud el primero que establece las bases del concepto de proyección. Y es Lacan quien, a partir del concepto de proyección, forjará lo que a menudo oímos hoy pero no siempre usado de forma apropiada, a saber: el concepto de forclusión.

En un pequeño texto de una notable precisión, Freud trata de explicar el mecanismo psíquico que provoca una alucinación auditiva y visual, en una Joven alcanzada por un episodio de «confusión alucinatoria». En este trabajo, Freud pone las bases del concepto de proyección o de rechazo.

El moi (aparato psíquico) trata de resolver la tensión del deseo no intensificando ni sobreinvistiendo la imagen-recuerdo, sino utilizando un medio demasiado violento y excesivo: el rechazo de la imagen al exterior, afuera. Él (Freud) no utiliza el término proyección —utiliza el término Rechazo.

Este movimiento desesperado del Moi es una tentativa de deshacerse del penoso dolor del deseo; podemos incluso decir que es una tentativa de curación, una tentativa desafortunada de autocuración. Freud la llama Defensa —y considera la psicosis una enfermedad provocada por el propio Moi, en la tentativa de deshacerse del dolor del deseo.

Entonces ¿cómo concebir la alucinación?

Pues bien, la alucinación es el retorno desde fuera, bajo la forma de una imagen percibida —acústica o visual– de la representación del deseo penoso que ha sido expulsado fuera de mí. Es exactamente esta la definición que da Lacan de la Forclusión: el mecanismo de exclusión de un elemento simbólico que reaparece en lo real. La alucinación puede entonces definirse, desde el punto de vista lacaniano, como: la aparición en lo real de un elemento excluido de lo simbólico.

Podemos, pues, concluir diciendo que la alucinación es la expresión clínica de una defensa del Moi contra el dolor del deseo.

  • Antes —desde un punto de vista teórico, metapsicológico— dijimos: es la expresión de un deseo.
  • Ahora —desde un punto de vista más psicopatológico— decimos: es la expresión de una lucha del Moi contra el deseo.

Para precisar mejor el movimiento de proyección —y llegar en seguida al tercer elemento (la certeza)– tomamos el ejemplo de la alucinación onírica descrita por Freud, en su texto Complemento a la teoría del sueño. Este texto, en el cual Freud subraya la importancia del factor conciencia como tema de Investigación, al que deben consagrarse quienes se dediquen a la investigación del sueño, fue comentado a este respecto por H. Ey.

Esquema de la alucinación onírica

La certeza del alucinado

La búsqueda de una definición moderna de alucinación debería empezar por el retorno a la vieja, pero excelente, definición de Esquirol (1817): “Un hombre que tiene la profunda convicción de que percibe una sensación en ese momento, cuando ningún objeto externo —que pudiera excitar esa sensación— está  al alcance de sus sentidos (puede haber objetos interiores que provocan un dolor que no es alucinación), está en  un estado de alucinación.”

Muchos autores de nuestro tiempo han vuelto a esta definición y la aceptan como la mejor base que haya podido darse. Pone el acento en la parte subjetiva, el aspecto sobre el cual convergen: Bergson, Janet, Ey. Lacan. ¿Por qué? Porque introduce el asunto de la certeza o convicción —creencia delirante. Es decir que nos hallamos en presencia de un sujeto dividido entre el que vive, extrañado, su alucinación como fenómeno intermitente, extraño a sí mismo, y el que es atrapado por la alucinación, absorbido por ella.

¿A qué nos lleva la certeza del alucinado?

Esquirol habla de convicción de una sensación sentida, cuando no hay percepción. Otros hablan de convicción de la realidad de la cosa alucinada. Nosotros diremos que la certeza —convicción inquebrantable— lleva a:

  • La exterioridad de la cosa alucinada, y a partir de aquí, a la existencia; la cosa existe porque se sitúa fuera de mí.
  • La existencia de la cosa alucinada: una existencia que no es el resultado de un juicio. La fórmula sería: las voces, por ejemplo, él cree en su existencia. La cuestión para el soñador o alucinado no es saber si el objeto de su visión es real o no. Existe —eso es todo.
  • El sentido de la cosa alucinada: él cree lo que las voces le dicen. La fórmula sería: las voces, él las cree. Lo que interesa al alucinado no es cómo ni por qué hay voces, sino escuchar lo que le dicen o, al contrario, no escucharlas.
  • La certeza de la dirección (Intención): no es sólo la profunda convicción de que las voces existen fuera de mí, sino también que ellas sólo existen para mí, en el sentido de que ellas se dirigen antes que a nadie y sobre todo a mí. La realidad de la alucinación no se define según el criterio de verdadero o falso, sino siguiendo este elemento de la dirección (o intención). Podríamos definir la realidad alucinada como esa realidad que me llama, que significa algo y me significa. En la alucinación no sólo hay una investidura libidinal de una imagen-recuerdo, sino que somos el objeto de una investidura libidinal que viene de fuera. Forjamos una imagen que nos hipnotiza a nosotros mismos.

El alucinado ama su alucinación como a sí mismo.

Retengamos, desde el punto de vista psicoanalítico, tres aspectos esenciales:

  • el tema del deseo,
  • el tema de la proyección,
  • el tema de la certeza.

J.D. Nasio

Traducción: Nati Torres

 

 

(Conferencia dictada en noviembre 1990 por Juan-David Nasio en el Seminario de Psiquiatría biológica, dirigido por el profesor H. Loo. Hospital Psiquiátrico de Sainte Anne. París. Traducida por Nati Torres y publicada con la autorización del autor en Apertura, Cuadernos de Psicoanálisis, nº 7.)

 

 


Las mujeres en la historia de los libros: un paisaje borrado. Irene Vallejo

María José Aleu me envió el enlace a este vídeo de Irene Vallejo y quiero compartirlo aquí ya que merece ser divulgado.

Nati Torres.


El duelo en tiempos del Coronavirus. Irma Bouyat

Definimos “duelo” como: “la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga de sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etcétera”

En palabras de Freud: “si el objeto no tuviese para el yo una importancia reforzada por millares de lazos, no sería causante de un duelo o de una melancolía” (Freud, 1917/1986, p. 253).

Nuestras vidas están estrechamente ligadas al duelo desde las primeras separaciones de la madre, en el paso por el complejo de Edipo, cuando se viven las decepciones amorosas… todos ellos son procesos lentos y dolorosos que debiéramos poder elaborar para seguir adelante, sin arrastrar dolor.

En este sentido, está siendo especialmente relevante la experiencia que estamos viviendo con la irrupción en nuestras vidas del virus Covid-19.

Desde principios de 2020 estamos experimentando algo insólito e insospechado: la aparición de un virus violento que se ha extendido por el planeta, una pandemia con la que nos estamos viendo obligados a convivir y que nos está cambiando radicalmente la forma de vida;  cuando digo “vida” también hablo de “muerte” porque, además de que desde que nacemos podemos morir, en esta pandemia la muerte ha entrado en acción como un torbellino, adoptando un gran protagonismo y mordiendo nuestra cotidianidad de forma incisiva; además parece haberse instalado para recordarnos diariamente cuán mortales y frágiles somos, y cuánto la ignoramos y detestamos mirarla de frente.

Sí, la muerte existe y nadie la puede esquivar, por eso no se habla de ella, ni se la quiere ver ni en pintura; pero con la pandemia sobre nuestros hombros, muchas familias se han visto obligadas a vivirla de cerca al haber perdido a algún familiar o ser queridos. La humanidad entera está teniendo que vérselas con el duelo y con una realidad muy distinta a la que vivíamos anteriormente a la irrupción de este virus.

Para colmo de males, sin ninguna ética, los telediarios, las redes sociales y el WhatsApp ya se han encargado del resto, introduciendo en nuestros hogares imágenes y contenidos a veces pornográficamente angustiantes, que muestran como la más obscena de las telerrealidades exhibe los estragos de un virus que, todavía hoy, sigue siendo un gran desconocido para nosotros y sobretodo para la ciencia.

Estamos inmersos en esta experiencia que supera cualquier ficción pues tenemos la retina y la memoria bien impregnadas de todas esas fotos fijas de las calles vacías por el confinamiento, de los cadáveres apilados y extraviados por el mapa, del hacinamiento de una agonía desamparada en los pasillos de las UCIs, de los aplausos en los balcones y de horas y cifras confusas que nos siguen mostrando la cara más cruda de la muerte.

Y con la muerte de todas esas personas, cercanas o lejanas, con la muerte de proyectos de trabajo o de ocio, con la muerte de una perspectiva de vida mínimamente positiva, han llegado los duelos, inscritos bajo el marco de la falta, de aquello perdido e imposible de reeditar y de recuperar. Porque además hemos perdido muchas otras cosas que se englobaban en la llamada “normalidad” y que ahora echamos de menos porque no están más o han sido prohibidas: los abrazos, los conciertos multitudinarios, los besos, los viajes, las celebraciones familiares, las terrazas animadas y repletas de gente, las fiestas, las comidas y cenas de amigos, el acercamiento social, la caída de proyectos laborales, de puestos de trabajo, de la economía, de la falta de dinero para sobrevivir… el cierre de gimnasios,  teatros, cines… e incluso todos esos ritos funerarios, entierros y velatorios que nos ayudaban a despedirnos de los seres queridos y que nos facilitaban una entrada digna en el duelo. Porque un duelo es a la vez ese estado tan triste en el que nos pone la pérdida de un ser querido (estar de duelo), las costumbres que acompañan ese acontecimiento (funeral, entierro, llevar el luto) y el trabajo psicológico que dicha situación implica (hacer su duelo). Entendemos como “normal” aquél duelo en el que uno es capaz de elaborar la pérdida, cuando el sujeto puede soltar los lazos que le ligan al objeto perdido y, eventualmente, puede investir otros objetos, nuevos.

Freud dice del duelo es un proceso muy complejo que conlleva un gran gasto de energía psíquica; está en el fundamento de un mecanismo sostenido por el deseo como motor”, el mismo motor que nos pone en marcha de nuevo y nos permite seguir viviendo más allá de dicha pérdida. Porque a menudo, durante el proceso de duelo el sujeto puede experimentar una “pérdida de interés por el mundo exterior y la capacidad de investir un nuevo objeto de amor, el extrañamiento respecto de cualquier trabajo productivo que no tenga relación con la memoria del muerto” (Freud, 1917/1986, p. 242).

Se trata de un proceso lento y como dice Freud “que se ejecuta pieza por pieza y como un trabajo de adaptación a la realidad”.

Y es justamente a este trabajo de duelo y de “adaptación a la nueva realidad” a donde nos ha empujado la pandemia. Porque ahora nos toca la tarea de adaptarnos a la nueva situación, psíquica y físicamente, para intentar incorporarla a nuestras vidas, restableciendo el equilibrio entre lo que perdimos y lo que nos queda.

Y en este proceso nos encontraremos con innumerables sensaciones y sentimientos de pena, de extrañeza, de soledad, de dolor, de rabia, de amor y odio, de spleen…

Freud decía que “la hostilidad y el odio son reacciones básicas que experimentamos al tener que lidiar con decepciones y frustraciones”. Pero, para no quedarnos atrapados en el dolor, es fundamental lograr separar el amor del odio.

Trabajar esos duelos y encontrar, no sin esfuerzo, nuevas fórmulas para seguir viviendo es lo que se nos ha cruzado en el camino y lo que nos toca hacer ahora. “Hacernos de goma”, adaptarnos y asimilar poco a poco esta, todavía extraña, realidad a nuestras vidas nos ayudará en el proceso y evitará que malgastemos nuestra libido quedándonos anclados en tiempos pasados, evitando que malgastemos la energía de nuestro yo y de nuestro narcisismo.

Resulta ciertamente angustiante, complicado y muy agotador recomponerse ante una realidad carente de todas esas cosas que hemos perdido y que ahora valoramos y echamos de menos, pero justamente es también ahora cuando tenemos la ocasión de establecer nuevos lazos, nuevos vínculos de amor que nos permitan vivir mejor en estos nuevos tiempos.

En este “duelo 2020” tenemos que aprender a renunciar esa normalidad con la que nos identificábamos (nuestra idiosincrasia, porque éramos eso) y que se ha visto seriamente mutilada; tenemos que encontrar los resortes necesarios para seguir viviendo y enlazarnos con este nuevo mundo.  ¿Con o sin mascarilla, con o sin distancia de seguridad, con o sin vacuna? Estas son las preguntas del millón, pero poco a poco se verá, poco a poco iremos encontrando el modo y el camino para ganarle la batalla al sentimiento de ambivalencia y ojalá que al virus también; iremos paso a paso resituándonos y re-subjetivándonos, con mucho amor, y encontrándonos cada vez más cómodos, viviendo con más naturalidad todas las novedades que estamos incorporando.

De otro modo, si el duelo no está bien elaborado y no logramos desasirnos de la “vieja normalidad” para adaptarnos a la “nueva”, se corre el riesgo de caer en graves fobias y patologías, como la melancolía, que paraliza y coarta a la hora de vivir placenteramente. Como es sabido, existen casos de gente que ha dejado de salir a la calle (“Síndrome de la cabaña”) y de relacionarse, otros en los que las personas se han vuelto paranoicas y compulsivas de la desinfección y de la limpieza, otros incluso han llegado al suicidio… sin olvidar a todos los “negacionistas”, conspiro-paranoicos e irresponsables que se consideran inmortales y se dedican a ponernos en riesgo y a retar al virus y a la muerte en las “fiestas Covid”, como si no fuese con ellos.

La ausencia de “la normalidad” da paso a la presencia de una “otra normalidad” y, como en la alternancia “ausencia-presencia” y del juego del Fort Da, damos cuenta de un verdadero trabajo de duelo al lograr representar una ausencia para así poder desligarnos de la necesidad de su presencia.

Otro duelo por el que transitamos en nuestras vidas es con el que nos encontramos al separamos de nuestros padres, en el “desasimiento de la autoridad parental”, momento también difícil y doloroso, o el duelo que implica pasar el Complejo de Edipo y saber de la castración.

En texto de “Duelo y melancolía” de Freud encontramos la lógica que nos ayuda claramente a entender la ardua tarea que significa elaborar un duelo y renunciar sin resistencias a aquello que pensábamos era nuestro y que ya no está más.

En estos tiempos de pandemia, nos encontraremos con duelos muy diversos que exigirán del trabajo de análisis para paliar el sufrimiento psíquico; tendremos que tramitar lo pulsional con el objetivo de soltar las amarras a las fijaciones libidinales que nos anclan al pasado y al goce y al sufrimiento. Lo que Freud denominó “trabajo de reelaboración o durcharbeiten” y para ello necesitaremos tiempo, el tiempo necesario para poder soltar la nostalgia de los tesoros queridos y perdidos.

Cada día, los medios de comunicación nos ametrallan con noticias, nos hablan de cómo el Covid-19 puede llevarse por delante a mucha más gente si no vamos con cuidado, de sus estragos en la economía y en las tasas de paro entre otras; pero estoy convencida de que si luchamos, insistimos y nos reinventamos con sentido común y precaución, cuidando las normas de funcionamiento, de higiene y profilaxis, iremos adaptando nuestras vidas a esa “nueva y severa  normalidad” de la que tanto se habla, articulando vida y muerte quizás con más naturalidad que ahora. Al fin y al cabo, la vida y la muerte van siempre de la mano.

Habrá duelos quizás más solitarios, pero no necesariamente más en soledad, porque muchos de ellos son comunes a todos.

El virus y sus circunstancias han multiplicado exponencialmente los duelos, complicándonos y mucho la tarea de drenar el dolor y poder convertirlo en algo fecundo. En cualquier caso, buscaremos la fórmula que nos permita volver a disfrutar de la vida.

La pandemia nos ha obligado a aceptar unas condiciones nuevas de juego. Hemos integrado todavía más la tecnología a nuestras vidas y las herramientas virtuales nos están ayudando a paliar las ausencias. Hemos aprendido a manejarnos con las videoconferencias, con las sesiones de análisis virtuales o telefónicas… hemos tenido que adaptarnos y ponernos las pilas, los wifis y los auriculares para no morir en el intento. Están las redes sociales en su vertiente positiva y solidaria, ayudando, recogiendo hashtags, mensajes, poemas y palabras que nos han aliviado de tanta pérdida y nos han ayudado a comunicarnos entre nosotros…

Hemos tenido que reinventarnos y encontrar una nueva forma de poner el cuerpo y de dar continuidad a la transferencia, de posibilitar la realización en acto del deseo de analizante y del deseo de analista, dando lugar a que la palabra pueda seguir haciéndose escuchar, salvaguardando el sostén de toda la gente sufriente.

Despedirse de los seres queridos fallecidos y de todas esas cosas integradas en situación vital que teníamos en la “antigua normalidad” están siendo muy difícil, pero estoy segura de que muy pronto aprenderemos a lidiar mejor con la ausencia y con la falta, encontrando nuevas referencias, cuidando más las relaciones con los demás y compartiendo ese tesoro que recoge todas las palabras y significantes que tanto nos alivian.

El duelo es una experiencia singular de reparación única e intransferible en cada sujeto y depende y varía mucho según cómo se inscribe la pérdida en cada persona.

No olvidemos que, como sujetos psíquicos, estamos en constante trabajo de duelo ya nuestro propio aparato psíquico empieza su fundación en base a las perdidas y faltas propias de la vida.

Todo duelo es una experiencia de vida y de muerte que forma parte de la historia familiar y de los que vienen después, porque se hablará de quienes ya no están entre nosotros (y que así siguen vivos de alguna manera) y que forman parte de la riqueza simbólica de la familia.

Como nos ha enseñado la pandemia, la vida es una pérdida constante porque implica cambios constantes, nuevas situaciones, nuevas vivencias y circunstancias, encontrándonos con la falta, de lo que fue y ya no es, esa misma falta que pone en marcha el motor del deseo, ayudándonos a seguir vivos y a avanzar.

Como diría Freud: “si vis vitam, para morten”: si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte". (1915).

 

Irma Bouyat es estudiante del Máster en Teoría y Práctica Psicoanalítica que se imparte en Apertura.

 


Rememorando la historia de Apertura-2. Laura Vaccarezza

Se acerca el 40 aniversario (1981–2021) de la fundación de la asociación Apertura; el inminente acontecimiento nos ha hecho recordar las celebraciones de aniversarios pasados, que os queremos participar transcribiendo aquí otro de los textos producidos 15 años atrás, con motivo de la celebración del 25 aniversario de Apertura. El texto es de Laura Vaccarezza: 

 

Hoy quiero hablar de mis 25 años, de mis veinticinco años en Apertura que, con toda seguridad, no son los mismos ni para mis colegas, fundadores como yo, ni para los que también lo han sido y se han ido, ni para los que han pasado por la institución, ni para los que se han quedado, ni para los que han venido y vienen a escucharnos. Cada uno tendrá su lectura, su posición, su modo diferencial de acercarse a la institución, su interpretación de lo que es, de lo que ésta significa y su propia respuesta  del porqué pertenecer a una asociación.

En mi caso comienza con el “no es eso” freudiano, que comparto con otros con los que nos asociamos para trabajar, para investigar de “otro modo”, sin amo, volviendo a los textos.

Momento largo y fecundo, tan fecundo que golpeaban a nuestra puerta para acercarse a la formación y a la transmisión que no nos atrevíamos a dar. El “no estamos suficientemente preparados” eterno de algunos no amilanó el  deseo de otros y, así, Apertura se abre a aquéllos que se “adhieren al proyecto”.

Otro momento de viraje, en este caso se trata de autorización, de esfuerzo de trabajo, de escritura, de producción, en el que aprendí enseñando, confrontando y exponiendo en un largo proceso hasta hoy.

Aprendí también de la ruptura, del  estallido, de la escisión, aprendí que separarse no es fracaso, tampoco es éxito, es realidad, es la realidad de las instituciones, es lo que permite el progreso si uno no se queda atascado en las pasiones o en el duelo. Encontré, en ese momento, sentido a las palabras de quien considero mi maestro y para el que siempre fui Laurita. En los momentos en que le hablaba de problemas institucionales, él me decía: la clínica, la clínica, hay que volver a la clínica. Fue el intento de explicarme ciertos fenómenos institucionales lo que me puso a trabajar una vez más.

He pasado a mi manera  por mi apertura síntoma, mi apertura-fantasma, mi apertura-goce, mi apertura-deseo, y me he quedado con mi apertura-trabajo. Todo esto me permite decir que el valor que se le puede dar a las asociaciones es particular para cada analista, y que depende del momento de su formación y de su análisis, de lo que suponga que es un psicoanálisis, de lo que suponga que es ser analista, de sus motivos conscientes o inconscientes para inscribirse en ellas, de lo que crea que puede conseguir, ya sea reconocimiento, prestigio, poder, lo que sea que ponga en juego en cada momento.

De todos modos, creo que las diferencias pueden encontrarse en un punto, y es que las asociaciones, con todos sus avatares, producen saber, que asociarse permite sostener y sostenerse en un discurso y que la transferencia de trabajo es posible, como he podido comprobar en estos años. Motivos por los que concluyo que la reunión de analistas va unida al acto analítico, que  es un efecto del mismo y es un lugar más por el que el analista ha de transitar, ya que el encuentro cotidiano con la falta en la soledad de su despacho le impulsa  a compartir, a intentar transmitir cómo se las arregla con eso tan particular que es su trabajo.

¿Qué podemos esperar entonces de las instituciones? Escuchemos a Freud en 1914, refiriéndose a las reuniones de los miércoles:

“El pequeño círculo así iniciado adquirió pronto más amplitud y cambió varias veces de composición en el curso de los años siguientes. Por la riqueza y la variedad de dotes de sus miembros, podía ser comparado, sin desventaja, con el estado mayor de cualquier profesor clínico. Desde un principio formaron parte de él aquellas personalidades que más tarde han desempeñado en la historia del movimiento analítico papeles importantes, aunque no siempre satisfactorios. Pero en aquella época no podía prever yo un tal desarrollo. Debía darme por contento, y creo haber puesto de mi parte todo lo posible para hacer accesibles a los demás mis conocimientos y mi experiencia. Surgieron, sin embargo, dos circunstancias que constituían un mal presagio, y que acabaron por distanciarme internamente del grupo. No conseguí en efecto, establecer entre sus miembros aquel acuerdo que debe reinar entre hombres consagrados a una misma ardua labor, ni tampoco ahogar las disputas sobre prioridad, a las que el trabajo común daba frecuente ocasión. Las dificultades particularmente grandes de la enseñanza práctica del psicoanálisis, a las cuales se deben muchas de las desavenencias actuales, no tardaron en hacerse sentir en la naciente Asociación Psicoanalítica Privada de Viena.”

Pese a todo, continuó… por muchos años. Feliz cumpleaños a todos.

Laura Vaccarezza

 

Artículo publicado en el libro: La formación del psicoanalista y el valor de las instituciones, editado con motivo del 25 aniversario de Apertura.


Rememorando la historia de Apertura-3. Carlos H. Jorge

Se acerca el 40 aniversario (1981–2021) de la fundación de la asociación Apertura; el inminente acontecimiento nos ha hecho recordar las celebraciones de aniversarios pasados, que os queremos participar transcribiendo aquí textos producidos 15 años atrás, con motivo de la celebración del 25 aniversario de Apertura. En este caso se trata de un texto de Carlos H. Jorge:

 

(1981-2006), Y SE SIGUE MOVIENDO

Fue una vez, hace alrededor de 25 años, cuando un grupo de psicoanalistas insatisfechos y decepcionados de la comunidad que les rodeaba, decidieron agruparse para estudiar e investigar acerca de los siempre complejos problemas teórico-clínicos del psicoanálisis. El punto de partida o de continuación era la teoría de Sigmund Freud y Jaques Lacan, las incógnitas de la transmisión y difusión del psicoanálisis, las instituciones psicoanalíticas y, sobre todo, cómo hacer operativa la triste, pequeña, pobre y estúpida omnipotencia que indefectiblemente acompaña a ciertos seres humanos solos o agrupados.

Estudiaron duro, discutieron, cometieron errores, celebraron aciertos, avanzaron lentamente ganando espacio a la ignorancia, dándose cuenta de que cuanto más sabían más quedaba por saber.

Un día, como en un descuido y poseído por un ataque de valentía, uno del grupo pregunta con  voz queda y balbuceante:

-¿Podríamos publicar lo que pensamos?

Un silencio pesado y culpabilizador se apoderó de la sala. No se oía ni el sonido de las alas de una mosca, ni de un mosquito, ni de una gaviota, ni de un gorrión. Nada, no se oía nada.

De pronto, varios al unísono y con certeza cognitivo-conductual contestaron:

-¡No estamos preparados!

El que se había atrevido a tirar la pregunta pensó:

-Y sin embargo podríamos -pero no lo dijo.

Pasa el tiempo, se trabaja duro. Hay gente que se va, algunos a otros grupos, otros hacia ningún lado. Entran personas nuevas, que no pertenecían al núcleo originario, algunas se quedan, otras continúan hacia otros sitios, impulsados por una especie de identificación con los peregrinos que hacen el camino de Santiago. También hubo turistas psicoanalíticos, faltaba más, esto es el Mediterráneo.

Continúa pasando el tiempo, lo que por otra parte es inevitable y sucede en la vida de cualquiera, no sólo de los psicoanalistas.

Otro día, y sin demasiados preámbulos, varios de los integrantes dijeron con convicción:

-Vamos a publicar una revista de psicoanálisis, donde expresar lo que pensamos.

Se produjo un cierto silencio y esta vez volaban algunos bichitos (al menos se oían), pero… nunca las cosas salen a la primera y uno (de los que había muchos y creía que el Otro existía y era francés) respondió:

-Nuestro nivel no es el idóneo para que quede reflejado en…

-¿Cuándo comenzamos? –corta un entusiasta.

El que había sido interrumpido se puso rojo, pero no de ira, sino de miedo, miraba hacia el cielo como esperando ser desintegrado por la justicia o, mejor dicho, por la censura editorial divina, y murmura:

-No estamos autorizados para…

-Escribiremos lo que pensamos, diremos lo que sabemos y transmitiremos nuestra experiencia –contesta otro.

Y así comenzó a construirse el primer número que se llamó Apertura. Cuadernos de psicoanálisis.

Llegamos a publicar 14 números, es decir, 14 años de trabajo escrito ininterrumpido. Hoy continuamos dando seminarios, sesiones clínicas, grupos de estudios, grupos de lectura, espacios de supervisión y de articulación teórico-clínica, etc.

Apertura se sigue moviendo a pesar de todo. Seguimos vivos.

¡Feliz aniversario! 25 años, en psicoanálisis no los cumple cualquiera.

Carlos H. Jorge 

Artículo publicado en el libro: La formación del psicoanalista y el valor de las instituciones, editado con motivo del 25 aniversario de Apertura


Carta de Freud a Lacan, de 1933

Estimado Dr. Lacan:

Gracias por el envío de su tesis de doctorado. Leía con máxima atención, centrándome, conforme a su propia indicación, en el caso que el Señor denomina “Aimée”, sobre el cual se puede decir que ha sido estructurada toda la obra. Acerca de los deseos, entonces, haré algunos comentarios psicoanalíticos, los cuales indubitablemente, deberán tocar aspectos de la teoría, ya que ésta es, finalmente, la que hace hablar a los supuestos “hechos” (el Señor recordará, al respecto, el comienzo de mis “Pulsiones y sus destinos” cuyo manifiesto liminar continúo considerando válido)

Este caso me interesó sobremanera, teniendo en cuenta la observación incluida en mi “Schreber”, en lo tocante con el mínimo de paranoia que un analista tropieza en su práctica habitualmente. Por eso es que, el Señor bien sabe, yo preferí centrarme en las Memorias del Presidente; con todo, parece que adoptando tal procedimiento –sin darme cuenta de esto a posteriori– hubiese llegado a un dato que su “Aimée” precipita como tal: Me refiero a la importancia del escrito en la paranoia, trasladada en su paciente tanto por la redacción de notas autobiográficas como de cuadernos, como por sus dos “novelas”. O sea que, el paranoico –coincidiendo en esto con el Señor… conmigo, en fin… ¿Con todos los que sentimos que debemos escribir?– no apuesta su dinero a verba-volent pero permanentemente a scripta-manent [1]
tiene que coincidir con la aproximación que se produce entre el paranoico y el filósofo, porque en éste la intensidad de lo personal es tan destacada que hasta da su nombre al sistema –escrito– que a partir de él comienza –¿Acaso todo filosofo no cree, a sabiendas o no, que su cosmovisión conforma el punto inicial del cosmos, con la consecuente derrota del caos?–. Observe el Señor, que su propuesta ateniente a Aimée –o la de ella misma– procede con la misma rutina, en cuanto vehiculiza un “prototipo” inclusive una “observación primordial”. ¡Pequeña conquista la de Aimée!, ¡prototipo primordial!: con afecto, aludo como nuestra pequeña y oscura mucama consigue ser una nada pequeña Narcisa, que acapara la ocupación libidinal del inteligente –y por qué no, erudito– Doctor Lacan, convenciéndolo de su originalidad y su unicidad, y haciendo escribir, a su vez, respecto a ella. O inclusive, instándolo a sustentar, en el mismo sentido, que “toda tarea fecunda debe imponerse la tarea de monografías psicopatológicas tan completas como sean posibles”. Claro que el psicoanálisis, en tanto disciplina de las singularidades, debe velar por la atención al repudio de todo lo que no comporte una minuciosa escucha al paciente, ¿más cree el Señor, que una monografía completa –o exhaustiva– da cuenta o respeta este carácter singular? Mi obra testimonia que las historias que redacte no fueron “creciendo”, si tomamos como caso el de la joven homosexual. Antes tendía progresivamente –pienso ahora mientras le escribo– a circunscribir, a recortar ciertas constelaciones que los instrumentos analíticos permiten esclarecer y, de hecho, esclarece. Allí pueden estatuirse prototipicidades, u observaciones primordiales. Puedo decirle que tal fue el modo fundamental según enfoqué los casos de relatos de mis queridos discípulos, los Dres. Abraham y Ferenczi. Uno escribe “lo que cae” de nuestra práctica diaria, aún si el texto resultante fuese relativamente breve. Sí, no olvido que Aimée no es un caso de psicoanálisis, en cuanto no hubo de su parte una intervención analítica, debido –como el Señor declara– a factores ajenos a su voluntad, más siendo un caso susceptible de aplicación del psicoanálisis, los lineamientos que menciona conservan su validez.

Releo el escrito y compruebo que parte desde el escrito: a partir del escrito, pues derivé de su escrito a los de Aimée, que el Señor hizo que escribiera. Más también lo que a ella le configuró su delirio fueron ciertos escritos, e imágenes publicitarias. Así, lo interesante, más todavía, lo apasionante de Aimée es comprobar cómo los medios de comunicación de masas y de espectáculos públicos, le proporcionan el soporte escenificado para diseñar sus perseguidores: la serie de la hermana, como el Señor muy bien indica, basase en la lectura de artículos periodísticos, posters y novelas, a la asistencia al teatro o al cine, a la contemplación de fotografías. Más aún, a partir de este núcleo se desgarran sus oídos contra la agitación sobre artistas, poetas, periodistas, editores que envenenan sus días.

¡Qué notable génesis “indirecta” que tanto deben molestar a nuestros adversarios del otro lado del Atlántico, tan proclives como son a esa extraña concepción allí nacida llamada “conductismo”!

Esta campesina perdida se ve bombardeada por una tormenta de palabras y de imágenes, que la atontan, la descolocan, que no le dejan ya reconocer su lugar. Su mudanza a “la ciudad luz” terminan por hacerla perder en su oscuridad, se busca, en su tentativa de reconstitución, en las letras impresas, allí firmes, allí estables, allí garantidas, las que con su tremenda difusión multiplican las garantías indicadoras de un lugar para ella, cosa que no ignora porque se caratula como una “verdadera enamorada de las palabras” –a esa expresión el Señor agrega– “ese disfrute casi sensible que le producen las palabras de su propia lengua”, advierta, sin embargo, que luego de escribir la frase transcripta, el Señor recuerda a Rousseau a propósito de “un paranoico genio”. Con todo, yo creo, que Rousseau incide en el Dr. Lacan según la idea de “buen salvaje”, ¿Por qué?, porque idealiza en Aimée –y lo generaliza– el “sentimiento de naturaleza” el cual siguiendo a Montassut [2] –cito del texto– es “característica frecuente del paranoico”, más para el Señor es “un sentimiento de valor humano positivo”, que teme sea destruido en aras de la adaptación social. El caso de Aimée, campesina, ciertamente pareciera confirmarlo, pues su eclosión delirante sucede cuando pospone al regionalismo vital la diseminación urbana de las palabras. Finalmente, que cosa no se intercambia más en las grandes ciudades, que palabras. Pero, ¿la naturaleza guarda en sí alguna cualidad terapéutica, en todo caso, equilibrante, según colijo, acaso transmite algo puro, no tomado de la acción depredadora de los hombres?

Es cierto que no hay cultura sin malestar, yo lo dije, pero no es menos cierto que no hay naturaleza sin cultura. O sea, transitivamente, no hay naturaleza que no sea alcanzada por el malestar. Otra cosa es colocar, como el Señor sagazmente lo indica, la cuestión de la multiplicación de mensajes, es el modo de participación social que pauta, inclusive, un periódico. Es unos de los efectos de los avances de la ciencia y de la industria sobre el modo de constitución y de adolecer mentalmente de una persona; quiero decir que eleva a potencia o a alcance de “parroquia”, aquella que recordaba Bergson, como condición para la eficacia de un chiste. Es por eso que respaldo absolutamente la certera afirmación que el Señor escribía así: “el delirio de interpretación… es un delirio de la casa, de la calle, del foro”. Para su paciente, según su registro, la víctima le fue cambiando desde su hermana, en la villa, hasta la señora Z, ofrecida como vedette por el foro, a quién ataca en plena calle. Esta señora Z no es como el Flechsig de Schreber: es un ser distante, una visión fugaz, un nombre en un lugar investido, antes que todo de símbolos de reconocimiento parroquial, que se prestaba a que su Ideal del Yo todavía asentara sus bases. Y acontece que su mejor amiga, aunque se haya transformado en un acosador, no pudiera cargar sobre sí el peso del lugar, por no disponer de título que la autorizaran a tanto, esta hipótesis que el Señor piensa, la que juzgo correcta, no se compadece, sin embargo, con otra expresada, en la que afirma que la mejor amiga “hubiese sido agredida si hubiese estado a su alcance”. Entiendo que esta contradicción surge de la mezcla de dos criterios: uno el psicoanalítico, que rescata lo acontecido y lo somete a interpretación, el otro, corresponde más a un ejercicio imaginativo.

Quiero significarle que el objeto de agresión o del delirio, revela en Aimée un carácter más fácilmente móvil que en Schreber, como connotando más nítidamente un funcionamiento pulsional, un carácter menos viscoso de la libido que el mostrado por el Presidente. En efecto la mejor amiga fue la que habló por primera vez con la señora Z de Sarah Bernhardt, que se constituye en una de sus principales perseguidoras, vale decir que quien decía, quien hablaba, se descolocó sobre los nombres de las personas de quien hablaba, ellas fueron su sustituto, de nombre a nombre, en una verdadera cadena de deslizamiento incoercible. Digno de una “enamorada de palabras” que nos enseña inequívocamente, como le decía, el despropósito que postula el conductismo, pues que podría argumentar éste, con su simplismo explicativo, sobre el hecho que lo dicho sustituye a quien lo dice, sin los choques o diques propios de los modos psiconeuróticos, claro que con todo hay que ligar su modo psicótico con los psiconeuróticos, ya que el sentido de sus síntomas, o de sus actos, permanecen ocultos y enigmáticos.

En referencia a la temática de los mecanismos productores, deseaba comentarle algunos puntos, comenzando por la auto-punición, tan decisivas en sus solidas argumentaciones. El Señor capta en Aimée una problemática que la localiza “más allá del principio del placer” en cuanto a las consecuencias que se presentan de su acto agresivo, ya que éste tiene, a decir verdad, como acto pulsional, coincidiendo, por otro lado, fuente y fin de la pulsión. Sin embargo, claro, digo “ella” y debo corregirme: ¿qué significa ella desde que el psicoanálisis nos demuestra la participación del aparato psíquico?, para preguntárnoslo de modo más apropiado, “lo qué de ella”, el Señor responde que “su ideal exteriorizado”–y está en lo cierto– solo que esta agresión patentiza su carácter irrisorio, en tanto ella intenta eliminar su ideal envidiado, obedeciendo un mandato autodestructivo de su Súper Yo. Esto, a lo que yo llame “imperativo categórico” –siguiendo a Kant– por su condición de inapelabilidad, significa para el Señor uno de los puntos, el punto al que el psicoanálisis más notoriamente adhiere, lo que no deja de complacerme. Más colegí de aquí que “los mecanismos psíquicos de autocastigo” conforma una hipótesis “nada implicada… de las primeras síntesis teóricas” psicoanalíticas, me parece ya una afirmación que temo no poder compartirla. ¿Por qué?, porque muy temprano, en La Interpretación de los Sueños, hice mención a los “sueños punitivos”, en un capítulo ni marginal ni secundario, en efecto afirmaba allí que “ha de concederse que admitiéndolos (a los sueños punitivos) se agrega allí un cierto sentido a la teoría de los sueños”, afirmando líneas después que “el carácter esencial de los sueños punitivos reside en que en ellos el formador del sueño no es el deseo inconsciente que procede de lo reprimido (o sistema inconsciente), señalo el deseo punitivo que recae contra aquel, este último pertenece al Yo, aunque también inconsciente (es decir pre-consciente)”, claro, hace tres años me vi forzado, ante una nueva edición del libro, adosando una nota al pie, indicando que ese era el lugar donde debía colocarse al Súper Ego, en tanto descubrimiento posterior del psicoanálisis. Ahora, recuerdo también haber redactado –para esa misma edición– otra nota incluida en el capítulo VI, párrafo “los efectos del sueño”, en que puntuaba una hipótesis que también estimo pertinente: “Es fácil reconocer en estos sueños punitivos el cumplimiento de deseo del Súper Yo, lo que implica, a mi juicio, una reformulación más precisa –basada en nuevos descubrimientos de la teoría psicoanalítica– de un fenómeno ya circunscripto y ya jerarquizado, tanto es así que en mi afán de dejar esto aclarado firmemente, entenderá que esta precisión no se aplica únicamente al ámbito onírico, pues en este mismo texto la extiendo a los síntomas. Podrá rever así, el caso de la paciente con vómito histérico, su síntoma, escribí “solo se engendra donde dos cumplimientos de deseos opuestos, proveniente cada uno de distintos sistemas psíquicos, pueden coincidir en una expresión” por lo que ellos debían ajustarse también “a la ilación de pensamientos punitivos”. Lo mismo ocurre con respecto al caso Dora, cuando adjudico su pretendida “neuralgia facial” a un autocastigo, o cuando asumo idéntica posición ante el impulso suicida o la manía de enflaquecer del paciente en el Hombre de las Ratas. Así, siguiendo la misma línea en otros textos, todos anteriores a 1921, (observo este año para manifestarle que en él se puede datar mi Segunda Teoría del Aparato Psíquico, pues Psicología de las Masas se desarrolla a mi entender cómodamente, si bien no ha sido comprendida bien por los comentadores).

Bien: Dr. Lacan, cuique suum tribuere.[3] Más siguiendo dichas preceptivas, debo agradecerle sinceramente el aporte que el Señor ha realizado acerca de la función del Súper Ego, no suficientemente destacada en psicoanálisis hoy día. Aludo a la operación aloplástica de dicha instancia. El Señor seguramente tendrá presente que esta clasificación –autoplástica / aloplástica– la incluí hasta ahora solamente en la perdida de la realidad en la psicosis y la neurosis, más me parece sumamente valida su articulación como una dimensión superyóica, por cuanto permite la intelección no solamente en cuanto al sentimiento de culpa, si no específicamente en la consumación de la necesidad de castigo, como acontece evidentemente con Aimée. Esto había sido señalado por Alexander –que el Señor cita– en su libro “El carácter neurótico” de 1930 –porque un título idéntico utilizó el injusto Adler dieciocho años antes– sobre un tipo de paciente que canalizan sus conflictos antes de actuarlos en la realidad, que los revela bajo forma sintomática. Más creo que Alexander se equivoca cuando idealiza esta condición de “carácter neurótico” al creer que ésta ya tenía resuelta su relación con la realidad, la cual, al contrario, debería retornar lo que estuviese separado –autoplásticamente– de ella. Creo, en efecto, que Alexander desestima el factor de renegación en juego, que torna esa realidad modelada de forma tal que para su presentación fidedigna el crimen se autolejitima. Diferente de Alexander, el Señor desataca el lado descriptivo, anti-adaptativo del Súper Yo, su hiperpresencia destilada en los efectos –reales– de retorno que suscita, más que en su hipotética ausencia juzgada de acuerdo con la falta de inhibiciones motrices, en este sentido, no se trata la verdad de ausencia, si no de esa orden de superación conservadora que me parece tematizado en Schreber así: “lo superado-conservado dentro retorna de afuera”. Su localización conceptual del Súper Yo me llevó a una fecunda revisión del concepto que vertí en el prólogo de Aichhorn, en el sugiero la idea de una eventual falla superyoica en la estructura del delincuente impulsivo; su contribución, en cambio, me reconduce apropiadamente a estas pocas líneas que –años antes de este prologo– destiné a reflexión sobre “los que delinquen por sentimiento de culpa”. Creo que éstos, en verdad, se alivian como su Aimée, enseguida después del acto en cuestión, “se curan” por la obediencia al insensato mandato superyóico bastante más violento y eficaz en el retorno “viniendo de afuera” puesto en juego. Necesidad de castigo, como le decía, que avala tanto su postura, como que Alexander pisoteo en su Psychoanalyse der Gesamtpersonlichkeit: el castigo o el sufrimiento no comportan un beneficio secundario del síntoma –dicho de modo general– si no, un beneficio primario. Esto es lo que traté de exponer cuando hice mención de “las resistencias del Súper Yo”, en tanto él, como el Señor comprendiera, y lo hizo funcionar a las mil maravillas. Yo colijo que esto fue posible en la medida que él –su antecesor– puede asegurar que el Súper Yo no se configura en función de una supuesta introyección individual de las normas manifiestas vigentes en la sociedad actual, si no que implica algo admirablemente bien resumido en Nunberg, así: “Alexander lo considera como un código de todos los tiempos, invariable y recóndito en las profundidades del yo”.

El Señor pesquisó con agudeza y lucidez los meandros, los recovecos del psiquismo de Aimée, que transformaran una orden caótica en una concepción donde una hipermoral justiciera armó su mano con una navaja para responder al pedido de dar sentido a su propia vida, al precio de tratar de suprimir al señor Z. Tal vez la línea de profundización de estos desenvolvimientos se encuentre, doctor Lacan, en gran parte en su futuro, como estudioso y practicante del psicoanálisis.

Y ahora, para finalizar, permítame ir estableciendo una suerte de profecía – que su texto me permite esbozar – a cerca de los destinos del psicoanálisis en Francia. El Señor menciona reiteradamente a Janet, aseverando que su postulación de “psicastenia” es la más ajustada para la caracterización de las insuficiencias de personalidad de Aimée, (escrúpulos, perseveraciónes, inacabamiento de tareas, etc.), conjuntamente –cabe reconocerlo– con la descripción de Kretschmer, sobre el “carácter sensitivo”. Bien es sabido que la actitud de Janet sobre el psicoanálisis ha alternado entre la beligerancia y el total desconocimiento de su originalidad, en tanto se permitió arrogarse la paternidad de los descubrimientos de nuestra disciplina. Primer punto entonces. Vamos, si el Señor me permite, al que sitúo a continuación: Henri Claude, a quien el Señor agradece por el apadrinamiento de la tesis que motiva la presente, y con el cual, por otro lado, el Señor colaboró tanto a nivel clínico como al nivel de co-autoría de escritos. Pues bien, acontece que en 1924 el mismo Claude apoyaba las extrañas ideas resistentes al psicoanálisis que por esa época circulaban en Francia, las cuales doy cuenta en el párrafo VI de mi Autobiografía, que entonces redactaba. En efecto, al presentarse el libro de Laforgue y Allendy, “Psicoanálisis y Neurosis”, Claude escribió que: “se impone reservas desde un principio, ya que el psicoanálisis no se adaptó aún a la indagación de mentalidades francesas. Algunos procedimientos de investigación fueron una delicadeza de los sentimientos íntimos, y algunas generalizaciones de un simbolismo exagerado, quizá aplicables a sujetos de otras razas, no me parecen aplicables en Indiscutiblemente se me escapó un error: dije más arriba “el mismo Claude”, es claro que no puede ser el mismo que nueve años atrás fue el autor de dichas impropiedades –cuasi nacionalsocialista – y ahora apadrina una tesis sobre psicosis paranoica de tamaña calidad.

Porque creo que el Señor, doctor Lacan, resume –condensa– el tercer punto: la esperanza joven, que tomando en cuenta la tradición de la mejor psiquiatría francesa, procede a cruzarla con el instrumento analítico que, en su país, ingresó primero por las “bellas letras”, puente con el cual –importancia de las letras mediante– vuelvo al comienzo, que no es volver, claro está: Gracias, muchas gracias por el envío de su tesis de doctorado, con mis más afectuosos saludos,

Su,

Freud

 

Traducción de portugués a español:

Damián Morelli Rodríguez

Sobre la carta ficticia

 

Esta es la “carta” que, supuestamente, Sigmund Freud le remitiera a Jacques Lacan en ocasión de haber recibido su tesis de doctorado, fechada en 1933.

La única correspondencia que Freud le envía a Lacan es “una tarjeta postal”:

Wien. 8.I.1933

Dank   für   Zusendung   Ihrer   Dissertation.

Freud

 

Viena 8.I.1933

Gracias   por   enviar   su   tesis.

Freud

 

Esta tarjeta postal no se encuentra en Sigmund Freud Papers: General Correspondence, Manuscript Division, Library of Congress, Washington, D.C., 1996. Está publicada en Correspondencia de Sigmund Freud, tomo V, Edición de N. Caparrós, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p. 362.

El texto manuscrito (La carte postale de S. Freud à J. Lacan, 1933) apareció con su anverso y reverso en la portada del número 29 de la revista Ornicar?, revue du Champ freudien, été 1984, Paris, Navarin.

 

La tarjeta postal lleva en una de las caras la dirección doble del destinatario. En el envío Lacan no especificó su residencia con claridad -vivía en la rue de la Pompe, pero se domiciliaba en Boulogne- y Freud tuvo que registrar ambas direcciones.

 

En la otra cara el lugar y la fecha, Wien. 8.I.1933, y el breve mensaje: «Dank für Zusendung Ihrer Dissertation. Freud».

 

La carta ficticia

Roberto Harari (1943-2009), psicoanalista argentino, es invitado a colaborar un año después, en 1985, en la revista Ornicar? Se inspira en la portada del número 29 que muestra las fotos por ambas caras del único envío postal que Freud le remitiera a Lacan. Y decide redactar como texto una extensa e ingeniosa “carta ficticia” de Freud a Lacan. Con la frase que aparece en la tarjeta postal, que ocupa solo una línea, Harari construye como divertimento “su carta”: « Merci de m’avoir adressé votre thèse de doctorat. Je l’ai lue très attentivement () Freud » (R. Harari, Une (la seule) lettre inédite de Freud à Lacan. Divertissement, Ornicar ? 33, revue du Champ freudien, été 1985, Paris, Navarin, pp. 150-59).

 

Juan Carlos Cosentino

Notas del traductor:

[1] NT: es una cita latina tomada de un discurso de Cayo Tito al senado romano, y significa: "las palabras vuelan, lo escrito queda".

[2] NT: Marcel Montassut, La constitución paranoica, 1924.

[3] NT: "dar cada uno lo suyo" cita del jurista romano Dominico Ulpiano.

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