Con el psicoanálisis nos encontramos con una práctica que podríamos llamar atípica, por las particularidades de su habilitación. No existe título universitario, académico, ni de ninguna especie, que otorgue facultades a alguien para SER psicoanalista, como tampoco existe un manual de enseñanza para la escucha del inconsciente, lo que es su terreno específico de trabajo.
Si bien es bastante cierto que la mayoría de los psicoanalistas, o de los que nos llamamos psicoanalistas, provenimos de la psicología o de la medicina, ninguna de estas dos carreras universitarias tienen nada que ver con el psicoanálisis, ni habilita a nada relacionado con la escucha psicoanalítica. Ni siquiera a los psicólogos formados en universidades donde las carreras han sido estructuradas alrededor de la enseñanza del psicoanálisis. No hay por lo tanto ningún agregado, como doctor o licenciado, que sostenga la palabra psicoanalista, lo que no impide que estos se puedan utilizar imaginariamente y que tengan su efecto en el circuito social.
«La formación del analista » cito a Safouan – no tiene nada que ver con la reproducción de un modelo; hay familias de médicos, de notarios o de decoradores, pero es inconcebible que se acceda al ejercido del análisis de padre a hijo.»
Si a esto le sumamos que la formación del analista tampoco tiene nada que ver con la transmisión de un saber, ¿ de dónde sale un psicoanalista? En principio digamos que un analista sale del diván de otro analista, pero ¿de cuál?, hay miles de … divanes y cada uno reclama para sí el premio al diseño.
Esta especificidad del psicoanálisis ha escrito parte de su historia en la cual no quiero perder demasiado tiempo, sólo mencionar ciertos puntos, Desde los comienzos de este siglo se ha intentado buscar una respuesta, que sea una garantía, a la formación de los analistas.
En un principio, aún vigente, se intenta dar al psicoanálisis y por ende a los psicoanalistas un marco institucional que avale su profesionalidad, su seriedad y su cordura. Se establecen normas rigurosas, mandamientos que hay que cumplir al pie de la letra para poder acceder a la profesión de psicoanalista. Entre ellas, las horas de vuelo son fundamentales: tantos años de análisis para el candidato, a seis sesiones semanales. Menos sesiones es psicoterapia. El discurso es unitario, la enseñanza, universitaria. El resultado es la formación de funcionarios del psicoanálisis que ocupando el lugar del Otro pueden llegar a desempeñar la función de guías espirituales, de jueces o policías.
Al intentar dar a la práctica psicoanalítica una categoría profesional o científica se intenta cerrar las preguntas permanentes, inherentes a esta practica, terminar con las contradicciones que son constitutivas de su Esencia.
Se confunde el deseo del analista con la persona, con la ética y el lugar. La preocupación por una supuesta seriedad profesional es tal, que una institución psicoanalítica dice en sus Fundamentos, Pautas y Requisitos de la Comisión de Admisión y Promoción de Socios: «El psicoanálisis, además de ser una ciencia del hombre, es al mismo tiempo una ideología que posee un sistema de juicios de valor y pautas de conducta que le son propias. Esto determina su identidad psicoanalítica. La identidad psicoanalítica comprende aspectos personales, éticos, científicos e institucionales».
Por otro lado: » La personalidad del analista es su instrumento de trabajo y la necesidad de la integración de su personalidad un requisito esencial, es obviamente necesario que las cualidades éticas de su conducta, citadas para la tarea analítica, rijan también las relaciones con colegas y su vida personal en general, con la adecuación a cada contexto».
No digo que esto esté bien o mal, pero una cosa es clara: no tiene nada que ver con el psicoanálisis. Porque si el psicoanalista trabaja con su personalidad y de esto depende la escucha y por ende la dirección de la cura, ¡ qué el Señor coja confesados a los pobres pacientes y a los futuros analistas que de esos divanes surgirán!
El deseo del analista, no tiene nada que ver con la persona del analista, es el nombre con el que Lacan designa un lugar en la experiencia analítica. Es una función, un lugar en la estructura de la transferencia. Lo que se juega en la escucha no tiene nada que ver con la persona, ni con sus creencias, preferencias, valores éticos o morales, ideología, religión o raza. Todo esto tiene que quedar fuera en la dirección de la cura, de lo contrario, el analista, atrapado en su propio narcisismo quedaría a merced de sus afectos cariñosos u hostiles, de sus deseos de curar, de investigar, de creerse bueno, útil, necesario; y esto no tendría nada que ver con el deseo del analista que es una función, una incógnita. Es el deseo de ocupar el enigma del deseo del Otro. Es un lugar de semblante, que permitirá tanto el desplazamiento significante, como las proyecciones fantasmáticas en el análisis.
Es en el deseo del analista de llevar un análisis a su fin y hacer que emerja el deseo del paciente, borrándose como persona, donde radica la ética del psicoanálisis.
Si se institucionaliza, corremos el riesgo de ahogarlo, de transformarlo en una especialidad que históricamente se ha intentado sea un anexo de la medicina. Dice Freud unos meses antes de su muerte: «Nunca he repudiado mis puntos de vista y los mantengo con más fuerza aún que antes, frente a la evidente tendencia de los norteamericanos de transformar el psicoanálisis en la criada de la psiquiatría».
Si se institucionaliza, también corremos el riesgo de transformarlo en una especie de religión que con una verdad de secta, forme sacerdotes (formados por los sumos sacerdotes) cortados por el mismo patrón y que a su vez difundirán una especie de catecismo psicoanalítico, supuestamente único y verdadero.
Es indudable que lo esencial para alguien que desea ser psicoanalista es llevar su análisis hasta el final.
Si bien el análisis personal no es una garantía de formación, para mí sigue siendo su pilar fundamental, y el lugar de formación, un lugar donde el deseo pueda circular, un lugar de intercambios clínicos y teóricos, donde se pueda discutir, confrontar y cuestionar permanentemente la práctica y la teoría, donde se pueda en definitiva dejar que el psicoanálisis siga manteniendo ese cierto aire de marginalidad del que depende y ha dependido en gran medida su supervivencia.
Freud inventa el psicoanálisis. Lacan lo saca del armario, lo despierta de la siesta, ahuyenta las polillas y tira las naftalinas. Yo espero que no seamos nosotros los responsables de su asesinato, porque, parafraseando a Goethe: «Lo que hemos heredado de nuestros padres, tenemos que ganarlo si queremos poseerlo» y para que esto suceda, queda aún mucho camino por recorrer.